Resulta imposible reconocer de inmediato la característica voz de Samuel L. Jackson, con su marcado acento y particular cadencia sibilante. Tampoco se parece a la voz del escritor y activista James Baldwin, a quien de alguna manera el actor encarna en el documental I Am Not Your Negro (literalmente, “Yo no soy tu negro”), una de las más destacadas apuestas de la sección Trayectorias de este Bafici cosecha 2017. Quizás la idea del realizador Raoul Peck no haya sido otra que partir de una indefinición sonora para poder adjudicarle a ese timbre –por momentos entrecortado, en otros susurrante, en algunas ocasiones duro hasta el punto de quebrarse– una cualidad abstracta y universal. Una voz que unificara otras tantas, infinitas voces, atravesando las distintas geografías y eras de la sociedad estadounidense del último siglo y medio. “Te confieso que escribo la propuesta que estoy adjuntando en un estado mental dividido. El verano apenas si ha comenzado y ya siento que está a punto de terminarse. Y tendré cincuenta y cinco (¡sí, cincuenta y cinco!) en un mes. Estoy a punto de emprender el viaje. Y este es un viaje, para decirte la verdad, que siempre supe que debería hacer, pero que había deseado, tal vez (ciertamente, había deseado), no tener que hacer tan pronto (...) Los tres hombres, Medgar, Malcolm y Martin, eran hombres muy diferentes”. Así comienza, con imágenes actuales de Nueva York acompañando la voz de Jackson/ Baldwin, el film de Peck. Y así comienza la carta que Baldwin le escribió a su editor, proponiéndole un libro centrado en las vidas y las muertes de tres figuras públicas que marcaron a fuego las luchas por los derechos civiles de los ciudadanos negros de los Estados Unidos, en dos décadas decisivas para los cambios sociales: Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King Jr. Ese proyecto, imaginado en 1979, ocho años antes de la muerte del autor de Ve y dilo en la montaña y El cuarto de Giovanni, nunca llegaría a completarse. Al menos de manera literal: acoplando ese breve manuscrito epistolar con otros tantos fragmentos de ensayos, entrevistas, notas personales y cartas del autor, I Am Not Your Negro intenta redactar ese texto nunca escrito con las armas del cine: las imágenes y los sonidos.

Negro, homosexual, agitador, talentoso. Por lo tanto, peligroso. Así es descripto entre líneas Baldwin en un informe del FBI, poco después de su regreso a los Estados Unidos y a su Harlem natal, luego de muchos años de exilio en Francia. El mismo Harlem que, según su biógrafo Herb Boyd, hizo que su infancia estuviera marcada por “la pobreza, la intranquilidad y los impredecibles espasmos de violencia”, pero que también escondía “tesoros literarios enterrados, oradores de calles marginales que ensalzaban las virtudes y valores de un futuro de liberación y el coraje grabado con mucho esfuerzo en los rostros de los hombres y mujeres negros que permanecían desafiantes ante la desesperanza”. Fue precisamente un rostro, el de una chica afroamericana de quince años, el que torció el destino y decidió el regreso del autor a sus fuentes geográficas. En 1957, en Carolina del Norte, Dorothy Counts se transformó en una de las primeras estudiantes de raza negra en ingresar a una escuela secundaria hasta ese momento segregada y la reacción de una mayoría de sus compañeros blancos (y las de sus padres) rebotó en los medios norteamericanos, cruzando rápidamente el océano. Allí, en un quiosco parisino, Baldwin vio a Dorothy. Peck incluye un puñado de imágenes de ese día, diferente a cualquier otro día en la vida escolar de la Harry Harding High School, la jovencita ingresando en la institución mientras un grupo de alumnos la señala sin la más mínima señal de decoro, otros se burlan de ella con gestos groseros o directamente le gritan cosas en la cara. “Eso me hizo poner furioso”. 

El film continúa con una serie de fragmentos escogidos de películas de los años 30: El mundo que baila, un musical temprano protagonizado por Joan Crawford, estrella de cine cuyo rostro le resultaba idéntico –a un jovencísimo Baldwin– al de una mujer negra que atendía un negocio de su barrio; King Kong, con su platinada rubia siendo sacrificada ante la negra y gigante bestia; La diligencia, de John Ford, con su matanza de ese Otro que rastrea e intenta dar caza al hombre blanco; The Monster Walks, olvidado film de horror clase B que presenta por enésima vez un estereotipo duro de matar –el del hombre negro asustado, dócil y dependiente del amo blanco– y la comparación directa con otro personaje también aterrorizado, aunque por cuestiones mucho más razonables, en Ellos no olvidarán, de Mervyn Le Roy: la posibilidad de que le endilguen la autoría de un homicidio por el simple hecho de estar en el lugar y el momento equivocados. Y ser negro.

Ve y dilo

En gran medida traducida y editada en idioma español, la obra de Baldwin (1924-1987) suele dividirse entre sus esfuerzos ensayísticos y las novelas, a las cuales se les suma una colección de cuentos, algunas poesías y un par de piezas teatrales. Su primera novela, Ve y dilo en la montaña, fue publicada en 1953, cinco años después de abandonar los Estados Unidos e instalarse en Francia, decisión marcada a fuego por lo que el autor consideraba un contexto tóxico: el racismo imperante y su corolario en cada aspecto de la vida cotidiana, el segregacionismo. Con pinceladas autobiográficas (Baldwin tuvo un breve paso por la iglesia pentecostal como sacerdote) y una estructura de relato de crecimiento y maduración, el libro describe sin pelos en la lengua un tema por demás polémico: la influencia de la iglesia cristiana en la vida y el pensamiento de los ciudadanos negros estadounidenses, tanto en sus aspectos más negativos (como método de apaciguamiento ante la violencia y la opresión externa, pero también de represión interior) como en los positivos. La repentina repercusión del volumen le permitió a Baldwin continuar con la elaboración de una serie de ensayos que terminaría publicando dos años más tarde bajo el título Notes of a Native Son, donde, entre otros temas, describió el antisemitismo en la población negra norteamericana, realizó un minuciosa comparación de los negros franceses con los de su propio país y escribió sendas diatribas contra esa institución de la literatura llamada La cabaña del Tío Tom, y la producción cinematográfica Carmen Jones, de Otto Preminger, que acababa de estrenarse con éxito en Europa. Nadie, de todas formas, pudo anticipar la llegada de La habitación de Giovanni (1956), el libro que terminó de cimentar la fama de Baldwin en el mundo literario, considerado hoy en día como uno de los grandes clásicos contemporáneos de la literatura gay. Con una París bohemia como trasfondo para un trágico relato de amor y deseo, el autor se explaya con otra de las obsesiones de su obra: la homosexualidad y cómo una mayoría de la sociedad reprimía esa condición/ elección con una fuerza mucho mayor aun que aquella aplicada a los conflictos raciales. Muchas cosas han cambiado desde aquellos tiempos, ciertamente, pero la doble condición de negro y homosexual continúa siendo una suerte de seudo tabú, más allá de las correcciones políticas discursivas al uso.

Luego del regreso a los Estados Unidos, Baldwin continuaría publicando de manera regular, al tiempo que iniciaría un período de frenética actividad como orador y activista, dando charlas en universidades y encuentros públicos, como así también en programas de televisión: I Am Not Your Negro hace un uso magnífico de ese material de archivo, entrelazándolo con los textos que vertebran el documental. Para algunos, esa faceta como agitador terminaría devorándose la del literato, pero lo cierto es que resulta difícil separar una de la otra. En 1962 se editaba Otro país, relato de ficción que había comenzado a escribir hacía tres lustros, antes de exiliarse, y que permaneció como proyecto inconcluso hasta que tomó la decisión de terminarlo. Tal vez sea su novela más “psicologista”, en la cual la orientación sexual de los personajes suele ser mucho más ambigua de lo que dictan las instituciones sociales y las relaciones amorosas interraciales son una posibilidad cierta y no tanto una fantasía enraizada en el mito de la violencia sexual. La próxima vez el fuego, en tanto, publicado apenas un año más tarde y pocos meses antes del asesinato del activista por los derechos civiles Medgar Evers, apuntaba directamente hacia uno de los núcleos centrales del racismo en los Estados Unidos. al reflexionar sobre las relaciones entre las razas negra y blanca a lo largo de la historia del país, regresando luego al tema religioso que tanto parecía haberlo marcado en su infancia y adolescencia. Libros posteriores como Dime cuánto hace que el tren se fue, Blues de la calle Beale y The Devil Finds Work ahondarían en la relación entre raza y arte (teatro, cine, música), tanto en su vertiente narrativa como en la ensayística. Textos que, de una manera indirecta, refieren a una famosa respuesta del autor ante la pregunta de un entrevistador: “Un artista no está aquí para darte respuestas sino para hacerte preguntas”.

Ex ministro y taxista

Documentalista y director de películas de ficción, activista y ex Ministro de Cultura de su Haití natal, taxista en Nueva York durante algún período difícil de su juventud, diplomado en cine en la prestigiosa Academia de Cine y TV de Berlín, Raoul Peck viene desarrollando desde hace dos décadas una intensa carrera en su país de adopción, Francia. Su última película, Le jeune Karl Marx –que también se exhibe por estos días en el Bafici– resulta un contrapunto interesante de su trabajo inmediatamente anterior, I Am Not Your Negro: en su reelaboración biográfica del Marx juvenil, en los pliegues del film de época con temática prestigiosa, el realizador también encuentra la forma de sortear las tentaciones de la inefable “qualité” y aportar una mirada particular a la lucha de clases a partir del encuentro del padre de El capital con Engels. El punto de vista político como plataforma para la lucha y la lucha como destino político. El documental sobre Baldwin, por supuesto, es más frontal, y su inclusión en la terna correspondiente de los últimos premios Oscar resulta casi una rareza. Para Peck, en cambio, fue un proyecto abrazado durante muchos años, quizás durante toda la vida. En una entrevista con IndiWire confesó que, desde la idea del film hasta su concreción, transcurrieron unos diez años, pero que a esa década deberían sumárseles las tres anteriores, desde su primer contacto con un texto del escritor. “Tuvo una enorme influencia en la manera en la que veo el mundo, a mí mismo y a mi lugar en el mundo. De hecho, siento que soy también un producto de Baldwin. Creo que lo entiendo mejor hoy, cuando puedo ver cómo fue su vida en las diferentes etapas de su obra. Hasta la época del movimiento por los derechos civiles, cuando empezó a perder su lugar como ícono. El movimiento radical ocupó el lugar y él se fue transformando más en un personaje ilustre que en un actor. Antes de su muerte, todavía intentaba enseñar y estar involucrado, pero ya no era el mismo James Baldwin que solía estar siempre presente en los medios y que era invitado a todos lados. Es increíble haber seguido su vida, con sus altos y bajos. Las palabras, sin embargo, son todavía tan impactantes y verdaderas y actuales”.

En uno de los pasajes más lúcidos del largo texto que atraviesa la totalidad del film, puede escucharse la siguiente reflexión, tomada del ensayo de 1976 The Devil Finds Work –de alguna manera, un extenso libro de crítica de cine concentrado en aspectos ideológicos particulares–, respecto de la famosa película de Stanley Kramer Fuga en cadenas: “Es imposible aceptar la premisa de la historia, una premisa basada en el profundo equívoco americano de la naturaleza del odio entre blancos y negros. Hay odio, ciertamente, aunque estoy utilizando ahora esta palabra con mucho cuidado, y solamente a la luz de los efectos, o el resultado, del odio. Pero el odio no es igual de ambos lados, porque no tiene las mismas raíces. Tal vez sea este un argumento sutil, pero los hombres negros no tienen las mismas razones para odiar a los hombres blancos que los blancos a los negros. La raíz del odio del hombre blanco es el terror, un terror sin nombre y sin fondo, que se concentra en el negro, en su pavorosa figura, una entidad que vive sólo en su mente. Pero la raíz del odio del hombre negro es la rabia, y no es tanto que odie al hombre blanco, sino que lo quiere fuera de su camino y, aún más que eso, fuera del camino de sus hijos”.

Durante una entrevista televisiva, Baldwin sueña con la posibilidad de que, de allí a unos cuarenta años, los Estados Unidos puedan tener a un presidente negro. Peck introduce allí un fundido encadenado a una imagen de la asunción de Barack Obama, afirmando que algunas cosas sí han cambiado. Otras, en cambio, como lo ilustran las imágenes de golpizas y detenciones recientes a ciudadanos negros, continúan obstinadamente siendo parte del presente.