¿Cansado del planeta tierra?
¡Venga y regístrese en Vía Espacial Inc.!
El canto de la banda sobre el escenario resuena como un mantra publicitario intergaláctico. Una bailarina en túnica dorada se pasea con un casco de metal con rostro de ave y un símbolo solar egipcio sobre su cabeza. Tornados de percusiones se funden con melodías de flautas y quejidos de cuerdas. Un misterioso encapuchado con rostro de espejo refleja a la audiencia. El mantra continúa: "¡Regístrese en Vía Espacial Inc.!" Podría ser una escena de Crónicas Marcianas pero estamos en la terrícola Berlín, 1970, año de la primera gira europea de la Sun Ra Arkestra. Los saxofonistas Marshall Allen y John Gilmore cruzan lances pirotécnicos en un todo indistinguible y el mismísimo Sun Ra, vestido con un manto de colores y uno de sus sombreros espaciales artesanales, agarra un telescopio, apunta al techo del teatro y dice: “Veo a Saturno, mi planeta natal”. Parte del público comienza a abuchear. Las repercusiones de aquellos shows se dividían entre los que aseguraban que desde comienzos de los cincuenta la Arkestra había anticipado lo mejor de la vanguardia free jazz, los que tildaban a Sun Ra de charlatán, los que no sabían qué decir y los borrachos que en las primeras presentaciones de la banda salían corriendo a los tropezones de los bares gritando que ese era el sonido de Dios, o del demonio, o de los dos juntos. Artistas como Mingus o Coltrane adoraban el sonido de la Arkestra y solían visitar sus ensayos, que podían durar días y noches enteras. Un joven llamado Farrell Sanders había adoptado el seudónimo Pharoah por consejo de Sun Ra, y los MC5 habían cerrado su primer disco con uno de sus poemas espaciales desprendidos de sus estudios autodidactas sobre astronomía, cultura afroamericana, egiptología, numerología o la Biblia. Los abucheos crecen. Sun Ra se pone de pie, le dice a la banda que se detenga, observa durante unos segundos a la audiencia y con voz contundente declama: “No veo a ningún subhumano, pero escucho a muchos subhumanos”. Subhumanos era uno de los términos que los nazis habían utilizado para referirse a los judíos. El público se congela, y en medio de ese silencio el hombre que afirmaba haber llegado del espacio exterior vuelve a su piano, golpea las teclas con un acorde que retumba en todo el teatro, hace una seña indescifrable y la Arkestra continúa con un fantástico swing de lo más bailable.
“Trabajamos del otro lado del tiempo”, dijo Sun Ra alguna vez, y ahora que el tiempo se dio vuelta parece darle la razón: la música del futuro de la Arkestra resuena más presente que nunca, y artistas pop como Lady Gaga, Solange o Janelle y referentes de la nueva escena de jazz contemporáneo como Esperanza Spalding, Kamasi Washington o Sons of Kemet hacen eco de diferentes vertientes de su inagotable influencia. Que ahora, además, es noticia: guiada por Marshall Allen a sus 96 años de edad, la Sun Ra Arkestra acaba de editar el increíble Swirling, su primer disco de estudio en veinte años. Un LP doble que pone en su justo lugar el trabajo que Allen viene llevando adelante para mantener vivo el espíritu de la banda que lidera desde mediados de los noventa, tras el fallecimiento de Sun Ra en 1993. “Es nuestra ofrenda de amor para el planeta. Música beta para un mundo mejor”, escribió el saxofonista en los agradecimientos del disco, creado a partir de tres nuevas composiciones suyas y nueve reversiones de piezas previas, algunas clásicas del repertorio de la banda y otras rescatadas de las pilas de hojas con música escrita y las miles de horas de ensayos grabados que Sun Ra atesoraba de manera compulsiva en la Casa Ra, hogar en Filadelfia de los miembros de la Arkestra desde fines de los sesenta. La misma casa que Marshall Allen había heredado y vendido a Sun Ra por un dólar: ahí continúa viviendo con el mismo espíritu comunitario junto a un puñado de integrantes históricos de la banda, con quienes dedica horas diarias tanto a la escucha y lectura de ese material como a crear nuevos arreglos y, por supuesto, tocar. “Sun Ra era como un magneto, cambió todo mi destino”, contó Allen en una entrevista reciente. “Una vez me dijo: ‘Estamos tocando esta música para el siglo veintiuno’. Pero faltaban como cincuenta años para eso, y yo pensaba: ‘¿De verdad voy a tener que esperar tanto?”.
El disco sorprendió en medio de un exhaustivo trabajo de digitalización (se subieron a plataformas como Bandcamp más de cien discos grabados a lo largo de los más de setenta años de existencia de la Arkestra) y de una serie de reediciones en físico que tuvieron lugar a partir del centenario del nacimiento de Sun Ra en 2014, entre ellas una selección de composiciones escogidas por Allen (Marshall Allen presents Sun Ra And His Arkestra: In the Orbit of Ra), diferentes shows en vivo grabados entre los ’60 y los ’80 y un disco llamado Saturnian Queen of the Sun Ra Arkestra con piezas donde se destaca la participación de la magnifica vocalista, diseñadora de vestuario, coreógrafa y violinista June Tyson, fallecida en 1992 y cuya labor es hoy continuada por la poeta y cantante Tara Middleton: Swirling arranca con una versión suya a capella de “Satellites Are Spinning”, el mismo que June había interpretado en la película Space Is the Place (1974) durante la escena en que la nave de Sun Ra aterriza en la Tierra. De allí en más cada tema suena como parte de un todo conceptual que viaja a la deriva por diferentes estilos, desde la hipnótica “Seductive Fantasy” (con sus arreglos electrónicos de instrumentos valvulares interpretados por Allen) al swing que da nombre al disco, el blues espacial en “Space Loneliness” o el fantástico cierre con el medley “Door of the Cosmos/ Say” y sus coros que rezan: “El amor y la vida me importaron tanto/ que me atreví a golpear a las puertas del Cosmos”.
“Lo posible ya se intentó y no funcionó, es hora de intentar lo imposible”, cuenta Allen que una vez le dijo Ra poco después de su ingreso a la Arkestra en 1958, y vale la pena detenerse un momento para situar lo imposible en contexto. Tal como escribe Emmanuel Carrère al referirse a Philip K. Dick, es fácil perder pie al intentar hablar de Sun Ra, alguien que solía dejar pistas falsas sobre su pasado mientras sembraba sus propios mitos de origen, siendo uno de los más conocidos un episodio durante su adolescencia donde habitantes de Júpiter, transmolecularización mediante, lo transportaron hasta una nave donde le asignaron la misión de ayudar para salvar a la Tierra. En entrevistas solía afirmar que no era de este planeta, algo que solía enfurecer a muchos que lo conocían desde chico (su hermana dijo una vez a la prensa: “No es de Marte ni nada de eso, nació en la casa de mi tía ahí a dos cuadras de la estación”). Su obra musical, por su parte, nació durante la feroz segregación racial en la Norteamérica de mediados del siglo pasado y buscó retomar los subgéneros del jazz desde sus comienzos a través de una liberación de las formas, todo bajo los preceptos de una religión cósmica que no respondía a ninguna de las terrestres conocidas sino que había surgido de sus propios estudios. Cuentan que los libros apilados en la Casa Ra tapaban las paredes. De grande llegó a ser invitado a tener su propia cátedra en la Universidad de Berkeley, llamada “El Hombre Negro en el Cosmos”, y en 1969 fue invitado por la revista Esquire a dejar sus impresiones sobre la llegada a la Luna en un especial donde participaron figuras como Isaac Asimov, Truman Capote, Kurt Vonnegut o Timothy Leary.
La Arkestra (mezcla en inglés de “arca” y “orquesta”) fue la nave musical que Sun Ra construyó con el fin de llevar adelante su misión. Y sus shows, con los integrantes de la banda enfundados en coloridos trajes similares a los de un grupo de monjes espaciales, representaban en sus comienzos una puesta en escena desconcertante para lo acostumbrado a una banda de jazz, algo que por supuesto atraía a su vez a personajes de lo más pintorescos. En su biografía Space is the Place, el autor John Szwed cuenta que una vez en un bar en Chicago entró un hindú a los gritos diciendo que no podían tocar ahí esa música sagrada. Otra vez entró un ninja: la gente rió pensando que era parte del espectáculo hasta que el ninja saltó sobre la barra, decapitó varias botellas en hilera con un movimiento de su espada y se esfumó. Con el correr de los años la Arkestra fue ganando prestigio y los postulantes a ser parte de ella nunca faltaban, pero no era nada fácil entrar ni permanecer. De movida se imponían tres reglas claras: nada de drogas, alcohol ni andar persiguiendo mujeres antes o después de los shows. Sun Ra dedicaba las veinticuatro horas del día a la música con pasión religiosa, y era común que en algún momento de los agotadores ensayos de pronto se lo viera dormitando. Cuando alguien con cuidado le hablaba para despertarlo, él decía que estaba muy atento a todo lo que estaba sucediendo. Otro tema era el de la plata: la paga a los integrantes no obedecía a métodos comprensibles, y cualquier reclamo en ese sentido era amonestado como una actitud desviada de lo esencial. El dinero que no iba a la banda iba a telas y materiales para los atuendos, a instrumentos nuevos –estaba muy al tanto de los avances de la tecnología en ese sentido y es considerado pionero en el uso de sintetizadores en el jazz– o a solventar estudios de grabación, y más de una vez pidió plata a sus conocidos para afrontar sus deudas (dicen que las cuentas telefónicas de la Casa Ra en Filadelfia eran apropiadamente astronómicas: Ra llamaba a alguien, charlaba un rato, dejaba el tubo sobre la mesa, se iba a ensayar y recién pasadas algunas horas volvía para colgar).
No sorprende que la Arkestra fuera desde sus comienzos un colectivo flexible cuyos formatos e integrantes cambiaron con el tiempo, y ahí es donde cobra fuerza el nombre de Marshall Allen, quien a pesar de haberse ganado un celebrado prestigio a partir de un estilo único que lo llevó a participar como invitado de lujo en shows y grabaciones de diversas bandas de jazz y de rock (entre ellas Sonic Youth, Medeski Martin & Wood, Yo La Tengo o Primal Scream), desde su ingreso hace ya más de sesenta años a la Sun Ra Arkestra nunca volvió a partir. Tan solo el año pasado realizaron más de cuarenta shows, incluyendo un tour por Europa con conciertos que terminaban con Allen cantando junto a la audiencia las letras espaciales de la banda. Ni la pandemia pudo con esa marcha: Swirling resuena en ese sentido como un bálsamo hechizante para épocas convulsionadas. “Sun Ra siempre decía que la Arkestra es un proyecto infinito”, contó recientemente. “Yo vivía de una manera medio salvaje, y él sacó algo totalmente nuevo de mí. ‘Muy bien lo que tocaste, es perfecto’, me decía, ‘ahora fijate si podés tocar mal bien’. A veces detenía los ensayos para hablar sobre Egipto o la Era Espacial. Quería sacarnos de la caja y llevarnos hacia algo que era más bien como una constelación en espiral. Al principio me volví loco para lograr el sonido que quería, pero con el tiempo me guió hasta encontrar mi propio estilo. Todo lo que hacía en su vida lo ponía al servicio de crear música para ayudar a la gente. ‘Las vibraciones de los sonidos pueden ser sanadoras, el Creador te dio un don, usalo para iluminar el planeta’, decía. Todo un trabajo, ¿no? Pero en un punto entendí que debía tocar lo que me hiciera sentir bien para hacer sentir bien a los demás. Esas vibraciones pueden hacerte viajar hacia lugares impensados. ¡Y hacia el espacio exterior!”.