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Música y Leyenda
The La’s y ¿dónde está Lee Mavers?

EL GRABADOR OCULTO

Después de años de espera, la discográfica tuvo que secuestrarle las cintas del estudio de grabación para editar su único disco. En 1990 el hit “There She Goes” fue recibido como lo mejor del pop inglés en mucho tiempo. Pero, convencido de que lo grababan en secreto para arrancarle un disco en vivo, Lee Mavers abandonó The La’s y nunca más se supo de él. Dicen que graba obsesivamente una y otra vez “There She Goes”, que es un heroinómano, que ya está recuperado, que tiene grabadas decenas de canciones increíbles. Y ahora dicen que está por aparecer.

POR RODRIGO FRESAN

En octubre de 1990, decenas de críticas saludaron la salida del primer álbum de la banda de Liverpool (gran ciudad para formar un grupo de rock) llamada The La’s (gran nombre para un grupo de rock) como lo más grande en mucho tiempo, lo largamente esperado, el retorno triunfal a las fuentes inmaculadas del más puro pop británico. Alguien, sin embargo, no estuvo de acuerdo con tanta felicidad triunfal. “Mierda, es el peor disco del mundo. Lo odio con toda mi alma”, escupió Lee Mavers. Y el pequeño detalle era que Lee Mavers (gran loco) no era otro que el líder de una banda de Liverpool llamada The La’s. El disco en cuestión -titulado con perfecto minimalismo pop The La’s– acaba de ser relanzado en versión digitalmente remasterizada y con cinco temas extras. Una década después los críticos siguen pensando exactamente lo mismo que entonces. Y Lee Mavers también.

LEE: UNA INTRODUCCION
Alguien escribió que “la Naturaleza aborrece el vacío, pero la mitología rock lo adora”. Abundan los casos ejemplares como el misterio profundo y sureño de Robert Johnson o la autolobotomía química de Syd Barret. De eso trata –también, un poco– la historia de The La’s y de su factótum Lee Mavers: del vacío absoluto que sigue a un estallido, pero esta vez enaltecido por una perturbación monacal y obsesiva más cercana al escritor J. D. Salinger que al retiro paranoico de Brian Wilson. La pauta de comportamiento, aquí, es el ser obsesivo hasta extremos patológicos. La palabra clave es retro –esa curiosa forma de ser moderno mirando para atrás– y ya se nota en el rostro de Lee Mavers. Hay algo perturbador en las fotos de este nativo de Liverpool con 38 años de edad, cuatro hijos y un sólo disco en el currículum. Una especie de perfecto destilado fisiológico y lombrosiano de lo que debería ser y era un rocker de los dorados 60: los anteojos negros de Dylan, el flequillo Beatle, los labios Stone. El efecto se continúa con la música de Mavers: la guitarra cantarina de The Byrds versionando “Mr. Tambourine Man”, la voz intensa del primer y más verosímil Jagger, las armonías escalonadas de Lennon & McCartney. Pero mientras el rock acuariano le cantaba, siempre, al deslumbramiento del primer amor o a la inminente victoria en una revolución cósmica y lisérgica, el rock más canceriano de The La’s parte desde una derrota bien prozac y vuelve a partir y siempre está partiendo.

LEVANTAD, ROCKEROS, LA CANCION DEL TEJADO
The La’s –dicen los que saben de esto– ayudó a redefinir lo que significaba ser británico dentro de una banda británica. “La misión de Oasis es terminar lo que empezó The La’s”, explicó Noel Gallagher en 1994. El mapa y las instrucciones para las maniobras a realizar era un disco de doce canciones, grabado en demasiados lugares entre 1987 y 1990, con numerosos cambios en la composición del cuarteto, demasiados productores, y que con un total de 35,17 minutos se las arreglaba para patear el tablero y poner la mesa al mismo tiempo. The La’s se oye, hoy, del mismo modo en que se contempla uno de esos misterios atemporales del tipo El ciudadano: imposible definir con exactitud en qué época se hizo por sentirse tan presente, pretérito y futuro al mismo tiempo. El “Rosebud” de The La’s, su trineo secreto, es el track número 5. Una canción eterna titulada “There She Goes” que –no importa que sea una oda a la heroína o una apología masoquista al amor no correspondido– parece haber estado siempre allí. Hacer la prueba: ponérsela a alguien que no la haya oído y contemplar, satisfecho, su imposibilidad a la hora de ubicar esa canción que jura haber escuchado hasta el hartazgo, pero cuyo título e intérpretes no puede recordar. La primera versión en single de “There She Goes” apareció en noviembre de 1988 y alcanzó el puesto 59 en Inglaterra. El single “new version” que se editó en octubre de 1990 como parte de la promoción del long play trepó hasta el número 13 empujando a The La’s hasta el puesto 30 de los más vendidos. Y eso es más o menos todo, amigos. Un video de “There She Goes” muestra a The La’s –por más que Lee Mavers haya negado desde siempre el influjo de los Fabulosos Cuatro– en un blanco y negro digno del Anochecer de un día agitado de Richard Lester. Uno de esos videos que se puede ver todo el tiempo. Están los que afirman que ahora mismo, en algún lugar de Liverpool, Lee Mavers graba por millonésima vez una millonésima versión de “There She Goes” hundido en la oscuridad solipsista de una canción perfecta a la que se ha vuelto un adicto sin posibilidad de desintoxicación. Están los que juran que Lee Mavers tiene registradas cientos de canciones nuevas del nivel de “There She Goes”, pero no tiene ganas de que sus fans las conozcan porque, después de todo, Lee Mavers no conoce ni quiere conocer a sus fans. Están los que consideran que alcanza y sobra con “There She Goes”.

JUSTO ANTES DE LA GUERRA CON LA DISCOGRAFICA
“Algunos discos nacen siendo grandes, otros alcanzan la grandeza con el tiempo y a otros se los vuelve grandes sin que lo sean. Y, además, está el caso único de The La’s”, escribió hace poco Pat Gilbert en la revista Mojo con motivo de la resurrección remasterizada de todo el asunto. Lo que tiene su gracia, si se lo piensa muy poco: el hecho de que un disco retro/low-fi preocupado por la búsqueda de un sonido esquivo y primordial haya sido embellecido por las técnicas más modernas de grabación. Seguro que a Lee Mavers no le causa ninguna gracia todo esto. Pero algo hay que reconocerle al obsesivo y ese algo es una postura que –más allá de sus evidentes aristas un tanto patológicas– no ha sido modificada con los años y ha alcanzado las alturas de credo existencial y estética ideológica. Sí, Salinger otra vez.
El caso de The La’s y The La’s no se parece a ninguno en la historia del pop porque –grandioso o no– no se volvió loco: nació loco, vivió loco por un tiempo muy breve, y murió loco.
La corta e intensa historia de The La’s se resiste al resumen pero aún así puede acomodarse a la perfecta estructura pop de estrofa-estribillo estrofa-puente-estrofa-repite estribillo dos veces. O, mejor todavía, los 2,42 minutos de “There She Goes”, una canción que es puro estribillo.
The La’s se formó en Liverpool ‘84, en los años triunfales del thatcherismo. El nombre le llegó en un sueño a Mike Badger y fue a contárselo a Lee Mavers. John Power y Paul Hemmings andaban por ahí y alguien ofreció un sitio para grabar demos (algunos de ellos incluidos en el cd póstumo Lost La’s 1984-1986: Breakloose) y ensayar y fumar hash y convertirse, casi instantáneamente, en la banda secreta más importante de la ciudad y son muchos los grupos que deciden separarse después de oírlos: ¿qué sentido tiene seguir después de oír “There She Goes”? No demoran en tener lugar ciertos choques de personalidades (Lee Mavers insiste en que las únicas canciones buenas son las suyas; Mike Badger es el primero en decir “Hasta aquí llegué”) y en presentarse síntomas dispersos de la enfermedad compacta que no demoraría en declararse: ensayos de doce horas comandados por Mavers, su cada vez más inquietante propensión a cantar moviendo mucho la cabeza, su compulsión maniática a la hora de afinar los instrumentos de sus compañeros durante horas e, incluso, seguir haciéndolo durante los conciertos. Aún así, el sonido suena y llega a los oídos de la discográfica Go Records!, que ofrece un contrato sustancioso, lanza el single “Way Out” con gran éxito de crítica y se sienta a esperar lo que está segura será uno de esos long-plays trascendentales. Espera mucho. Se cansa de esperar. Lee Mavers, mientras tanto, se emociona ante la aparición de equipo de grabación de los estudios de Abbey Road circa 1965 con “auténtico polvo de la época”. Lee Mavers prohíbe los plumeros, claro, y pregunta sin esperar respuesta: ¿Qué tal si volvemos a grabar “There She Goes”? Tres años después, cansada de tanta postergación perfeccionista y preocupada por las cuentas del tiempo gastado en estudios, la discográfica aprovecha un descuido de Lee Mavers, secuestra las cintas, se las entrega al prestigioso productor Steve Lillywhite y así sale The La’s en el otoño de 1990 con una tapa en la que un ojo abierto no se cierra jamás. Y a todos les gustó mucho. Y a Lee Mavers no le gustó nada.

EL HOMBRE QUE NO RIE
A Lee Mavers tampoco le gustó nada que, entonces, varios disc-jockeys radiales escogieran “There She Goes” como el himno perfecto para celebrar la retirada de Margaret Thatcher y el advenimiento de una nueva era porque su música, seguro, estaba por encima y más allá de toda coyuntura histórica. Entonces, traicionado, Lee Mavers desaparece un poco. Se cancelan apariciones en televisión, giras, todo lo cancelable. Lee Mavers parte a Perú en busca –se dice– de drogas nuevas mientras que a sus compañeros les queda el duro trabajo de promocionar un disco y una banda acéfala. Un breve y exitoso tour por Estados Unidos dejó satisfecho a todos menos a Lee Mavers y, en medio de un concierto en el Liverpool Royal Court, el cantante y compositor empezó a mirar fijo algo que colgaba del techo del lugar. No hacía otra cosa que mirarlo fijo hasta convencerse que era un micrófono puesto por la discográfica para sacar un disco en vivo sin su autorización. Después hizo lo que hace toda persona convencida de que la están grabando y espiando: desaparecer del todo. Eso hizo y eso sigue haciendo Lee Mavers mientras ustedes leen esto y escuchan una canción llamada “There She Goes”.

EL PERIODO AZUL DE LEE MAVERS
Después –como suele ocurrir cuando se contempla un agujero negro desde afuera– crecen las preguntas sobre lo que sucede ahí adentro, del otro lado de todas las cosas. Abundan los rumores disfrazados de respuestas. Lee Mavers se ha convertido en un heroico heroinómano, Lee Mavers vive rodeado por una corte de locos aduladores, Lee Mavers es feliz y no quiere saber nada de nadie. A veces, conversa por teléfono con periodistas acerca de “navegar los ríos del sonido” o “escarbar en los diferentes planos sónicos”. De improviso, Lee Maver convoca a The La’s para ser teloneros en un concierto de Paul “The Jam” Weller. No suenan bien, todo degenera en una especie de triste jam session, pero a Lee Mavers no le importa y –para entusiasmo de sus compañeros de banda– les dice que está dispuesto a volver a los estudios. El entusiasmo llega a su fin cuando Lee Mavers le explica que lo que le interesa ahora es grabar, otra vez, una vez más, “There She Goes”. En un pequeño grabador de esos que usan los periodistas.

UN DIA PERFECTO PARA NO CANTAR NADA
Ahora, Lee Mavers –juran los que lo conocen– está perfectamente limpio de toda droga, pero sujeto a bruscos cambios anímicos lindantes con lo esquizofrénico, disfruta siendo padre, es común verlo paseando por las orillas del río Mersey, se ha reencontrado con Mike Badger para limar asperezas y acordar la edición del ya mencionado Breakloose, vive cómodo en el suburbio de Huyton al sur de Liverpool, pero no hay noticias de una próxima salida de la cueva. En una entrevista en julio del 2000, Lee Mavers criticó a todas las nuevas bandas de sus ex-colegas (“No han aprendido nada de The La’s”) y se mostró muy satisfecho de seguir “haciendo lo que está haciendo” (no dio más detalles al respecto) a la vez que afirmaba que “nunca permitiré que la historia amargue mis sentimientos, eso significaría una pérdida de tiempo y de espíritu; pero lo cierto es que estoy muy, pero muy amargado, y tan, pero tan cansado de que siempre escriban mal mi apellido. En cuanto a lo que música se refiere, bueno, está claro que los estudios de grabación modernos y yo no nos llevamos bien. Ya veremos. Ya veremos”.
El recién aparecido volumen enciclopédico The Mojo Collection: The Ultimate Music Companion asegura que Lee Mavers grabó mucho material nuevo en 1995, en Liverpool y que sólo los muy íntimos han tenido acceso a él. Alguien que pidió no ser identificado aseguró, con inquietante ambigüedad, que “las nuevas canciones de Lee son tan buenas que no existen”. Una cosa es cierta, comprobable, digna de fiar: Lee Mavers, sin mover un micrófono, recibe puntualmente y cada tres meses 4 mil libras en concepto de royalties sólo por una canción titulada “Here She Comes”.

PARA LOS FANS, CON AMOR Y SORDIDEZ
Tal vez la culpa no sea de Lee Mavers. Tal vez Lee Mavers simplemente se niegue a ser parte del juego y, después de todo, en los surcos de su primer y único disco abundan las señales de sus intenciones claras y precisas: en el último track “Looking Glass” se oyen fragmentos de varias de las canciones anteriores comulgando en una mini-suite final como la que cierra Abbey Road, la gran despedida de los Beatles; en “Son of a Gun” se nos cuenta acerca de alguien “que ahora pasa el tiempo en los fondos de su mente mientras puede oír a los demás afuera”; en “Freedom Song” se nos informa que “el nudo jamás va a deshacerse, los accidentes no muestran ninguna piedad, ya no hay sitio a donde correr, la obra maestra está terminada, la guerra ha ganado”.
El pasado 15 de octubre del 2000 –reporta la revista especializada Q– todo Liverpool se dio cita en el Zanzibar Club de Seel Street para ser testigos del triunfal retorno de su hijo perdido dilecto. La ocasión era un concierto benéfico para ayudar a la familia de un tal Paul Rogers, hombre ligado a la escena rock local que había muerto en un tiroteo meses atrás. En los posters se anunciaba a Lee Mavers como invitado especial para tocar junto a The Big Kids y Tramp Attack, dos nuevas bandas consideradas sucesoras dignas del sonido The La’s. Lee Mavers –aseguraban los rumores– había pasado horas ensayando las canciones que pensaban tocar todos juntos. ¿Adivinen quién faltó a la cita?
There He Goes. Allá va él.

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