Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Mano dura para ladrones bonaerenses de gallinas

Defensores oficiales advirtieron sobre una tendencia a criminalizar la pobreza por la cual se castiga con años de cárcel al que roba �por nombrar casos reales� una sandía, un sifón o fetas de jamón.

Por Laura Vales

El 16 de agosto Claudio B. se escondió en el probador de un hipermercado para comer, oculto por la cortina, una bandeja de 80 gramos de jamón. Lo hizo rápido, pensó que sin levantar sospechas; antes de salir se guardó la última feta de fiambre en el bolsillo y dejó en el piso el envase vacío. Una clienta que entró al probador inmediatamente después vio el plástico y avisó a Seguridad. Cuando el personal de vigilancia lo detuvo, Claudio B. intentó negar los cargos. Fue inútil: en la requisa le descubrieron la feta de fiambre. El chico marchó preso.
Para vivir en la provincia de Buenos Aires, tuvo suerte: todo lo que le pasó es que, después de una golpiza, le abrieron una investigación judicial (registrada en los tribunales de Lomas de Zamora) en la que se lo imputa por el “apoderamiento ilegítimo de 80 gramos de jamón” y resistencia a la autoridad. Claudio B. (por un pedido expreso no se publican los nombres completos de quienes tienen sus causas en trámite), que es cartonero y vive en Avellaneda, entrará así a la categoría de personas con antecedentes penales. A nadie debería sorprender si el caso llega a juicio oral y se dicta una sentencia en su contra.
Ejemplos, de un tiempo a esta parte, no faltan: en noviembre, Patricio Bustamante fue condenado en un tribunal de La Matanza a un año de prisión por intentar robar una sandía (delito agravado por resistencia a la autoridad). Por la misma época, Marcos Toribio era imputado en Lomas de Zamora por el robo de un sifón de soda “en banda” –el robo en banda se castiga con penas que van de 3 a 10 años–, como si se estuviera frente al jefe de una organización criminal. Al joven también se le imputó resistencia a la autoridad. Lo encerraron en la celda de una comisaría bonaerense y lo trasladarían después a la cárcel de Olmos. Pasó así tras las rejas un lapso aún más prolongado que el ladrón de sandías; en total, 17 meses y 29 días.
El caso del sifón de soda fue elevado a juicio oral; el fiscal requirió que se condene al acusado a cuatro años de cárcel, pero en las audiencias se demostró que ni siquiera había pruebas sólidas contra él. Toribio fue absuelto hace muy poco, el pasado 13 de agosto; para entonces, llevaba todo el año y medio anterior pidiendo –sin éxito– su excarcelación.
Los abogados llaman a estos casos “delitos insignificantes”: hurtos a veces menores que el robo de una gallina, que son cometidos sin armas, pero que –en consonancia con la política de mano dura del gobernador Carlos Ruckauf– están recibiendo cada vez castigos más desproporcionados. El defensor oficial ante el Tribunal de Casación Penal bonaerense, Mario Coriolano, advirtió que existe un incremento de estos episodios, indicativos de una creciente tendencia a criminalizar la pobreza. Tendencia que en la provincia de Buenos Aires, marcó el defensor, tuvo un fuerte impulso a partir de marzo del año pasado, cuando se reformó el Código Procesal Penal.
Aquella reforma, entre otras cosas, limitó las excarcelaciones para los acusados de robos simples (es decir sin armas) que se hubieran cometido con algún tipo de violencia. Un empujón, el tironeo del arrebato, empezaron a ser considerados desde entonces como una dosis de violencia suficiente para sellar la suerte de los acusados.
Para los defensores oficiales, una de las consecuencias menos visibles de esta reforma es que el sistema judicial –en colapso por el exceso de causas y la escasez de recursos– está dedicando una parte de su estructura a investigar este tipo de causas, en las que la nimiedad del episodio investigado no implica que, una vez puesta en marcha la maquinaria judicial, puedan resolverse de manera automática. “En el caso del robo del sifón se tuvo que ubicar a los testigos, tomarles declaración, buscar los antecedentes del acusado. La defensoría mantuvo con el fiscal toda una discusión legal sobre si correspondía o no que el imputado esperara en libertad su juicio”, graficó en los tribunales de Lomas la defensora Marcela Piñero.
Están también los efectos ostensibles. El banco de datos de las defensorías generales de la provincia registró que a partir de la nueva regulación en materia de excarcelaciones hubo un aumento continuo en el número de detenidos en comisarías.
u En noviembre del ‘99 había 2100 presos en las seccionales de la Policía Bonaerense.
u En abril de 2001 esas mismas comisarías alojaban a 5797 personas.
u Hoy hay 6500 presos.
Esa superpoblación, como es obvio, no está constituida sólo por ladrones de sandías; pero con cada detenido se agravan las desastrosas condiciones dentro de las celdas, donde los presos llegan a tener que turnarse para dormir, porque el espacio es insuficiente para que todos puedan acostarse. Como se verá a continuación, para cualquier imputado, por delitos insignificantes o no, la pesadilla puede comenzar en el minuto siguiente de su detención.
Juan E. fue detenido el 2 de julio, en Ezeiza, cuando intentaba robar un par de botas usadas del patio de una casa, donde se metió rompiendo un alambrado. Pese a que no tenía antecedentes penales, quedó preso en la seccional 3ª de Ezeiza, debido a que la imputación en su contra fue la de robo calificado por efracción (rotura con violencia) en grado de tentativa, figura a la que se destinan penas de hasta siete años. En su tercer día de prisión intentaron violarlo.
El preso fue revisado por un médico oficial que constató sus heridas, tras los que se dispuso su traslado a otra seccional. Pero allí fue nuevamente víctima de “golpes, vejámenes y abuso sexual”, según se lee en los informes elevados por su defensor. El juez de Garantías Maffucci Moore ordenó entonces a la comisaría que aislara al detenido. En la comisaría le respondieron que “ello era imposible y que lo único que estaba a su alcance era hacerlo pasar la noche engrillado a los barrotes del pasillo de imaginaria”. Advirtiendo que el Estado era incapaz de asegurarle mínimas condiciones de seguridad, y considerando que su detención se había transformado en “una tortura del medioevo”, el juez dispuso la liberación del preso.
Un grupo de jueces y defensores oficiales de la provincia han mantenido en las últimas semanas una serie de entrevistas con los legisladores bonaerenses para plantear la situación que se vive en esas celdas y pedir que se revisen las modificaciones al Código Procesal Penal. Apelaron incluso a llevar fotos del interior de los calabozos, conscientes de que ninguna descripción verbal podría transmitir enteramente el horror que se vive detrás de los muros de las comisarías bonaerenses.
Y que giran siempre en torno del mismo sector social. Cuando el ladrón de los 80 gramos de jamón cayó preso, en la defensoría recordaron que apenas diez días atrás habían recibido a alguien del mismo apellido. Los dos resultaron ser hermanos. Al otro lo habían detenido por averiguación de antecedentes (es decir por portación de cara) en una plaza de Avellaneda. Según quedó asentado en la denuncia, en el trayecto a la comisaría, en un ataque de desesperación, rompió “con sus pies el vidrio de la ventanilla derecha” del patrullero, “antes de golpear con la cabeza en el enrejado”. El chico terminó encauzado por “daños y resistencia a la autoridad agravados”.

 

 

PRINCIPAL