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Instrucciones para leer dinosaurios

POR DANIEL LINK

Antes de Los Simpsons, el dibujo animado que reina hace años en el primetime de los Estados Unidos, sólo Los Picapiedras consiguió sostener un suceso semejante. En esa simpática versión paleolítica del american way of life no hacía falta, desde ya, ningún rigor histórico: la mascota de la familia (Dino) y los animales domésticos que cumplían las tareas más pesadas del hogar pertenecían todos al período jurásico. Y la convivencia entre especies diferentes era tan armónica como la época que servía de contexto a Los Picapiedras –la década del 70– podía o quería sostener como utopía: en una sociedad sin fracturas (y en la que, todavía, no se había producido la crisis del petróleo, ese extracto destilado de vida jurásica), los norteamericanos podían y necesitaban convivir alegremente con los dinosaurios, que les prestaban su fuerza y su docilidad: su combustible.
Después, Pebbles y Bam–Bam crecieron y se dieron cuenta de que el mundo era mucho más hostil de lo que podía suponerse: estaba lleno de árabes fundamentalistas, de narcotraficantes, en fin, de enemigos del sueño americano. Hoy, el cada vez más resquebrajado imperio americano no incluye ninguna convivencia armónica salvo la paz conseguida a punta de misiles.
Las películas de Steven Spielberg (desde el disparate de Tiburón hasta el disparate de La lista de Schindler) encarnan a la perfección el imaginario norteamericano: por algo gustan tan masivamente. Si en la “obra” de Spielberg se deja leer la ideología es precisamente por el olímpico desdén que manifiesta hacia el punto de vista del otro, por el manierismo visual en el que incurre el director–productor y por la subordinación de las ideas a la pirotecnia vacua de efectos afectivos (sonoros y visuales). Si en sus películas es pertinente leer la ideología es precisamente porque, descuidados como son sus guiones, coinciden con la mentalidad de las masas del imperio, a las cuales adula con la misma intensidad con que un vendedor de autos usados (ese arquetipo norteamericano) es capaz de adular a su cliente. Y porque, entonces, nos dicen cómo hay que leer la realidad desde el punto de vista de los Estados Unidos.
Como objetos culturales, las películas de Spielberg están apenas (a duras penas) construidas: apenas escritas, apenas fotografiadas, apenas compaginadas, apenas actuadas. La trama de Jurassic Park, por ejemplo, es de una puerilidad que abruma, el desarrollo de la acción es caprichoso, las caracterizaciones son esquemáticas (esa madre que hace Tea Leoni en Jurassic Park III sólo pide que la silencien a cachetazos, cosa que la platea de todas las funciones reclaman unánimemente), las (a duras penas) actuaciones son esquemáticas, los escenarios son burocráticos, el montaje es previsible y la indigencia visual se salva a duras penas por el lujoso verismo de los dibujos de los dinosaurios. Y, sin embargo, Jurassic Park III es una película que vale la pena ver. Es que la tercera parte de esta zaga jurásica funciona como fantasía republicana y, así leída, nos permite pronosticar algo sobre nuestro futuro, digamos: nuestro destino sudamericano.
La idea de Jurassic Park III es sencilla y prístina: los norteamericanos, para divertirse (o para ahorrar impuestos, o gastos de mano de obra) han realizado experimentos en los “mercados emergentes” de América latina. Los experimentos se les escaparon de las manos y entonces los americanos abandonaron apresuradamente el terreno, a la espera de que la ONU y los gobiernos locales (en este caso, el de Costa Rica) arreglen el asunto. Años después, el experimento –que ni la ONU ni los gobiernos locales consiguieron resolver– amenaza la seguridad de los ciudadanos estadounidenses. Entonces los marines desembarcan en América latina para acabar con el monstruo desbocado.
Un clásico como Instrucciones para leer al pato Donald de Ariel Dorfmann y Armand Mattelart insistía en la década del 70 en el modo en que los dibujos de Walt Disney colonizaban la imaginación latinoamericana. Si el análisis ideológico tiene hoy todavía algún sentido (además de ilustrar alas nuevas generaciones en los problemas de siempre) no habría que situarlo tanto en relación con un sistema de prohibiciones (¡no ver películas de Hollywood!, ¡no escuchar pop anglosajón!, ¡no mirar televisión por cable!) sino más bien como diagnóstico del presente y como pronóstico del futuro.
Que agradezcan, nuestros hijos, en estos tiempos de globalización, fantasma de default, oscilaciones del riesgo país, déficit cero, factores de convergencia, pactos de gobernabilidad y de independencia, devaluaciones encubiertas, aniquilación del poder adquisitivo de jubilados, docentes y médicos de los hospitales públicos, estas sencillas explicaciones a base de dinosaurios que los guionistas y directores de Spielberg hacen de los monstruos fuera de control que azotan los mercados emergentes.

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