La extraordinaria salida de divisas que se produjo entre 2018 y 2019 como producto de las desatinadas políticas del gobierno de Cambiemos ha llevado a la convicción mayoritaria de que todo ese proceso no fue más que una masiva fuga de capitales. Sin embargo, hay también una parte importante que no responde a esa caracterización.

Para explicar mejor esta cuestión es preciso entender la naturaleza de los errores de la política neoliberal en materia de mercado de cambios, es decir, el pecado original del neoliberalismo en materia cambiaria: la liberalización plena. 

La liberalización total implica que se habilita la absoluta libertad de entrada y salida de operadores, o sea de oferentes y demandantes de divisas, sin ninguna restricción. Esto implica que a nadie se le pregunta para qué quiere las divisas que demanda ni, lo que es peor aún, a nadie se le obliga a vender en el país (ofertar) las divisas que obtiene, ni siquiera a los exportadores locales, que pueden dejar esas divisas en el exterior sin ingresarlas.

Por otro lado, no se presenta ninguna restricción para la entrada y salida de capitales, sea para inversiones reales (IED) o financieras (préstamos y cancelaciones), ni plazos para la permanencia de los capitales que ingresan.

Tampoco se verifica si las remesas de utilidades al exterior o las cancelaciones de créditos externos se corresponden en calidad y cantidad con el ingreso previo de capitales, reales o financieros; en otras palabras, se pueden inflar ganancias o inventar autopréstamos de filiales locales con casas matrices sin ninguna limitación. Finalmente, la remesa de utilidades puede corresponder, también sin limitaciones, a capitales locales no oriundos del exterior.

Con este marco normativo, se podría decir “desnormativizado”, el neoliberalismo logró diluir el concepto y la estigmatización de la fuga de capitales, porque todo pasa a ser el ejercicio del libre mercado.

Ejemplos

*Las entidades exportadoras, a quienes se les paga en el exterior, tienen la libertad de no traer las divisas al país. No están fugando capitales, sino que dejan afuera las divisas directamente y no están violando ninguna regla.

*El inversor financiero especulativo, que se entera que el país está pagando una tasa de interés que quintuplica las tasas internacionales, compra títulos en pesos (LEBACs) y, si ve que el tipo de cambio se puede disparar, los vende en pocos meses y se lleva la diferencia de tasa en dólares (carry trade), sin transgredir nada porque no asumió ningún compromiso de plazo de permanencia en el país. Además, no está fugando ningún capital porque era el mismo que trajo, más los intereses.

*La empresa multinacional que ingresa capitales para abrir una filial luego gira sus ganancias al exterior, sin ninguna limitación de concepto y cantidad y si quiere puede vender la filial a otra empresa local y llevarse la inversión inicial, con lo cual el saldo neto sería una salida mayor de divisas que el ingreso.

Como puede apreciarse, todas estas situaciones, si bien pueden favorecer durante un corto tiempo el ingreso de capitales, sobre todo especulativos de muy corto plazo, lo que hacen es activar el reloj de la bomba de tiempo para el drenaje posterior de divisas cuando la confianza se pierde. 

Lo más patético es que, cuando esa bomba explota, el drenaje de divisas en el marco del mercado cambiario totalmente desregulado no se podría caracterizar en sentido estricto como fuga de capitales, porque simplemente es un exceso de demanda de divisas sobre la oferta luego de un período en que la relación fue inversa.

El rol del Banco Central

En una economía chica y periférica como la argentina, la liberalización total del mercado cambiario y los consecuentes vaivenes de la oferta y demanda de divisas provocan una gran volatilidad en el tipo de cambio. Para colmo, en un mercado totalmente desregulado, el tipo de cambio es único, es decir que no tiene alternativas.

Sin embargo, mercado de cambios desregulado no implica necesariamente tipo de cambio libre. Bajo un esquema de ese tipo, la autoridad monetaria puede intervenir tanto en calidad de oferente como de demandante para tratar de evitar fluctuaciones desmedidas que, en una economía como la nuestra, desestabiliza otras variables, como por ejemplo los precios. 

Cuando el BCRA interviene en el momento de auge para evitar la caída del tipo de cambio lo hace comprando divisas a cambio de pesos, lo cual tiene la ventaja de acumular reservas, pero la desventaja de emitir pesos que luego debe esterilizar emitiendo bonos rentados (LEBACs). En cambio, cuando comienza el drenaje y sale a vender dólares, contrae la emisión de pesos a costa de una caída de las reservas en divisas, lo cual suele amplificar la desconfianza y estimula una mayor demanda de dólares.

Lo verdaderamente curioso es que, si la reversión de expectativas se traduce en las operaciones mencionadas anteriormente, con un mercado cambiario totalmente desregulado no se podría decir que el BCRA está financiando la fuga de capitales, simplemente estaría intentando evitar la disparada del tipo de cambio con sus negativos efectos sobre el resto de la economía.

El extremo de este contrasentido, derivado de la concepción neoliberal, es que quedaría legitimado recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para poder intentar sostener el nivel de reservas de divisas y reducir la desconfianza. En efecto, si estas operaciones no son consideradas fuga de capitales sino simples vaivenes en la libre oferta y demanda de divisas, entonces el FMI no estaría violando su estatuto, que se lo prohíbe, y el BCRA estaría utilizando un recurso extraordinario para controlar el tipo de cambio sosteniendo la confianza sin perder reservas.

En este contexto, sólo puede haber dos motivos para cuestionar legalmente la operatoria con el FMI y ambos dependen de la letra chica del acuerdo suscripto oportunamente: uno es que se haya acordado explícitamente que la ayuda financiera no se podía utilizar para que se retiraran los capitales de corto plazo que habían ingresado el año anterior, cosa muy poco probable porque el FMI siempre ha estado más del lado de los acreedores que de los deudores.

El otro es que el gobierno haya asumido el compromiso explícito de que el BCRA no intervendría en el mercado cambiario, sobre todo vendiendo divisas al menos hasta cierto límite, para controlar el valor del dólar. Esto sí que es muy probable, porque el FMI ha sido históricamente enemigo acérrimo del control del tipo de cambio y siempre partidario de que aumente todo lo que tenga que aumentar para equilibrar la oferta con la demanda.

Así, la complicidad de ambas entidades, el FMI y el BCRA de la gestión Cambiemos, sería inocultable. Sobre esta base habría que seguir martillando para que se asuman las responsabilidades de ambos lados. Porque, efectivamente, el BCRA usó esos fondos para tratar de controlar el valor del dólar y el FMI, a pesar de su supervisión “online” parece no haberse dado cuenta de la situación hasta que el préstamo se desembolsó en más de un 80 por ciento.

La verdadera fuga

Sin embargo, dentro de todo este proceso hubo también una fuga de capitales verdadera, muy difícil de individualizar y sobre todo de cuantificar en el momento en que sucede. La verdadera fuga consiste en la valorización financiera y dolarización de los excedentes generados en el proceso económico interno, o lo que el BCRA denomina “formación de activos externos (FAE)” de residentes.

Los protagonistas de la FAE son variados: desde las empresas multinacionales que en lugar de reinvertir utilidades generadas en el país las remesan a sus casas matrices, a veces disimuladas en el sobrecosto de la importación de insumos, hasta empresas locales que aun vendiendo en pesos valorizan sus utilidades en divisas y las envían a paraísos fiscales o las atesoran en cajas de seguridad por las dudas, pasando incluso por trabajadores de salarios elevados o emprendedores exitosos que ahorran parte de sus ingresos en divisas.

Así, podemos entonces caracterizar más estrictamente a la fuga de capitales como la dolarización y esterilización de los excedentes económicos generados en el mercado interno, tanto por actividades productivas como financieras, y asociarlo con la formación de activos externos, tanto aquellos depositados en el exterior como los que duermen en “colchones” y cajas de seguridad. La forma de llevar a cabo esta fuga puede ser legal, a través de la operatoria bursátil de compra de bonos con pesos para venderlos en dólares (CCL y MEP), o non sancta en el denominado “blue”, donde van a parar en general los capitales no declarados y los generados en actividades ilícitas.

El término esterilización tiene que ver con que estos excedentes se sustraen del circuito económico y por lo tanto no vuelven para generar más actividad económica. Sin ninguna duda, una parte importante del préstamo del FMI se utilizó también para esta auténtica fuga de capitales, aunque no sea fácil estimar su magnitud.

Sólo restaría una referencia final al paradigma cambiario desregulador del neoliberalismo. Como tantas otras cosas de esta ideología, se sustenta en el falso axioma de que el afán de lucro individual redundará en el bienestar general. En este caso, el “derecho humano” de poder comprar los dólares sin restricciones termina, como siempre, haciendo el caldo gordo a quienes tienen la capacidad de acrecentar la fortuna que ya tenían. 

Al resto le queda la austeridad y el ajuste para pagar la fiesta. Sobre todo en un país en el que la restricción externa (eterna) hace que el pleno empleo requiera más importaciones que las exportaciones que pueda realizar, aun cuando estuvieran los exportadores obligados a liquidar las divisas que obtienen en el país. En tales condiciones, la desregulación total del mercado cambiario es la sentencia segura para un endeudamiento externo insostenible.

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Coordinador de la Licenciatura en Economía. @novak_daniel