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Jueves 28 de Junio de 2001

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DANIEL “SEMILLA” BUCCIARELLI, PINTOR ABSTRACTO Y BAJISTA DE LOS REDONDOS

Un lienzo para tu soledad

Camarada histórico del tándem Beilinson–Solari, el bigotudo siempre mantuvo un riguroso perfil bajo en medio de la todopoderosa maquinaria ricotera. Aquí, el artista solitario habla de sus cuadros, su filosofía, su relación con la jefatura de los Redondos y de por qué prefiere quedarse en Floresta aunque el Indio siga recomendándole visitar Nueva York.

POR CRISTIAN VITALE

Daniel “Semilla” Bucciarelli, bajista de Los Redondos desde 1982, materializa su caótico inconsciente sobre telas manchadas con seres incongruentes. El surrealismo de Semilla puede entenderse como el signo de un espíritu confuso, pero exteriormente calmo. Y también liga con cierta conducta artística libertaria que caracterizó el principio de los Redondos. “Pintar es una manera de encontrarme, una terapia que revela una necesidad espiritual contenida. Soy un tipo de perfil bajo y no sé qué sería de mí sin la pintura”, cuenta.
Semilla es tal cual se pinta: introvertido, enjuto, poco afecto a las reuniones sociales y obsesivamente casero. Lejos de lo que un “desangelado” puede imaginar como arquetipo redondo, el bajista, de 41 años, sale muy poco de su casa. Apenas una semana atrás expuso sus obras experimentales en el bar Beckett, pero sólo asistió el día de la inauguración. “No me gusta andar haciendo relaciones públicas, entregarme a los mecenas. Prefiero que la gente común pueda ver lo que hago”, sostiene.
Por eso, además de las obras experimentales que expone en las muestras formales –próximamente expondrá en el Centro Cultural Recoleta–, pinta sobre papel de diario reciclado y los pega en paredones escondidos de los barrios porteños. “Lo hago porque hay gente que nunca ve un cuadro. La idea es que el pueblo mire arte en vez de publicidad.” Esta tarea mesurada, desinteresada, parece contrastar con la popularidad y el descontrol que encuentra en cada recital redondo –el próximo será en agosto, en Córdoba, la provincia natal del bajista– y determina la mitad de su lugar en el mundo: entre la adrenalina rocker y la introspección catártica de la pintura.
–¿Alguien le da bola a tus cuadros?
–No sé. Yo vine el primer día, nada más. Pero, por lo que me cuentan, vienen los chicos y se copan.
–¿Y qué cosas alucinan cuando los ven?
–Miles de historias. Me preguntan qué es lo que quise pintar y les respondo que nada. Porque es así: no pienso en nada cuando pinto.
La pintura es como la música, te gusta
o no te gusta. La sentís o no la sentís.
No hay secretos racionales en esto.
–¿Cuándo te surgió la necesidad espiritual de pintar y dibujar?
–Soy un tipo muy para adentro. Por eso considero a la pintura como mi cueva, mi refugio.
–¿No sentís lo mismo por la música?
–La pintura es más solitaria. En la música, en cambio, tenés que compartir tu arte.
Es menos personal.
–¿Tuviste algún acercamiento intelectual
a la pintura, o la concebís sólo como
algo sensorial?
–Nunca quise estudiar. Me gusta que mis dibujos salgan espontáneamente. Genero mi propio código. Conocí mucha gente que fue a Bellas Artes y la carrera le comió la imaginación. Los conocimientos que adquieren respecto de la técnica, lo pierden en capacidad para crear su propio mundo. La pintura está adentro, sólo hay que saberla sacar.
–¿Y por dónde pasa tu aprendizaje entonces?
–De maneras no muy convencionales: yendo a ver cuadros, leyendo libros...
–¿A qué escuela artística adherís?
–Al expresionismo abstracto y al surrealismo. Por lo general, me gustan las escuelas que han roto con el pasado. Pero no analizo mis cuadros. Sólo me dedico a pintar y pintar. Presumo que, cuando sea viejo, me dedicaré a analizar qué quise expresar en cada uno de ellos. Pero ahora tendría que inventarte una hermosa historia basada en una mentira absoluta. No sé lo que dibujo.
–¿Cuál es tu método?
–Imagino una historia y empiezo a manchar. Después mezclo materiales y salen esos monstruitos. Son signos de mi libertad. Pintando me siento libre, mucho más libre que con la música.
–¿Podés definir un vínculo concreto
entre la pintura y la música?
–Los estados emocionales. Recién ahora estoy tratando de vincular la música con la pintura, haciendo animación. Ahora estoy tocando el acordeón, pero no sé con qué voy a salir en el futuro. Por el momento, estoy investigando en mis raíces, con sonidos ligados al vals y a canciones italianas.
–¿Cómo te llevás con Rocambole,
el otro dibujante redondo?
–Casi ni me llevo. No se dio ninguna amistad con él. Somos los dos bastante cerrados, nos cuesta bastante hablar. Diría que somos dos artistas de piedra.
–¿Qué lugar ocupan Los Redondos en tu mundo?
–Aprendí mucho de ellos. Me hicieron entender el concepto de la disciplina, algo que para mí no existía en absoluto. Me cuesta mucho terminar con mis trabajos, mis cuadros. Se libera el inconsciente y el método se me va al carajo. Cuando dibujé la tapa de Lobo suelto, Cordero atado, tuvieron que venir a casa y sacarme el dibujo, porque no lo terminaba nunca. En este punto, creo que Los Redondos significaron para mí un cable a tierra.
–De todos modos, el hecho de vincular la música con la pintura parece relacionarte con la “etapa multimedia” del grupo...
–Sí, todas las experiencias que acumulo con ellos me quedan en el inconsciente y es muy posible que después las exprese pintando.
Muchas veces, las letras del grupo
me han servido de inspiración.
–¿Cómo es tu relación con Skay y con el Indio?
–Nos vemos muy poco. Sólo en los ensayos. Lo que pasa es que cada uno está en lo suyo, y yo no salgo nunca de mi casa. Estoy siempre laburando adentro. Soy muy casero. El Indio, cada vez que viene de Nueva York, me dice: “Tenés que ir, mata lo que hay allá”, pero yo no me muevo de Floresta. Las cosas sociales me ponen nervioso. Por suerte, Los Redondos se hacen cargo del ámbito social, de las notas y todo eso, mientras yo me quedo tranquilo en casa.

Ese hotel

El otro artista plástico de la escudería ricotera, Rocambole, expondrá sus trabajos en el hall del Hotel Savoy de Olavarría, este sábado a partir de las 19. Por si no lo recuerdan, se trata de la misma ciudad en que, cuatro años atrás, el intendente local, Helios Eseverri, decidió suspender el show que los Redonditos de Ricota iban a dar ahí. Y se trata, además, del mismo hotel en que la banda se alojó durante su estadía, en cuya planta baja se concretó la histórica conferencia de prensa y a cuyas puertas salió un asediado Indio Solari a hablarles a los seguidores que se congelaban esperando una buena noticia. Que el autor de todas las tapas de Patricio Rey desembarque con una muestra en ese lugar parece un buen chiste de la Historia, pero es cierto. Intendentes censores, abstenerse.