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CEREMONIAS DE LA AGONIA Y MODALIDADES
DEL DUELO EN EL DESARROLLO DE LA CULTURA
Sueño perdido de una muerte amaestrada

Hubo un tiempo �sostienen los autores de este artículo� en que la muerte estaba �amaestrada�; estaba �bajo el dominio� de la cultura, no porque se supiera vencerla sino porque se sabía esperarla y saludarla con rituales gobernados por el mismo sujeto que iba a morir. Pero, junto con los avances en la lucha por prolongar la vida, el sujeto ha perdido ese cauto dominio: la muerte está excluida, �forcluida�, y esto repercute en los duelos que cada uno debe vivir.

Por Martín Smud y Eduardo Bernasconi *

El trabajo de Gisela Farias publicado en 11 de enero pasado en Página/12, bajo el título “Las maneras de recuperar el buen morir”, nos lleva a plantar algunas reflexiones sobre el duelo, en la clínica y en la sociedad actual, empezando por una referencia histórica.
Durante mil años y hasta el comienzo de la Edad Media, se desarrolla un período que, siguiendo la clasificación de Philippe Ariès, llamaremos de “la muerte amaestrada”: el sujeto tenía amaestrada su muerte, la tenía bajo su dominio. La muerte “avisaba” cuándo iba a actuar, y quien recibía el aviso era el que iba a morir. No era el médico el que anunciaba cuántos meses de vida le quedaban al paciente sino, al revés, las personas les comunicaban al médico la proximidad de su muerte. Cada persona sabía, “por naturaleza”, cuándo le llegaba su momento de morir.
Habiendo recibido ese “aviso”, él mismo comenzaba a llevar adelante un ceremonial. En su habitación, desde su lecho, se dirigía a los vivos. A ese lecho se acercaba todo familiar que tuviera que ver con el muriente, y también el cura, el escribano, el abogado, el médico. Se acercaba la comunidad. En el lecho se preparaban los testimonios, se redactaban los testamentos; se dejaban las cosas preparadas para el tiempo posterior a la muerte. El que iba a morir estaba en tránsito y en esa condición era visitado con solemnidad y respeto.
En aquella época se moría en público. Era muy importante la actuación del que estaba muriendo. A su alrededor estaba toda su familia. No se excluía de esta situación a los hijos; aun los más pequeños acompañaban a la persona que moría.
La gente esperaba la muerte. Aquel a quien había tocado el aviso esperaba, yacente. Hasta la muerte duraba la ceremonia pública organizada por el propio agonizante. La ceremonia tenía su protocolo, que todos observaban interesados porque, a su turno, ellos mismos deberían realizarlo. La muerte era parte de la herencia que se pasaba de padres a hijos. También por eso era importante que estuvieran los niños. La muerte era pedagógica.
Ya se sabe que hoy, en cambio, impera el afán de apartar a los niños de las cosas de la muerte. Philippe Ariès dice: “Hoy los niños saben la fisiología del amor, saben del sexo, del coito, pero, cuando el abuelo ha muerto, les dicen: “Se fue de viaje...”. Sólo se alude a la muerte haciendo de ella una ficción, “se fue de viaje”, “se fue al cielo”; la muerte sólo puede ser contada a condición de hacer de ella una historia de chicos.
Entrando ya en la modernidad tardía, una suma de factores fue generando un cambio dramático en la forma de morir. Se trata de lo que Ariès denomina “muerte excluida”. El que está muriendo no puede hacer nada; es un participante sin voz ni voto en su propia agonía. Todo lo deciden por él. Se empieza a engañar al muriente, es mejor que él no sepa la gravedad de su enfermedad; siempre “por amor”, “por su bien”, se trata de disimular sobre la enfermedad del otro, sobre su muerte. “Murió sin saber que iba a morir”.
Con el desarrollo de la ciencia moderna, la medicina se hace capaz de meterse con la muerte y cambia su paisaje. Del hombre que moría en su lecho, se pasa a morir en los hospitales. Si en otro tiempo la muerte avisaba al muriente, hoy el muriente está entubado, ligado a un respirador artificial y a un tiempo de muerte que no le pertenece.
Y actualmente se discuten los criterios de lo que podría llamarse la calidad de muerte. Curiosamente, tratándose de los animales, nuestras mascotas, los veterinarios privilegian la calidad de la muerte. A los animales domésticos, cuando ya no hay placer ni autonomía ni futuro en sus vidas, se les administra una inyección letal indolora. Para los seres humanos, lo que se privilegia es que sigan viviendo, lo más que se pueda, al costo que sea.
En los humanos, el tema de la calidad de muerte remite al derecho a tener una muerte digna. Y esto se relaciona también con la noción de duelo.
La muerte está socialmente excluida, no hay lugar para la muerte. Entonces, parecería que el duelo por el muerto no pudiese prolongarse por más de 48 horas, bajo riesgo de que ese duelo se constituya en “patológico”.
Es claro que las variaciones en la concepción de la muerte ligadas a los tiempos históricos no explican las variaciones singulares que encontramos con relación al morir. Sin embargo, cada muerte y cada duelo dependen también de lo que cada sociedad va construyendo acerca de la manera de morir y de duelar. Lo contextual condiciona al sujeto, además de estructurarlo, e incide en la forma como se desarrolla cada duelo, aun en sentimientos tan íntimos como la culpa, la vergüenza, la lástima. La sociedad tiene una manera instrumentada de morir y, hoy por hoy, a quien prolonga su duelo lo consideran como “enfermo”, porque en la sociedad de hoy hay que seguir la lógica del keep-busy, hay que mantenerse ocupado, “no te podés quedar”.
Para Sigmund Freud, la muerte y la sexualidad eran como los dos agujeros en el inconsciente. En este siglo los temas de sexualidad salen a la luz, pero en la cuestión de la muerte acontece una exclusión: la muerte es dejada afuera, es forcluida. La muerte es alejada de casa y se ubica en el hospital moderno. ¿Por qué no morir en casa? La muerte se percibe como algo sucio, y no hay cosa más combatida en nuestra sociedad que la suciedad. A nuestra sociedad de consumo se la caracterizó, en la década del 80, como “la cultura del jabón en polvo”. Esa ama de casa que se esmera por tener todo limpito, oliendo los buenos olores de esos buenos productos, se pondría como loca con un muerto en casa, ese muerto que tiene mal olor, que parece sudar. Un muerto es algo fuera de lugar en nuestra casa hoy en día: hubo que trasladarlo al hospital, como dice Ariès, clean and civil.
Y esto tiene que ver con el psicoanálisis. No solamente el cuerpo del muerto huele mal: sino todo aquel que hable de más de este tema huele mal. No hay tiempo que perder, keep busy, y, si bien quien no demuestra duelo es recriminado, el que se obstina en hablar demasiado del muerto también es sancionado: “Bueno, ya está bien...”. El final del duelo queda en quien escucha mientras que el enlutado, sin poder hablar, se angustia. Pero ahí puede entrar el psicoanálisis, no con la pretensión de un objetivo como el “cambio de objeto” sino para habilitar un espacio donde se pueda hablar. Y esto, como se ve, es subversivo.

* Autores del libro Sobre duelos, enlutados y duelistas (ed. Lumen).

 


 

LA SUBJETIVIDAD AMENAZADA POR LA "GUERRA A LA SALUD REPRODUCTIVA"
Qué es hoy la “libertad de vientres”

Por Irene Meler *

Una de las primeras medidas de George W. Bush ha sido reinstalar lo que se llamó “la política de Ciudad de México”, que consiste en bloquear el suministro de fondos para planificación familiar a aquellas organizaciones internacionales que utilizan sus propios recursos para desarrollar actividades conectadas con el aborto. Algunos senadores demócratas declararon que de este modo la administración Bush declara la guerra a la salud reproductiva de las mujeres más pobres del mundo.
La “libertad de vientres” de la modernidad tardía no pasa, como en el 1800, por garantizar que los niños no nazcan esclavos. En nuestro tiempo, el vientre, metáfora del útero, se percibe como perteneciente a las mujeres, no a los hijos que allí albergan. La revolución sexual de la década del 60 instaló, junto con la anticoncepción química, un nuevo territorio de posibilidades culturales y subjetivas para las mujeres. O al menos para algunas, las más educadas, las más modernizadas, que inauguraron su derecho a elaborar un proyecto, una estrategia de vida, y esta planificación fue realizada a título individual, hecho inédito para seres ancestralmente cautivos en las redes del parentesco. Más allá de ser hija de tal o esposa de cual, ella, la mujer “liberada”, pudo pensarse como individuo, con un proyecto personal de educación y trabajo que le permitieran mejorar su estatuto social y abrir para sí y para sus hijos posibilidades impensadas. La anticoncepción segura fue el requisito que permitió el despliegue de estas nuevas subjetividades y de estos proyectos de vida diferentes de los tradicionales.
Aquellos que son expertos en las trampas de lo inconsciente tal vez sonrían ante la pretensión voluntarista de elaborar un proyecto, sabiendo con qué frecuencia los oscuros deseos que nos habitan juegan malas pasadas a nuestros propósitos manifiestos. Quienes hayan conocido los malestares posmodernos, el divorcio, la soledad ciudadana y el desamparo, es posible que se cuestionen acerca de si la épica de los 60 no fue engañosa, otra ilusión malograda.
Esa es una trampa nihilista que debemos evitar. La emancipación femenina no prometió felicidad sobre esta tierra, sino algo mucho más modesto: la posibilidad de ser sujetos, la gestación de una subjetividad femenina allí donde antes las mujeres fueron reducidas a la condición de objetos de los deseos de otros. Y esta posibilidad es hoy atacada por la reactualización de las posturas conservadoras.
Pese a la magnitud de las poblaciones afectadas, y a los efectos nocivos que la falta de sostén para los programas de promoción de la salud reproductiva tendrían sobre la morbimortalidad materna e infantil, quedarán muchos que consideren que esta cuestión no los afecta de modo directo. Sin embargo, todo aquello que tienda a perpetuar la subordinación de las mujeres encubre tras el argumento aparentemente respetable de la defensa de la vida, el propósito de reducir, controlar, el ejercicio de las libertades individuales. Y éste es un logro respetable y defendible, aunque se encuentre limitado por lo que ignoramos de nosotros mismos.
Las mujeres pobres parecen estar muy lejos de las más afortunadas que, en última instancia, hemos recurrido a sus servicios para desarrollar nuestras carreras. Los hombres de sectores medios las verán todavía con mayor distancia. Pero a la hora de limitar el ejercicio de las libertades personales, que pasan en el caso de las mujeres por el derecho a regular la fecundidad y así hacer posible la educación y el trabajo, se comienza por los más débiles, pero nunca se sabe dónde se detendrá esa tendencia regresiva. Recordemos el conocido poema de Brecht, en el cual el autor describe de forma vívida la indiferencia ante la persecución de otros sectores sociales y la constatación tardía de que ahora están tocando a mi puerta.

* Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA).

 


 

RESPUESTA A LA “MAQUINA DE PRODUCIR ORGASMOS”
“Estamos tranquilas con nuestro goce”

Por Virginia Martínez
Verdier *

Las mujeres podemos quedarnos tranquilas con nuestro goce sexual. De ahora en adelante tendremos asegurados nuestros orgasmos con sólo apretar un botón. En este caso, el botón no es una forma de llamar al clítoris, sino el botón de un aparato mecánico que –según se anunció hace unos días en los medios periodísticos– se ocupará de todo. ¿Se ocupará de todo? Creo que no. Y, además, puede provocar perjuicios perdurables.
La sexualidad es una energía vital que integra componentes biológicos, psicológicos, sociales y culturales. Para que la sexualidad sea satisfactoria, es de esperar que el conjunto de estos componentes se complementen armónicamente en cada persona con un mapa erótico saludable. El despliegue del erotismo es fundamental para que las experiencias sexuales sean vividas placenteramente.
Los trastornos sexuales femeninos suelen deberse, en su gran mayoría, a motivos emocionales, al tipo de relación de pareja, a la educación recibida, a las experiencias vitales y al contexto cultural de cada mujer. Las causas orgánicas de las perturbaciones sexuales femeninas son de muy baja incidencia, especialmente en la ausencia de orgasmo.
Fisiológicamente, el orgasmo femenino está dado por las contracciones de los músculos que rodean a la vagina y que son decodificadas por el cerebro como intensamente placenteras. Todas las mujeres alcanzan el orgasmo a través de la estimulación del clítoris, órgano sexual que no tiene otra función que la de brindar placer. Algunas mujeres descubrieron que, además del clítoris, tienen una zona en la parte superior más externa de la vagina que, estimulada, también descarga el orgasmo: es el “punto G”.
Más allá de cuál de las dos zonas sea estimulada, el orgasmo integra toda la vulva como respuesta a una excitación sostenida y a una adecuada estimulación genital. “Adecuada” significa que para cada mujer existe una manera particular y aun en ella dependerá de su momento vital y de su compañero sexual.
Dejando de lado los motivos más profundos que pueden impedir que una mujer dispare su orgasmo, la anorgasmia suele deberse al desconocimiento de las propias sensaciones y del funcionamiento de sus genitales, a bajos niveles de excitación por un juego sexual pobre y a escasa o mala estimulación clitoridiana.
El dispositivo electrónico productor de orgasmo sólo tendría sentido terapéutico en las anorgasmias de origen orgánico irreversible (por trastornos neurológicos, endocrinos y ciertos medicamentos que bloquean la descarga orgásmica). Cuando las causas no son orgánicas, la solución mecánica, al disparar el orgasmo, automatiza una reacción que deja de lado el erotismo y puede crear una dependencia facilista que le impida a la mujer investigar sobre sí misma y aprender a tener sus orgasmos con libertad, sin necesidad de más ayudas externas que las acordadas durante el encuentro sexual consigo misma o con su pareja.

* Psicóloga y sexóloga. Directora de Sexología en la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA).

 

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