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La transformación de Helena Bonham-Carter en la mona Ari.

 


llegando los monos

Cuando lanzaron la versión original, en 1968, sus productores temían que pareciera un mal chiste, después del estreno de 2001. Sin embargo, la película se convirtió en un manifiesto pacifista (en tiempos de Vietnam) y en un objeto de culto. A tal punto que, 33 años después, el mismísimo Tim Burton se atrevió a hacer una remake, con la monumentalidad que le garantizaba un presupuesto de 100 millones de dólares y un elenco con Mark Wahlberg, Tim Roth, Helena Bonham-Carter y hasta el facho de Charlton Heston. Luego de su estreno mundial esta semana que pasó, Radar se interna en el nuevo mundo primate y anticipa a sus lectores cómo es esta nueva versión de El planeta de los simios.

Por MARIANA ENRIQUEZ

Tim Burton se hartó de trabajar con monos: “Me agarraban la pierna, si no les prestaba atención, me escupían o me cagaban. Tienen una cualidad loca, psicótica. Descubrí a uno mirándome de una forma tan amenazante... Si un humano me mirara así, saldría corriendo espantado. Era como estar en un bar lleno de degenerados que querían acostarse conmigo”. No fue su único dolor de cabeza durante el rodaje de El planeta de los simios, la remake del clásico de 1968 que Tim Burton acaba de estrenar en Estados Unidos (aunque tanto él como los productores prefieren decir que se trata de “revisitar” al film original, o de “re-imaginarlo”). Burton se rompió una costilla tratando de demostrarles a los extras cómo rodar adecuadamente por la ladera de una colina. Y tuvo que trabajar contra reloj para llegar a tiempo a la fecha de estreno prevista por la Fox (el jueves pasado), al punto que “tuve ganas de matarme”.
Entre otras vicisitudes, debió enfrentar rumores como que el estudio le habría pedido a Danny Elfman (colaborador habitual en casi todas las bandas de sonido de sus films) que reescribiera toda la música porque estaban disconformes y pretendían “algo más heroico, como un Gladiador de ciencia ficción”. También debió enfrentarse a sus propias dudas: “La regla para una remake es nunca versionar una película muy buena. Pero de alguna manera eso fue precisamente lo que me sedujo. Supongo que soy perverso”. Y ahora tiene que enfrentarse a los críticos: la mayoría sostiene que el film es visualmente irreprochable, como puede esperarse de Burton, pero también reclaman que el final sorpresa del original era tan perturbador como adecuado, mientras que la vuelta de tuerca de Burton es forzada e ilógica, y el guión en general deja mucho que desear. Ahora deberá enfrentar la ira de los fans acérrimos, que detestan cuando sienten que manosean su película adorada. Burton los entiende, sin embargo: “Hicimos una nueva versión. Lo que significa que cambiamos cosas, pero al mismo tiempo nos cuidamos de hacer enojar a lo fans. No sé cuales eran las expectativas. Yo me enojé cuando vi Godzilla porque no parecía Godzilla. Pero pensé que eso me pasaba a mí, que soy un obsesivo. No sabía que le pasaba a todo el mundo”.

EL MONO TREMENDO
En los meses previos al lanzamiento de la versión original de El planeta de los simios, en 1968, los ejecutivos de la Fox temblaban de miedo. Pensaban que público y crítica se burlarían a pata suelta de un film que, comparado con 2001: Odisea del espacio de Kubrick (estrenado en el mismo año), iba a parecer poco serio: un chiste tonto. No contaban con el contexto histórico: a sólo seis años de la crisis de los misiles, la Guerra Fría estaba lejos de enfriarse, y el sentimiento anti-Vietnam estaba en plena ebullición. Una película que, en otro momento, hubiera sido sólo un entretenimiento simpático se convirtió en un mensaje antibélico que ponía a la humanidad entera en el banquillo. Y fue todo un éxito.
Basada en una novelita de Pierre Boulle y dirigida por Franklin Schaffner, la película seguía el periplo del coronel George Taylor, capitán de una nave espacial que salía de la Tierra en 1972 y llegaba a un planeta lejano en la constelación de Orion dos mil años más tarde. Por un efecto no explicado del viaje en el tiempo, la tripulación sólo envejecía dieciocho meses en el trayecto. El planeta que encontraban estaba gobernado por simios inteligentes, que esclavizaban a humanos mudos y semisalvajes, los cuales corrían desnudos en busca de comida. Cuando los simios descubrían el aterrizaje de Taylor/Heston, le disparaban en el cuello. Pero, como el Coronel sobrevivía, lo llevaban a La Ciudad de los Simios, para someterlo a estudios. Dos científicos chimpancés, la Dra. Zira (Kim Hunter) y su novio Cornelius (Roddy McDowall), se asombraban ante un humano que pudiera hablar y mostrara inteligencia. Sin embargo, otro simio perverso y poderoso, el Dr. Zaius, ordenaba ejecutar a ese humano que trastrocaba toda su visión del mundo, y con su sola existencia contradecía la definición de realidad del statu quo, que establecía lasuperioridad de los simios sobre los humanos. Taylor escapaba, con la ayuda de los científicos librepensadores. Y entonces llegaba la vuelta de tuerca que convirtió a El planeta de los simios en el Sexto sentido de 1968: en una playa lejos de la Ciudad de los Simios, Taylor encontraba la Estatua de la Libertad enterrada en la arena. Y se daba cuenta de que el planeta era en realidad la Tierra después de la destrucción nuclear.
El film recaudó 26 millones de dólares, un éxito de taquilla impresionante teniendo en cuenta que sólo había costado cinco. Una consecuencia del presupuesto relativamente bajo fue que los monos vivieran más primitivamente en el film que en la novela de Pierre Boulle, pero el equipo técnico del film supo aprovechar las carencias para reforzar la idea de una Tierra arrasada por el holocausto nuclear. Aprovechando la repercusión, Fox encargó secuelas: Beneath the Planet of the Apes (1970) Escape from the Planet of the Apes (1971), Conquest of the Planet of the Apes (1972) y Battle of the Planet of the Apes (1973). Un año después se estrenó la serie televisiva por la cadena CBS: fueron sólo trece episodios, pero alcanzaron para alimentar la avidez innata de los fans. Finalmente, entre 1975 y 1976 se hizo una serie animada, también muy corta. Desde entonces, El planeta de los simios ocupa un lugar de privilegio en el inconsciente colectivo clase B.
La Fox venía jugueteando con la idea de una remake desde 1989. En un primer momento se pensó en James Cameron para el proyecto. Todo lo que Míster Titanic dice hoy sobre el tema es que “yo lo hubiera hecho muy diferente”. Otro candidato fue Oliver Stone. También se habló de Chris Columbus, los hermanos Hughes y hasta de Arnold Schwarzenegger (!!). Pero sólo recientemente la Fox se tomó el proyecto en serio: el guión original de Rod Serling (responsable de La dimensión desconocida) fue retocado por William Broyles Jr. (el guionista de Náufrago), Lawrence Konner y Mark D. Rosenthal (de Viaje a las estrellas IV) y el propio Richard D. Zanuck, presidente de la Fox cuando se estrenó la original, tomó las riendas como productor. Tim Burton fue convocado para dirigir porque, según Zanuck, “era el adecuado para reinventar el material: un iconoclasta, un visionario, un autor”.
Ni bien Burton entró al proyecto, tomó decisiones importantes. El guión ni siquiera estaba terminado en ese momento, así que pudo introducir sus manos de tijera hasta en el texto. En la versión de Burton ya no es la Tierra el planeta adonde llega el coronel Taylor, y no se apela a la Estatua de la Libertad como vuelta de tuerca final. Los humanos no son mudos y tienen su inteligencia. El final también es sorpresivo, pero obviamente se resguardó en el secreto más absoluto. Tampoco se usan los nombres de los personajes originales, y la mayoría de ellos tiene itinerarios distintos en la remake. El personaje de Charlton Heston fue rebautizado (ahora se llama Leo Davidson) y degradado (ahora es capitán). El malvado Dr. Zauis es un militar, el ambicioso chimpancé es un general llamado Thade. Zira no tiene novio ni es científica. En fin: se trata de una película diferente. Hasta el principio es diferente: en el año 2029, la tripulación de una estación espacial está entrenando chimpancés como pilotos. Uno de los monos se pierde en una tormenta espacial. El capitán Davidson parte en su busca para rescatarlo, pero también se pierde en la tormenta y cae en un extraño planeta, donde es capturado por simios y vendido como esclavo.
Además, sentenció Burton, los monos no se comportarían como humanos con máscaras simiescas. Por eso pidió que se contratara a Terry Notary (ex integrante del Cirque du Soleil) como profesor de “comportamiento simio” para los actores. Todos tuvieron que hacer un curso de seis meses y algunos, como Helena Bonham-Carter, lo reprobaron (la respiración simia de la actriz necesitó más trabajo). En el nuevo planeta de los simios, los monos chillan, muerden, se ponen violentos y, cuando los domina el pánico, regresan a su posición cuadrúpeda y “galopan”. En la escena de la batalla, ese “galope” fue tan brutal que hubo heridos. Además, Burton volvía a trabajar para uno de los grandes estudios, como en Batman, con un colosal presupuesto de 100 millones de dólares. Las decisiones de casting eran fundamentales, sobre todo para interpretar al personaje de Charlton Heston. Primero se pensó en Matt Damon para el papel, pero a todos les resultó demasiado tierno para encarnar al Espartaco de los humanos esclavizados. Fue entonces cuando Tim Burton pensó en Mark Wahlberg, quizá el actor más raro de Hollywood.

EL ESLABON PERDIDO
Cuando tenía dieciséis años, Mark Wahlberg le arrancó el ojo izquierdo con un gancho al empleado de la licorería que estaba asaltando. Esa misma noche, Mark y sus amigos habían asaltado una farmacia. Catorce años después, Wahlberg es uno de los actores más taquilleros de Hollywood y un sex symbol a la antigua, como lo demuestra el hecho de que esté rodando la remake de Charade en París, donde hará el personaje de Cary Grant (la bella Thandie Newton hará el papel de Audrey Hepburn y el director es Jonathan Demme). En algún momento entre estos dos hitos de su vida, Wahlberg fue modelo de ropa interior de Calvin Klein, icono gay y fugaz estrella de hip–hop con su banda Marky Mark & The Funky Bunch.
A Wahlberg le costó mucho no sólo ser actor sino dejar las calles de Boston donde creció. Nacido en una familia muy pobre, a los diez años sus hermanos ya lo drogaban y le daban cerveza, porque les divertía verlo tambalearse. A los trece dejó la escuela, y a los quince vendía marihuana en las esquinas del barrio, además de ser cocainómano y pasearse en autos robados. Cuando le arrancó el ojo al desafortunado comerciante, tenía suficientes antecedentes como para que lo sentenciaran a dos años en una prisión para adultos de Deer Island. Cumplió 45 días de encierro. “Tuve que convencer a tipos grandes de que era duro y peligroso, cuando tenía apenas dieciséis recién cumplidos. Tenía que cuidarme. Y lo logré”, recuerda hoy. Cuando salió de la prisión, su futuro no pintaba demasiado brillante. La salvación llegó cuando su hermano Donnie consiguió entrar, audición mediante, en los New Kids on the Block, los Backstreet Boys de los 80. Mark también se presentó a las audiciones, pero lo rechazaron. Su preocupado hermano, en un gesto de generosidad, compuso algunos temas hip-hop, se los entregó y le produjo su primer álbum, Music for the People. Fue disco de platino. La campaña para Calvin Klein, donde Mark posaba en anatómicos blancos, torso desnudo, gorra con la visera apuntando para atrás y la mano agarrándose el paquete, sirvió de mucho para convertirlo en icono gay, pero no tanto como para que el segundo disco lograra superar ventas modestas. Entonces Wahlberg decidió probar suerte en el cine.
Lo primero que consiguió fue un pequeño papel en la adaptación de The Basketball Diaries (el diario yonqui del poeta neoyorquino Jim Carroll, encarnado por Leo DiCaprio en la pantalla grande) y después empezó a educarse: terminó la secundaria, tomó cursos de actuación, poco a poco se convirtió en un rehabilitado de comportamiento modelo. Fervoroso católico, hoy trabaja para la parroquia de su barrio (Dorchester) y se tatuó un rosario alrededor del cuello. En 1997 usó un voluminoso pene prostético para interpretar al Dirk Diggler de Boogie Nights, la velada biografía de la estrella porno John Holmes. Pero a partir de allí, Wahlberg quiso limpiar su imagen: “Nunca pretendí ser un matón glamoroso”. Acompañó a George Clooney en La tormenta perfecta y más recientemente fue el hijo de una familia mafiosa en The Yards. James Gray, que lo dirigió en esa película, dice que Wahlberg “no es vulnerable: es muy seguro y confiado, y la violencia de la que es capaz siempre está ahí. Por eso su presencia en pantalla es tan fuerte”. Wahlberg no tiene amigos famosos: “Todavía salgo con chicos de mi barrio. Es lo que soy y no me da vergüenza”.
Lo que sí le daba vergüenza era usar taparrabos en El planeta de los simios, tal como había hecho su antecesor Charlton Heston. En realidad, asegura Wahlberg, no se trató exclusivamente de pudor sino que está harto de que toda la atención se concentre en su físico (escultural, a pesar desu brevedad). Wahlberg sólo usa un traje blanco de astronauta hecho jirones, nada demasiado sugerente. En otras circunstancias, nunca hubiera aceptado el papel de Leo Davidson pero, como quería trabajar con Tim Burton, firmó contrato sin siquiera haber leído el guión. Burton también quería trabajar con él: “Mark tiene una masculinidad de otra época. Una seriedad, una simplicidad a la Steve McQueen. No necesita decir mucho. Siempre me fascinó ese minimalismo en la actuación. Pero hay que tenerlo: no se le puede pedir a alguien que haga eso”.
El primer día en el set, Wahlberg tuvo un ataque de pánico. “Estaba parado en una montañita, mirando al piso. De pronto vi cerca de mis pies unas sandalias de las que asomaban dedos hirsutos. Levanté los ojos y me encontré con un gorila enorme que me sonreía. Era Michael Duncan Clarke, pero no me di cuenta en ese momento: realmente creí que se trataba de un mono. Salí corriendo hasta donde estaba Tim y me senté a su lado hasta que me tranquilicé.” Hubo muchos nervios en el rodaje cuando se supo que Charlton Heston tendría un cameo. Y no sólo porque se trata de un venerable veterano de Hollywood.

MONO CON NAVAJA
Charlton Heston tiene hoy 76 años, y es un anciano temible. Presidente de la NRA (National Rifle Association), una organización que justifica y promueve la tenencia de armas en Estados Unidos, es el más fanático de los republicanos, capaz de recitar pasajes de la Biblia mientras se enardece en sus discursos conservadores de patriarca sureño. Heston fue Moisés en el clásico Los Diez Mandamientos, protagonizó Ben–Hur en 1959, y hasta ganó el Oscar a Mejor Actor (!!!) por ese film que costó 15 millones de dólares, convirtiéndose en la película más cara de Hollywood hasta ese momento. En 1968 le llegó el turno de encarnar al coronel George Taylor, el hombre que llegaba al Planeta de los Simios. Treinta y tres años después, aceptó ser un chimpancé en la nueva versión. Pero no cualquier chimpancé: es el padre de Thade (Tim Roth), el villano de la película, un militar obsesionado por la violencia que desea exterminar humanos a cualquier precio. La participación de Heston es un gran chiste: su patriarca simio odia las armas y le explica a su hijo que, sólo por haberlas creado, la humanidad merece ser exterminada. Richard Zanuck explica: “Cuando llamé a Heston para hacer la primera secuela en 1971, él aceptó a condición de que su personaje muriera, porque no quería continuar con la saga. Ahora volví a llamarlo porque el personaje que teníamos para él está viejo, enfermo y también muere. De modo que aceptó muy contento”.
Heston no es el único integrante del elenco original que se homenajea a sí mismo en la versión de Tim Burton. La actriz Linda Harrison no sólo fue Nova en 1968 (una humana muda y bellísima que se unía a Taylor/Heston). Además, durante el rodaje se enamoró de Richard Zanuck y se casó con él. Cuando se divorciaron años después, Linda ya había dejado el mundo del espectáculo y ni siquiera sabía que, tanto el film como su personaje, eran objetos de culto. Cuando su ex marido la convocó para un cameo, ella aceptó encantada. “Estoy en una jaula con Mark Wahlberg. Es sólo un instante: tengo canas y estoy sucia, pero todos van a reconocer a Nova. Es un honor.” Hoy, Linda Harrison va a todas las convenciones de fans de El planeta de los simios y tiene su propia página web.

MONERIAS
Rick Baker trabajó con Tim Burton en Ed Wood, y el año pasado ganó un Oscar por maquillar a Jim Carrey en The Grinch. Pero su especialidad son los monos. Trabajó en King Kong, Greystoke, Gorilas en la niebla y Mighty Joe Young, y fue una elección obvia para actualizar a los simios clásicos. Fan de la primera versión, Baker tenía varias ideas novedosas. En primer lugar le disgustaba que las máscaras ideadas en 1968 no permitieran que los monos mostraran los dientes. “Los tenían pegados al labio de goma”, explica. “Era una lástima, porque los monos son muy expresivos con sus bocas. Además, aquéllos eran todos iguales. Tenían elmismo peinado hacia atrás y la nariz en forma de botón. A mí me gusta diseñar personajes y los monos son tan individuales como la gente. Así que trabajamos en eso.” El maquillaje fue, entonces, bastante complejo. Aplicarlo llevaba entre cuatro y cinco horas, y los actores debían tomar mucha agua, porque los disfraces, recubiertos con piel de yak (angora, en el caso de las monas), se calentaban demasiado. “Fue muy raro al principio”, sostiene Burton. “Hasta que nos acostumbramos. De hecho, hubo un punto en que era más perturbador ver a los actores sin maquillaje.”
Rick Baker le hizo pocos pedidos a Tim Burton, pero le rogó que no contratara a actores narigones, por la sencilla razón de que los monos apenas tienen apéndice nasal. Cuando Burton le informó que uno de los protagonistas sería Tim Roth, Baker creyó que le estaba haciendo un chiste: la nariz de Roth no es precisamente disimulable. “Tim tenía la peor cara posible para un simio. Pero finalmente funcionó. De hecho, eso terminó siendo providencial para las escenas grupales, porque es más fácil diferenciarlo de los demás. Y en las escenas de batallas lucía feroz: su cara es muy extraña.” La batalla en cuestión se rodó en el Valle de la Muerte de California. Otras escenas se filmaron en los campos de lava del todavía activo volcán Kilauauea, en Hawai. La única locación idéntica al original fue el lago Powell en Arizona, y una playa llamada Bahía Independencia, cuyos peñascos fueron acentuados con amenazantes bustos de simios. El diseño visual fue, como siempre, obra de Burton, con la colaboración de Rick Heinrichs, el mismo de La leyenda del jinete sin cabeza.
Tim Roth dejó de lado el papel que le ofrecieron en la versión cinematográfica de Harry Potter para poder trabajar con Burton interpretando al General Thade, el villano de la película y comandante del ejército simio. Le pagaron un millón y medio de dólares, y él dice que disfrutó cada minuto del rodaje porque “fue como volver al cine mudo: había que exagerar todas las expresiones. Como la máscara está pegada a la cara, hay que crear un nuevo tipo de comportamiento: pensar como un animal. De manera que apelé a la vieja y querida tradición acrobática de Burt Lancaster, Kirk Douglas, James Cagney. Mi Thade representa la agresividad de la especie, y es un poco fascista. No le gustan los rasgos humanos que invaden el reino de los simios. Como especie, los encuentra desagradables: huelen raro, y son sucios. Para él son monstruos, y quiere eliminarlos. Es malísimo. Muerde. Fue increíblemente divertido hacerlo”.
A pesar de su maldad, Thade tiene su costado blando. Está enamorado, o algo parecido, de Ari, la chimpancé interpretada por Helena Bonham-Carter. Pero Ari es una activista de derechos humanos, de clase alta, liberal, y detesta todo lo que Thade representa. Burton le ofreció el papel a la británica Helena sin siquiera someterla a una audición. Sólo le dijo: “No lo tomes a mal, pero fuiste la primera persona en que pensé para interpretar a este chimpancé”. Ella se lo tomó con soda, seguramente porque es la sex symbol de la película: Burton le rogó a Rick Baker que la hiciera “lo más atractiva posible para un humano”. Eso fue un problema: “Cuando se mira la cara de un chimpancé, es difícil distinguir entre hembras y machos. Humanizarla hubiera sido grotesco, se convertiría en un monstruo. Además, realmente no sé cómo se hace para que una chimpancé parezca sexy”. La decisión final fue que Ari tuviera un peinado elegante, y que su vestuario fuera oriental, muy femenino. La otra preocupación fue que tanto Helena como su personaje fuman, y el maquillaje era altamente inflamable. Para evitar accidentes, los productores le dieron una boquilla estilo años 20. Una auténtica femme fatale simia.
La bella Ari es la que ayuda al astronauta a escapar, y hay cierta atracción entre ellos. El rumor, antes del estreno, era que Burton había rodado una escena erótica humano–simia. Rumor que se vio acrecentado cuando Mark Wahlberg dijo: “Estuvo bueno besar a Ari porque, abajo de todo ese maquillaje, sigue estando Helena”. Burton, entre horrorizado y divertido, desmintió los rumores: “Se gustan, pero no hay bestialismo enabsoluto. Nunca se habló siquiera de escenas de sexo entre Ari y Leo. Semejante cosa sería sencillamente inconcebible en un film de Hollywood. Nunca podríamos estrenar una película así”.

AUNQUE SE VISTA DE SEDA
Lo cierto es que, luego del estreno, las opiniones están divididas: hay quienes se divirtieron mucho y hay quienes sostienen que el guión es flojo, y que eso es imperdonable incluso en una película de Tim Burton. El Chicago Tribune la definió como “un film con energía refrescante, un súper espectáculo de Hollywood con efectos visuales voluptuosos y lleno de momentos juguetones, ingeniosos e inteligentes”. Paul Clinton de CNN escribió que “Wahlberg debería aprender que es mejor leer el guión antes de firmar contrato. Hacer cine es contar una historia, y todo comienza con el guión. Un guión malo siempre resulta en una mala película. Y nada tiene sentido en ésta. No hay motivaciones verosímiles y el final –si son capaces de quedarse hasta entonces en la sala– es monumentalmente idiota en su desesperado intento por desencadenar una secuela. Wahlberg no dice una palabra en la última escena: sólo se queda ahí parado, boquiabierto. No está solo. Una lástima, porque visualmente es perfecta”. Kenneth Tynan aseguró en el New York Times que “es la película menos sorprendente del verano” y que “el guión no es gracioso cuando quiere serlo, y puede llegar a ser realmente tonto”. El Washington Post es más benévolo, y quizá más justo: “Tampoco elevemos la versión original a la altura de El ciudadano, porque no le andaba ni cerca. Pensemos en este Planeta de los simios de Burton como una diversión para humanos, un espectáculo visualmente maravilloso que nos transporta a otro mundo. No deberíamos pedir mucho más”.

 

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