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Vacas
locas y algo más
Por
Martín De Ambrosio
En
febrero, la ONU asumió que el problema de las vacas locas podía
extenderse a todo el planeta y dejar de ser un mero asunto europeo. Hace
sólo quince años se había conocido el primer caso
de la Enfermedad Espongiforme Bovina (EEB) en Inglaterra. Como sucedió
con la cultura occidental, la EEB puede esparcirse por todo el planeta
a través de las exportaciones que continúan, sin embargo.
El problema sería aún mayor si llegara a entrar en los Estados
Unidos; ya se sabe la potencia de la economía norteamericana para
amplificar la escala.
La EEB se originó cuando los bovinos fueron alimentados con restos
reciclados de ovejas que padecían una enfermedad llamada
scrapie que las enloquecía y hacía que se rascaran contra
los alambrados antes de morir.
Lo novedoso es que el agente de la enfermedad no es una bacteria o un
virus sino una proteína modificada el prion, y no alterada
químicamente sino en su forma estructural.
Los priones existen como proteínas normales en el cerebro pero
modificados pueden ser mortales: a medida que la transformación
ocurre los priones van destruyendo el cerebro. Entre los síntomas
prionistas se encuentran la pérdida de memoria, el insomnio, falta
de control muscular, afasia y otras delicias resultantes del anormal funcionamiento
de cerebro y cerebelo. El descubrimiento del prion mereció el Nobel
de Fisiología y Medicina en 1997. El galardonado fue Stanley Prusiner
que calificó en su trabajo a los priones como un nuevo género
de agentes proteicos que pueden causar enfermedades.
Como suele suceder cuando un nuevo y en cierto modo revolucionario descubrimiento
es hecho público, se generó una polémica, amplificada
por el Premio Nobel. Aun hoy que el consenso parece mayor, existen científicos
que aseguran que estas proteínas no pueden causar enfermedades
por la inexistencia de material genético (ADN o ARN).
Otra de las polémicas tal vez secundaria está
relacionada con la utilización de productos no naturales
o artificiales para la producción agropecuaria. Por
supuesto que debería, antes que nada, utilizarse en forma un poco
más crítica los términos natural y artificial
para no caer en banalidades, como las que suelen adornar los discursos
anti transgénicos. Sea como fuere, la enfermedad de la vaca loca,
que cobra un número creciente de víctimas, produce cambios
económicos necesidad de sacrificar ganado, prohibición
de productos justificado temor y debería producir alarma
en las autoridades responsables de la salud pública.
En
el café
En los cafés porteños, acaso una de las pocas costumbres
de la ciudad que sobrevive de las prácticas iluministas del siglo
XVIII francés, aún se mantiene vivo el diálogo, esa
costumbre que inauguraron los griegos hace 2500 años. Como inicio
del ciclo de charlas de Café Científico, organizado por
el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, y que se inauguró el
martes pasado expusieron el EEB, los doctores José Latorre (director
del CEVAN (Centro de Virología Animal), y Alberto Baldi, investigador
del IByMEConicet (Instituto de Biología y Medicina Experimental).
La charla, por cierto bastante intranquilizante, rondó en torno
de priones, vacas locas y vacas cuerdas. La experiencia inédita
hasta ahora en Argentina sólo reconoce símiles en
Europa, cuyo café científico más famoso es el de
Lyon. La intención es que en cada encuentro se expongan los alcances
de una teoría, se sintetice el estado de conocimiento en un área
determinada, o tal vez se narre el devenir histórico de una disciplina
científica. El, por ahora hipotético, control del mal de
la vaca loca concitó enorme atención en un público
que llenó la Casona del Teatro, en la Avenida Corrientes
1979 preocupado por las consecuencias y posibilidades concretas
de que la enfermedad llegue al país. Señoras, productores
agropecuarios, estudiantes y egresados de las carreras de ciencias médicas
y biológicas, parejas y aficionados a la ciencia en general conformaron
el exigente público que el 17 de abril podrá presenciar
en el mismo lugar la charla titulada Clonación: ama a tu
clon como a ti mismo.
Crónica
Luego de una breve introducción en la que se señaló
la importancia del diálogo y el lugar paradigmático del
café, comenzaron su exposición los científicos. Un
informal José Latorre, que al principio contrastaba con un circunspecto
Alberto Baldi, fue el primero en tomar la palabra. El doctor Latorre comenzó
señalando que el miedo a la vaca loca surge de la ignorancia y
que la ignorancia fue incentivada por las mentiras de los ministros de
agricultura de la Comunidad Económica Europea: Intentaron
hacer algo así como tapar la epidemia con un dedo y eso es lo que
sucede cuando la política y los mercados interfieren en la ciencia
y la salud. La certeza de que a la gente se le estaba mintiendo
y que la ocultación pretendía que los ciudadanos no supieran
algo terriblemente grave, originó lo que Latorre calificó
de psicosis: prácticamente ya no se come carne
en Europa; las cifras indican que el consumo de carne de vaca bajó
un 70 por ciento.
El científico indicó que lo que popularmente se conoce como
el mal de la vaca loca es una enfermedad muy grave y letal, que todavía
no existe en Argentina pero puede venir en cualquier momento. Para cerrar
su primera intervención introductoria, Latorre dijo que el mal
es más grave que el HIV, de modo que los rostros de los participantes
se contrajeron y el café empezó a caer mal.
Luego habló Baldi. Explicó que el agente causal de la enfermedad
es una proteína que todas las personas tienen y que, por un proceso
que todavía no se conoce, adquiere una extraña conformación
de polímeros que asfixian a las células nerviosas. Hasta
el momento no hay cura posible, porque el agente infeccioso no es del
tipo más conocido como las bacterias, virus y protozoos, etc.,
que son los que producen infecciones. Este es un fenómeno a la
vez dañino y maravilloso porque ha cambiado en gran medida la dimensión
de lo malo que pueden conllevar las conformaciones de proteínas
que todos tenemos. El prion, por alguna circunstancia, tiene una forma
extraña de polimerizarse y tapizar las células nerviosas
que al fin termina por asfixiarlas.
Las
delicias de Papúa
Luego el mismo Baldi hizo un recorrido histórico-antropológico,
que resultó muy interesante, por el único caso reportado
históricamente por los estudios médicos. En las primeras
décadas del siglo XX, los indígenas de unas tribus de Papúa
Nueva Guinea padecían una enfermedad que tenía como síntomas
sucesivos temblores, desnutrición, afasia y finalmente la muerte.
Antes de morir, los papúes mostraban una sonrisa extraña
(que los asistentes al café pudieron ver a través de un
proyector que mostró filminas con fotos de los enfermos) mientras
eran sostenidos por familiares. Por esa sonrisita característica
la enfermedad se conoció como kuru, que en el idioma local significa
sonrisa de la muerte. Parece que, según contó
Baldi, los indios practicaban algunos rituales que incluían la
ingestión de cerebros de muertos, hubiesen estado sanos o no. En
el rito participaban un brujo, mujeres y niños. El brujo formaba
un pastiche en el suelo con pastos, cerebros de muertos, orina, heces
y un poco de sal, para darle gusto. Y después el brujo lo entregaba
para que mujeres y niños lo comieran (Baldi señaló
como curioso que el brujo también enfermaba). Hacia la década
del 40, los infectados de kuru llegaron a 400. En ese momento, el
cacique, con sabiduría, ordenó suprimir el rito y así
se redujeron los casos. El kuru, según afirmó el científico,
es una enfermedad espongiforme con similitud con la de las vacas locas,
el síndrome Creutzfeld-Jacob. Si bien había cierta homología,
Baldi se ocupó de decir que la identidad no es completa y que evidentemente
no se trata de la misma enfermedad.
Prion,
prion
La cuestión es que una de las novedades que introdujo el estudio
del mal de las vacas locas, fue la aparición de un nuevo concepto
de los componentes que no tienen información genética y
conforman los músculos: Las proteínas son moléculas
que tienen una estructura muy compleja, con conformaciones espaciales
en forma de espiral, hojas plegadas, designadas según la función,
continuó Baldi. En el mal de las vacas locas no hay virus, sólo
proteínas, no existe el material genético en el origen de
la enfermedad. La proteína alterada se ingiere, llega al sistema
linfático y provoca los severos síntomas que llevan a la
muerte. Los experimentos indican en forma casi inequívoca
cómo las enfermedades son transmitidas por proteínas. Después
de que el individuo las come, las proteínas alteradas llegan al
cerebro y se producen modificaciones macroscópicas del cerebro,
visibles, con sintomatología clínica severa antes de la
muerte, completó Latorre. Este agente no tradicional alteró
el cerebro de los vacunos y de buena parte de la comunidad científica.
Entre otros antecedentes de enfermedades espongiformes en animales, Latorre
señaló al scrapie, una enfermedad natural de ovinos y caprinos
que fue descripta en 1760 y es letal para el hombre; también la
encefalopatía transmisible del visón; y la encefalopatía
espongiforme bovina, nombre médico del mal de la vaca loca que
quiere decir algo así como enfermedad del cerebro de los
bovinos que se pone como esponja. También puede suceder con
animales domésticos como el gato, de modo que si alguien posee
un minino al que le dio alimento balanceado y luego lo nota un tanto nervioso
es porque el alimento había sido importado de Europa con priones
de harinas de huesos.
Ahorrar
salud
Respecto de la cuestión de cómo fue posible que las
vacas enfermaran por canibalismo, José Latorre señaló
con énfasis que la economía esa ciencia tan dudosa
como la alquimia, al decir de Jorge Luis Borges influyó en
laaparición de la patología. La alimentación de bovinos
herbívoros con alimentos basados en harinas cárnicas para
ahorrar y no desperdiciar ni el grito del animal sacrificado fue una de
las causas de la aparición de la enfermedad que se transfirió
con rapidez al hombre.
En este punto surgió una amable controversia entre los expositores:
Baldi sostuvo que Inglaterra lugar de origen del problema
lo hizo principalmente por ignorancia y no por perversidad, dado que hacía
mucho tiempo que se alimentaba al ganado de esta manera. Por su parte,
Latorre insistía en la culpabilidad de los gobiernos que trataban
de mitigar el alcance de los casos. Y, específicamente Gran Bretaña,
que siguió vendiendo ganado en pie a India y Brasil. Otra cuestión
importante, según Latorre, fue la de los subsidios a la producción
agraria europea que hace que países sin las condiciones naturales
necesarias para esta producción realicen notables esfuerzos tecnológicos
y monetarios para no tener que importar demasiada materia prima y, de
paso, evitar la bancarrota de los productores autóctonos. Estos
subsidios, que a ellos les producen beneficios, a nosotros nos arruinan
la economía. Entonces, hay culpables de ésto y debemos decirlo
claramente. Son los subsidios que hacen que Francia produzca tanto ganado
como lo que nosotros exportamos por año porque alimentan a los
bovinos así. Hay un fundamento, no es el hecho casual de que se
comieron una ovejita y surgió todo el problema. Hay un tema económico
que es un debate público que hay que dar desde la ciencia.
Preguntas,
preguntas
Luego de las exposiciones iniciales, la gente que atiborraba la Casona
se lanzó a preguntar. Las cuestiones se sucedieron en torno a las
posibilidades concretas de enfermar y los vehículos de contagio.
Los consejos de los doctores fueron claros: No consumir ningún
tipo de producto que provenga de Europa, incluidos cosméticos (!)
que utilizan derivados vacunos. Para no correr riesgos, yo no usaría
ningún medicamento francés hecho con cerebro. Ni loco. Celuloterapia
menos, porque la gente se muere, no de priones, sino de los virus que
tienen esas porquerías que se inyectan para tratar de rejuvenecerse.
Es una cosa incontrolable.
También aclararon que respecto del tiempo de incubación
en personas es fundamental la existencia o no de predisposición
genética y que depende la aparición de la enfermedad del
órgano de la vaca que haya sido ingerido. Si se tratara de una
molleja con gran cantidad de priones el riesgo sería obviamente
mayor. En el caso de las enfermedades genéticas como el kuru de
Papúa, el tiempo de incubación se mide en años: entre
6 y 18. Al respecto, Baldi dio una respuesta técnica interesante
al incluir la antigua teoría del dosaje. Cuanto mayor es
la carga viral o proteica, más grave es el problema. Depende de
la ingesta o el dosaje. Pero, la infección por priones es sumamente
particular. En general, cuando se ingieren, las proteínas son digeridas
y se forman trozos de 2, 3 o 4 aminoácidos, cortados por los jugos
digestivos para que puedan llegar a la sangre. Sin embargo, con los priones,
la digestión, no se sabe por qué, toma otros mecanismos
y pasa la proteína completa al sistema linfático que la
transporta al sistema nervioso. De manera que se conoce muchísimo,
pero todavía se necesita conocer mucho más.
Entre los productos europeos que sería preferible evitar están
también los lácteos, que por paradójico que fuese
se comercializan en los supermercados argentinos. Latorre remarcó
que existen riesgos en los lácteos, en los chocolates, y otros
productos, por lo tanto siempre es aconsejable la prevención. Sería
bueno que no estuviera permitido la venta de estos productos, pero sigue
el comercio vil. Por eso hay queexigir a las autoridades un control férreo,
para que no aparezca lo que puede ser una epidemia. Evitar los chocolates
Cadbury es una buena medida, por ejemplo. También pueden tener
priones las cápsulas de los remedios que están hechas con
gelatina de bovinos. No es la intención generar alarma, pero es
la realidad.
Uno de los participantes, desde una mesa del costado, afirmó que
no es casual, sino que por el contrario hay una relación causa-efecto
entre el achicamiento del Estado y la dispersión del mal; al punto
de que cuando se reforzaron los controles en Gran Bretaña hubo
menos casos. Latorre completó: nuevamente es el comercio
vil que aparece. Se relajan los controles y aparecen los funcionarios
festejando (como sucedió recientemente con los funcionarios argentinos
sin aftosa) para que se puedan exportar los productos que localmente no
se consumen.
Otro de los activos participantes fue un productor de Pergamino que, en
una de sus participaciones, afirmó que en la Argentina se produce
harina de carne y lo hacen todos los frigoríficos. Lo que sucede
es que como resulta más económico poner a las vacas a pastar
libremente no han surgido aún casos de vacas locas y, entonces,
la harina de carne se utiliza para alimentar a aves y cerdos.
Visión
positiva
Optimismo. Esa palabreja inventada por Voltaire, fue usada por los
científicos para evitar que el pánico hiciera atragantar
a los presentes con medialunas. La perspectiva es una vacuna que se está
trabajando en ratones y que reduce las placas enfermas y aumenta la vida
del ratón, cosa que se debe tomar con cuidado porque los ratones
no tienen de por sí una vida muy extensa, ni muy entretenida.
La vacuna (vacuna, justamente vacuna: la etimología de la palabra
es bastante transparente) produciría anticuerpos contra la parte
activa de la enfermedad. Se hizo la vacuna contra porciones de la proteína
enferma de tal modo que el animal pudiera formar una barrera inmunológica.
La vacuna podría funcionar en humanos pero hay que esperar,
porque siempre primero se hacen los ensayos clínicos, no sé
cuántos años se tardará, pero ya se está trabajando
en el asunto. Hay una esperanza, no seamos tan negativos, si no, viviríamos
todos aterrados porque nos vamos a morir por la soja transgénica,
por la vaca loca o por lo que fuera, concluyó Latorre luego
de más de dos horas en el café.

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