* Las campañas de vacunación avanzan a paso firme, acelerado. Está garantizada la afluencia de nuevas dosis para las próximas semanas, acaso meses.

* Diputados aprobó la Ley de equidad de género en los medios de comunicación audiovisual.

*  La misma Cámara dio media sanción al proyecto de ley de cupo e inclusión laboral travesti-trans.

* Ocurrió igual con el proyecto de ley apodado “Zonas frías” que beneficiará a millones de usuarios de gas.

El Senado convalidará las dos medias sanciones aludidas, ya se sabe.

Se trata de novedades auspiciosas en un difícil contexto sanitario y económico. Avances en materia de salud, prioridad máxima. Asimismo en cobertura de derechos sociales y económicos. Pero en la esfera pública las eclipsó el error cometido por el presidente Alberto Fernández en la charla distendida con su par español, Pedro Sánchez. La alusión simplista “los argentinos venimos de los barcos” cayó mal: era inexorable y lógico. El presidente se apresuró a tuitear disculpas, movida correcta que no terminó de dar en la tecla. El comunicólogo Perogrullo aconseja: el mejor modo de pedir disculpas es… pedir disculpas a quienes se ofendió. Sin aditamentos, lo más corto posible. La fórmula “quienes se sintieron ofendidos” resta fuerza al gesto porque sitúa el malestar en la subjetividad del receptor, relativizándolo.

El episodio, que achicará su relevancia respecto de las realizaciones que mencionamos al principio, trasunta un problema del oficialismo. Los goles en contra cometidos por la comunicación política. Habituales porque el presidente se relaja, valga la expresión. Y, como es común en Palacio durante cualquier administración, escasean los funcionarios capaces de indicar las metidas de pata.

Una lección básica de la comunicación masiva: jamás se habla solo para el auditorio presente, el interlocutor cercano… ni siquiera para los que están mirando en vivo. No son la audiencia exclusiva, de ordinario no la más importante. Los mensajes rebotan, se editan, se resignifican. Una sociedad diversa, alerta, desafiante y pluralista como la Argentina (gracias a Dios, dice este cronista que es casi agnóstico) da a luz un sinfín de interpretaciones o decodificaciones que reivindican pertenencias, derechos, conquistas, malestares en la cultura. Para ahí vamos.

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Los copados del ’53: Los constituyentes de 1853 se coparon al escribir el Preámbulo. La ampliación “a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino” raya alto, más que la parte orgánica que incita a promover la inmigración europea. Si se raspara más, se llegaría a Domingo Faustino Sarmiento y hasta el bueno de Juan Bautista Alberdi que no imaginaban ni deseaban a los europeos que efectivamente subieron a los barcos escapando de la pobreza y exclusiones extremas, a veces de persecuciones políticas. Como fuera, algo iluminó al cuerpo legislativo: trascendieron sus límites, demarcaron una estrella polar bella, no copiada de la Constitución de Estados Unidos. También es preciosa la mención a la “noble igualdad” del Himno nacional, una utopía para iluminar caminos.

La expresión “crisol de razas”, supone quien les habla, estaba animada de buenas intenciones. La idea de fundir identidades preexistentes conjugando una nueva (simplifiquemos) afecta al asado, a tocar la viola, a amucharse para compartir el mate y el vino, a practicar el truco y el futbol que se juegan conversando. Una hipótesis de nacionalidad.

Si se profundiza, de nuevo afloran complicaciones, empezando por la “raza”, referencia que el desarrollo histórico y el progreso aconsejan hacer a un lado.

Todo va ocurriendo y caducando conforme transcurren los tiempos. País de acogida de corrientes migratorias… también de la Ley de Residencia.

Litto Nebbia es un artista nacional y popular notable. Creativo, laburador, generoso para promover a otros talentos. Coherente en años de trayectoria. De ahí a usar la letra de una de sus canciones (concebida décadas atrás) como doctrina sobre la nacionalidad media un abismo. Es previa a la reforma Constitucional de 1994 que, en lo que aporta de virtuoso, reconoció derechos ancestrales, contempló minorías. Argentina entró con relativos bríos en el constitucionalismo social del siglo XX. La Constitución de 1949, precedente egregio, fue derogada por un bando dictatorial de la Revolución Libertadora. Un retroceso tremendo, gorilismo al rojo vivo.

Las normas abren espacio, el resto se construye o se dirime en las urnas, en las calles, en las movilizaciones y resistencias. Si vamos de los textos a las vivencias cercanas hace cosa de cuatro años fueron asesinados dos jóvenes por participar en movilizaciones de pueblos originarios. Santiago Maldonado, que adhirió sin ser mapuche, como consecuencia de una represión feroz, ilegal y premeditada. Rafael Nahuel, mapuche, matado por la espalda en un operativo de Prefectura comandado por la entonces ministra de Seguridad Patricia Bullrich.

Heridas que no cierran prueban la insuficiencia de la ley escrita para plasmar derechos en la tensionada realidad.

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Los K, Macri, la Corte, Alberto: El designio del Preámbulo se consolidó con el principio del “ius soli”, clásico en países con alta inmigración. La ciudadanía, en principio, se adquiere por el hecho de haber nacido acá y no por la herencia de la nacionalidad paterna (“ius sanguinis”). Criterio funcional para integrar a los que llegan, un hito en la búsqueda de igualdad.

Las normas de la etapa kirchnerista conjugaron con esa tradición. La ley 25.871 (dictada en 2004 y reglamentada en 2010) es amplísima, reconoció a la migración como un derecho humano. Abrió las fronteras, facilitó la adquisición de ciudadanía sometida a un sencillo conjunto de requisitos razonables. La función del Estado es integrarlos, proteger sus derechos, garantizarle los beneficios de la libertad porque “habitan el suelo argentino”.

El programa “Patria Grande” proveyó otra herramienta contra uno de los recursos más trillados para perseguir a los migrantes: la indocumentación. El mecanismo redobla la vulnerabilidad de gentes de sectores populares. Se los nombra “indocumentados” como si una situación vejatoria constituyera su identidad. O se redobla la injuria y se los moteja “ilegales” como si los seres humanos pudieran ser definidos así.

“Patria Grande” estableció un mecanismo accesible para regularizar la documentación de habitantes de Estados del Mercosur y asociados. Se promovió que pudieran adquirir residencia transitoria o permanente acreditando contados recaudos. Cientos de miles de laburantes hombres o mujeres (de Paraguay, Bolivia y Perú en especial) tuvieron acceso al DNI lo que, en esta etapa global, es un logro infrecuente. La privación de documento redobla la explotación de quienes trabajan: sus empleadores los destratan, les pagan por debajo de lo legal y de sus pares. Las fuerzas de seguridad encuentran otro pretexto para maltratarlos. Un estudio de la Universidad del Sur ponderó que la regularización mejoró el acceso al sistema de salud, al jubilatorio y al educativo.

El ex presidente Mauricio Macri derogó la ley de migraciones mediante el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 70/2017. Vástago de las reglas paridas en Estados Unidos tras el atentado a las Torres Gemelas. Discriminación, deportaciones exprés, encarcelamientos sin condena, pérdida de derechos incluyendo el de acudir a los tribunales. La Cámara Federal de Casación declaró la inconstitucionalidad del DNU. El Gobierno de Macri recurrió ante la Corte Suprema. Se trata de un pleito sencillo, llamado de “puro derecho”: es un análisis de legislación, no se produce prueba. Adivinen si la Corte se expidió rápido, lento o nunca… Adivinaron. El expediente juntó telarañas por años hasta que Alberto Fernández abolió del DNU y revivió a la ley anterior. Una reparación que conjuga con las mejores políticas, que también integra el acervo de AF.

El presidente que metió la pata hablando al desgaire y al que se sindica como racista con exceso de saña se jugó para salvar a Evo Morales cuando lo perseguían los golpistas de su país. Lo contuvo, le aconsejó, le armó el viaje salvador hacia México, luego le concedió asilo. Contrarió al teorema de Baglini: arriesgó estando electo y reafirmó en los primeros meses de mandato. Gurúes de derecha se enfurecían pensando en la vendetta de Donald Trump, en 2019, cuando todavía moraba en la Casa Blanca (se suponía que para quedarse cuatro años más) y de su sucesor Joe Biden. AF evitó cálculos berretas. Le dijeron de todo cuando acompañó caminando hasta la frontera al ex presidente indígena, campesino y cocalero, el mejor de la historia boliviana. Todo está guardado en la memoria.

Derivemos a la estructura social, siguiendo con la asociación libre.

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Las clases populares: Los argentinos no somos un todo uniforme y macizo. La estructura socio económica redobla esa convicción. La fragmentación dejo atrás descripciones que podían ser válidas en 1945, en 1975, quién sabe en 1983.

La expresión “clase obrera” queda como antigualla, tal como se ordena la producción en este siglo. “Clase trabajadora” se puede bancar más a condición de incluir a los minoritarios trabajadores registrados, los informales, los de la economía popular, los cuentapropistas, los desocupados, los jubilados y algún etcétera más. Un mosaico con necesidades, rebusques e ingresos disímiles.

El Gobierno precisa cumplir sus promesas para 2021. Más y mejor empleo, una redistribución a favor de los trabajadores tan modesta cuan innegable. Hasta ahora se lo han impedido la inesperada segunda ola de pandemia y las carencias oficiales para combatir la inflación.

La voluntad existe y aunque es complicado hay más chances de actuar para los laburantes con derechos, sindicalizados. También, en otro estamento de la clase, para los jubilados, titulares de Asignación Universal por Hijo, de Tarjeta Alimentar, del programa Potenciar Trabajo. Los que tienen herramientas y  algo de poder propios y los que están de algún modo empadronados con claridad.

Quedan afuera una cantidad creciente de argentinas y argentinos: changuistas, desocupados, cuentapropistas y emprendedores, simplificando al mango.

El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), salvavidas urdido a los piques el año pasado como instrumento transitorio, acertó en un aspecto crucial: tutelar a personas que se quedaron sin ingresos durante la crisis. El relevamiento, impreciso e imperfecto, podía cubrir a quienes paraban la olla antes laburando todos los días y fueron desamparados por la pandemia. Los rubros gastronomía, turismo, espectáculos son los más ostensibles aunque no los únicos. Trasciende las competencias del firmante saber si el rústico y eficaz IFE debe replicarse tal cual o concebirse otra medida más perdurable y articulada. Lo que parece clavado es que con el instrumental disponible (paritarias, aumentos a gente ya comprendida en el sistema de protección social) quedan a la intemperie masas importantes de argentinos. Tal vez se deban articular nuevos programas aprovechando la recaudación impositiva en ascenso ante un cuadro general peor que el proyectado en el Presupuesto 2021 y con inflación que rebasa las hipótesis oficiales.

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Comprender y sumar: Las políticas públicas de un gobierno nacional y popular tienen que incluir, incluir e incluir. Tanto como su narrativa, el famoso y mal denostado relato. La comunicación oficial, amén de las pifias no forzadas, se enfrasca demasiado en polemizar con la oposición. Una derecha tan radicalizada deja un espacio demasiado enorme en el medio. Casi nunca es posible pactar. La opo incita al grito o a la polémica para iniciados, ajena al interés cotidiano de multitudes de gente común.

Los “cruces” en medios masivos o redes sociales atañen a minorías. La palabra oficial a veces se extravía en temas judiciales, intercambios personalizados que cansan más de lo que persuaden.

Ampliar la audiencia, expandirse hacia el centro de la sociedad (que no es lo mismo que un improbable centro político), motivar a los agobiados o descreídos es tanto un mandato político de gestión tanto como de campaña.

Antes de ser presidente, Fernández amplió las fronteras del Frente de Todos, lo que apuntaló al comienzo de la pandemia. La celada del debate entre elites, del microclima político (opina, como en toda esta nota, el suscripto) favorece a la derecha como tantas otras formas de exclusión.

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