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CRUCEROS
Tres días en el “Splendour of the Seas”

Leven anclas

En enero, atracará en el puerto de Buenos Aires uno de los cruceros más grandes del mundo. El �Splendour of the Seas�, un barco de 70.000 toneladas, tiene 14 pisos, 280 metros de largo y 90 metros de ancho. Entre Santos y la bahía de Buzios, tres días a bordo de ese castillo flotante por aguas brasileñas.

Textos: Mariano Blejman
Fotos: Gonzalo Martínez

Comienza el viaje. La ciudad de Santos recibe a los tripulantes del crucero “Splendour of the Seas” (Esplendor de los mares) con los brazos abiertos, pero por poco tiempo porque ya todo está listo para la partida. En el puerto abordan la nave los 1800 pasajeros que viajarán (junto a 700 tripulantes) durante tres noches y cuatro días hasta Buzios, ida y vuelta, con una escala en medio del mar, en ese castillo flotante de 14 pisos, 280 metros de largo y 90 metros de ancho.
El puerto de Santos tiene dimensiones enormes, pero al lado de las 70.000 toneladas del barco amarrado a los muelles con poderosas sogas, los operarios de traje gris parecen muñequitos y los containers azules, cajitas de juguete. Los pasajeros entran despacio, descubriendo con asombro los 11 pisos donde la vida sucede a bordo, con el destino fijo de un Buzios paradisíaco. Para llegar al piso tres, donde está nuestro camarote, utilizo uno de los ocho lujosos ascensores centrales. En la puerta, un tripulante de origen filipino nos ha pedido que mostremos la tarjeta azul que nos han dado al abordar, y ha estampado nuestra foto en una base de datos con nuestros nombres. Con esa misma tarjeta, ingresamos al camarote, por un pasillo que –por su perspectiva vertiginosa y cremita– podría ser un buen ejercicio de dibujo para un arquitecto principiante. El camarote tiene dos camas, un televisor con televisión satelital, el infaltable frigobar y un ojo de buey inmenso por donde se alcanza a observar el otro lado del barco, donde está el azul del horizonte. Sobre la cama, espera una lista de las actividades especiales para realizar durante el día.

Soltando arramas Antes de zarpar subimos a cubierta. A una de las cubiertas, en realidad, ya que la parte superior se trata de dos cubiertas. Una, la del piso 10, tiene una gran pileta rodeada por un piso de césped sintético donde florecen las reposeras. Allí, los pasajeros nadarán, le pondrán la cara o le darán la espalda al sol, tomarán jugos, comerán pizza, y algunos bailarán al ritmo de una banda brasileña que tocará todas las tardes durante tres días. En el nivel 11, el suelo ya es de madera. Desde la baranda se observa toda la bahía de Santos, llena de morros bien verdes.
El arribo y partida del crucero ha salido esta mañana en los diarios locales. Y la gente voló hasta la costanera a ver cómo zarpa la inmensa mole flotante. Los marineros desploman las sogas hacia abajo, pero casi nadie se da cuenta de que el barco comienza a moverse hasta que se desprende cada vez más de los muelles. Santos, en este caso, se va marchando, si uno lo mira desde el barco. De pronto suena una inmensa bocina, que atraviesa los cuerpos desnudos de la cubierta. Los pasajeros están sobre las barandas saludando con pañuelos, mientras un montón de barquitos acompaña al colosal crucero, como liliputienses alrededor de Gulliver. Parece una escena de película, pero esta vez es verdad. En el momento en que la nave sale a mar abierto, estallan los fuegos artificiales que preparó el gobierno de Santos y todos explotan de alegría –tan brasileña ¡es cierto!– cuando la proa enfila hacia la inmensidad del Atlántico.

Mar adentro Unas horas después, se podría asegurar que el barco navega, justito, por la línea del horizonte. Pero en el medio del mar, como en la estepa patagónica, el horizonte es circular. Toda distancia se pierde en esa lejanía. Mirando hacia proa o hacia popa, hacia babor o estribor, siempre hay un horizonte de agua. Es curioso, pero casi no hay olas, ni movimiento tan adentro del mar. Pero dentro del barco, sí. Algunos de los pasajeros eligen el gimnasio, otros el solarium. Los más, prueban con el sauna, donde encuentro gente que viaja hace años en crucero y nunca baja del barco durante toda la travesía. Los menos, van a la peluquería, la manicura, los masajes o las clases de yoga. Comienza a atardecer en medio del océano, y es extraño, pocos han subido a cubierta para ver cómo el sol se enfría ocre en el mar, una vez más.
Se fue la luz. Vamos a olvidarnos del mar por un rato, para dedicarnos a placeres más mundanos: es la hora de comer. Para ingresar al restaurante central de dos pisos lujosos, ubicado entre el piso 4 y el 5 (el quinto es para fumadores), todos pisan la alfombra con zapatos bien lustrados. Las mesas están ajustadas al piso, para evitar desplazamientos molestos. Entre los que atienden la mesa, se escuchan voces de todos los colores. Hay asiáticos, africanos, europeos y –recientemente contratados– latinoamericanos. En la mesa se suceden tanto los platos típicos del día, como las recomendaciones del chef, junto a un buen vino tinto. Pero de pronto, mientras comemos, el restaurante se tambalea lentamente. Mece la cuna de nuestra digestión, pero no es grave. Y después viene el postre.
La noche va ingresando –como el barco en el mar– cada vez más adentro. Para muchos, luego de un delicioso menú, el destino propuesto por el mismo barco es el minicasino oceánico sin ventanas, en el piso cuatro. Todos juegan con fruición, intentando calcular el temblequeo del barco en el tragamonedas, la ruleta o la mesa de poker. Algunos intentan ganar unas vacaciones gratis, aunque la mayoría apuesta como para despuntar el vicio. Más tarde, algunos prefieren pasar por el bar Karaoke, otros volver a darse una vuelta por cubierta, o ingresar al salón central, donde se escucha un piano toda la noche. Hasta que al fin, después de la medianoche, se abre en el salón Victoria Crown, la disco del piso once. Cuando ingresamos, el barco sigue mareándose a sí mismo. Afuera, el horizonte ya no está, escondido por la noche detrás de alguna ola.
Buzios, otro esplendor A la mañana, un edificio nuevo amanece en la bahía de Buzios. El crucero ha llegado a destino y ya comienza el desembarco. La inmensa construcción, blanca y desafiante, ha quedado anclada a unos doscientos metros de la costa. Unos pequeños barquitos se desprenden de los costados de la nave y depositan a los pasajeros en tierra firme. Desde allí, la postal del “Splendour of the Seas” comienza a divisarse en su verdadero esplendor. Pero ya es hora de conocer Buzios, otro esplendor, un poco más verde, plagado de playas que se descubren en una descansada caminata. Buzios tiene la escala ideal para recorrerla durante un día, mientras el hotel navegante nos espera del otro lado de la costa. Más tarde, oscurece que no es poco. Mirando desde la costa, el sol se esconde detrás del barco.
De vuelta, un día completo de viaje de Buzios a Santos nos da el tiempo necesario para encontrar al capitán. Lo buscamos en la cubierta Bridge (piso 8), en la cubierta Commodore (piso 7), en la cubierta Marine (piso 6), en la cubierta A (piso 3), en la cubierta B (piso 2). Queda en descubierto: el capitán está en el cuarto piso, de gala, saludando a la gente, con su traje tan blanco y sus botones dorados. Me acerco y le pregunto:
–Si usted está aquí, ¿quién maneja el barco?
–Nadie... –ironiza el Capitán.
Al fin, pienso, ahora manda marinero.

Preparando el abordaje

El crucero “Splendour of the Seas” (Esplendor de los mares), es un barco valuado en 300 millones de dólares, que llegará a Buenos Aires en enero, luego de un recorrido que viene haciendo por la costa atlántica. Para contactarlo se puede llamar a Organfur s.a. Tel.: 4108-5200, Paraguay 610 Piso 22 (CP 1350). E-mail: [email protected], http://www.organfur.com.ar, o visitar el sitio oficial de Royal Caribbean,empresa dueña de los cruceros para ver fotos, fechas y recorridos en http://www.royalcaribbean.com