Hace cincuenta años, en julio de 1972, Enrique Medina hacía un resonante debut literario con Las tumbas, novela de base autobiográfica, que de inmediato agotó edición tras edición, transformándose así en un best-seller de época, impactando a quienes la leían por su lenguaje crudo y directo, sacudiendo conciencias y desconocimientos con las sufridas historias juveniles que allí aparecen, en los reformatorios y similares instituciones. Hasta la edición número 26 se imprimió, quedando agotada en enero de 1977 cuando la dictadura militar ya se encontraba en el poder, y con la obra en la lista negra de la censura, como tantos otros libros de Medina: El Duke (1976) y Perros de la noche (1978). En octubre de 1982 se retoma la publicación, y continúa agotando ediciones desde entonces.

Las tumbas generó toda clase de repercusiones, y opiniones como la de Rodolfo Walsh en 1972: “En este mudo no hay casi más salida que el tránsito de víctima a victimario a través de una larga cadena de simulación y sometimiento”; “una sociedad putrefacta que encierra niños en campos de concentración”; “un testimonio vigoroso y sorprendente sobre una categoría de presos sociales”; y la de David Viñas en 1983: “fue un trote que se fue haciendo galope la lectura de su libro. Muy buena andadura tiene”; “su libro: entero, penetrante, muy ágil, cabalmente legítimo tanto por su talante como por su idioma, sus figuras y sus escenarios”. Un comentario de Clarín filió la narrativa de Medina “con la obra entera de Arlt”, y la publicación española La Estafeta Literaria con otro clásico de la época: La ciudad y los perros. Toda la obra, unos cuarenta títulos, de Enrique Medina –viajero, y amante del cine– recibió muchas más lecturas y juicios favorables, como los de Jorge Amado, Raúl Larra y Enrique Pezzoni, y se encuentra traducida parcialmente al portugués, italiano, francés, húngaro, inglés, alemán, polaco y checo.

Enrique, comenzó a escribir durante el período juvenil, en el que tuvo que pasar por varios reformatorios. ¿De qué modo y con qué objetivos surgió la necesidad de escribir? ¿Qué buscaba, o pretendía, o ambicionaba, con los primeros textos?

–En ese tiempo jamás imaginé ni pretendí ser escritor. Fue de casualidad, como última opción. En las tumbas los días de lluvia impedían que jugáramos al fútbol, así que nos encerraban en unos grandes patios cubiertos y sentados en el piso como buditas debíamos escuchar al que pasaba adelante y nos “contaba una película”. Y así nos entretenían para pasar el tiempo. Los que contaban la película inventaban una historia basada en fragmentos de las películas vistas. No sólo había que saber contarla, sino “actuarla”. Se suponía que los que nos destacábamos en algo, también deberíamos saber contar películas. Eso se descontaba. Y como yo era bueno jugando al fútbol, estaba obligado. Pero no lo hacía bien, me abatataba y me enredaba en la historia y todo finalizaba en un bochorno. Por lo que me obligué a inventar historias, que escribía y memorizaba. Por suerte en aquellos tiempos en los estudios primarios, los maestros nos exigían, y yo era bueno en la materia “lenguaje” donde nos enseñaban leyendo cuentos y poesías. Desde chico fui un gran lector. Creo que tengo leída toda la literatura argentina.

¿Y esa historia, cómo sigue?

–Mi meta era la imagen. Primero intenté el teatro con Marcelo Lavalle, el gran maestro de entonces. Pero de actor, nada. Luego estudié cine en el centro “Cine Experimental”, con profesores magníficos como Carlos Bocardo, Maissegaier, Ramiro de Casasbellas, además con clases magistrales de Inda Ledesma y Leopoldo Torre Nilsson. Empecé trabajando en los equipos de iluminación y tuve suerte. Pero el país empezaba a torcerse mal y entonces me fui a Uruguay a trabajar en una compañía de marionetas. Pero Montevideo estaba peor, así que viviendo en los camarines de un teatro, y con mucho tiempo libre, escribí mis dos primeros textos. Por las mañanas Sólo ángeles, que era una especie de cuaderno de notas de lo vivido por un marginal. Y por las tardes escribía Las tumbas. Y tuve suerte. Nada buscaba ni nada pretendía ni ambicionaba, simplemente tenía que hacer algo. La literatura siempre fue, digamos hasta mis treinta años, como la última salida en mi vida. Yo, disfrutaba leyendo.

¿Y qué relación había por entonces entre lectura y escritura? ¿Qué autores lo fueron “marcando” o influenciando?

–Si la lectura es profunda, la escritura es una opción natural. Infinidad de autores me influenciaron. Creo que todos, en más o en menos, fueron sumando. Y esa suma es de afectos y necesidades. Agradecer lo que tanto me dieron. Y la necesidad de lograr, aunque sea en un ínfimo porcentaje, lo que ellos habían logrado conmigo: trasmitir conocimientos, emociones, historias de vida. Tuve la suerte de tener en quinto y sexto grado dos maestros geniales que me hicieron conocer nuestra literatura desde las bases. Amalia de José Mármol, El Facundo de Sarmiento, Echeverría, y todos los que siguen. Gálvez, Borges, Mallea, Bioy, Castelnuovo, Victoria Ocampo, María Rosa Oliver. La poesía de Alfonsina creo que aún no tiene la real dimensión de su valor. Alfonsina fue, es y será más que genial, es como Gardel, escribe cada día mejor. Además de ser una excepción, fue una adelantada. Su poesía no sólo no ha perdido vigencia sino que, no deja de ser vanguardia. Marechal, Martínez Estrada, Hugo Wast, Barón Biza, Sabato, Martel, Guiraldes, Almafuerte, Lugones, Manucho, Marco Denevi, Abelardo Arias, María Esther de Miguel, Di Benedetto… Uff, siempre se comete pecado cuando se hacen menciones, porque hay olvidos involuntarios. Pero los fundamentales para entusiasmarme a escribir fueron Miguel Cané y su maravilloso Juvenilia; Eduardo Gutiérrez, por su dedicación a los marginales de ese tiempo; sin duda Roberto Arlt; Bernardo Kordon. Y de los extranjeros que me influenciaron el pelotón es enorme. Si empiezo con Homero, no termino más. Me siento obligado a no olvidar las tragedias de Esquilo y Sófocles, ni hablar de Virgilio y Dante, acabo de publicar uno de mis últimos libros inspirado en ellos: Los condenados, escrito en esta pandemia que aún sigue escorchándonos la vida. Los franceses Stendhal, Sade, Balzac, Victor Hugo, Proust. Ni hablar del cariño que tengo por los norteamericanos Hemingway, Pound, Carson Mc Cullers, Mickey Spillane, Kerouac, Mailer… Los rusos con Dostoievski a la cabeza, Tólstoi, Maiakovski. Pero los que me influenciaron específicamente para escribir fueron Henry Miller, César Vallejo, Violette Leduc, Jacques Prevert, a quien le hago un homenaje en uno de mis libros de poesía, London, Lampedusa, José Eustasio Rivera y su maravillosa novela La vorágine, a la que sigo considerando el mejor libro latinoamericano, y por sobre todos, mi amado Louis-Ferdinand Céline y su obra maestra, cada vez más insuperable, Viaje al fin de la noche.

Las tumbas tiene un epígrafe-dedicatoria a cuatro mujeres, sólo con sus nombres de pila, ¿eran las celadoras o cuidadoras de esos reformatorios por los que usted pasó?

–Inteligente reflexión la suya. No hubiera estado mal. Porque, quizás, si hay algo injusto en mi novela es el haber dejado de lado las cosas buenas que esa experiencia me dejó. Costumbres de vida, normas de conducta, conceptos de vida, y gente buena que en ese mundo hace lo que puede. Los nombres que usted menciona, hacen ya muchas ediciones y años que fueron cambiados por los de mis hijos. En realidad, no es que aquellos nombres fueran reemplazados, en realidad ahora están guardados en el archivo más hondo que un hombre puede tener: en el corazón, claro. No eran nombres de celadoras, aunque algunas…

Las tumbas fue llevada al cine en una “versión libre” que se estrenó en 1991 y que, por lo que se sabe, no le agradó. ¿Hay otras versiones fílmicas de sus cuentos y novelas que sí lo hayan dejado conforme en algún grado?

–Nunca voy a dejar de agradecerle a Teo Kofman haber filmado mis Perros de la noche. Éramos amigos desde que trabajábamos en cine. En la película del bueno de Néstor Paternostro Paula contra la mitad más uno, él era asistente de dirección y yo asistente de cámara. Le dije que iba a hacer una novela negra y se la conté. Él escuchó con atención y luego me dijo: “Vos escribila y yo la filmo”. Y así fue. Al mismo tiempo que la escribía, hice el guion. Luego de publicada con buen éxito, él la filmó. Recuerdo que Juan Carlos Desanzo, con quien éramos amigos por haber trabajado juntos con Buby Stagnaro en publicidad, no podía creer que aun ofreciéndome mucho dinero (dólares) yo le respondía que estaba comprometido ya con Teo. Digo esto porque luego Teo lo dijo en un reportaje. En cuanto a La tumbas, tuve tres posibilidades que dejé escapar sin darme cuenta. Una fue con René Mugica. Nos citamos en La Ópera, sin resultado ni continuidad. Otra oportunidad fue con Daniel Tinayre, cuando estábamos elaborando un guion junto con José Martínez Suarez en la casa junto a las vías del tren, cuyo ruido a mí no me dejaba concentrar; tuvimos una charla breve, también sin continuación. Y la tercera con el mismo Teo Kofman luego del éxito de Perros. Teo me dijo que primero quería hacer una comedia, otro estilo de cine para no quedar atrapado en un solo género. Yo no lo apuré y el tiempo se fue como el viento. La otra linda experiencia fue con Mario David. Ambos éramos fanáticos y amigos de Kordon. Mario venía de grandes éxitos que yo admiraba mucho. Había filmado El sordomudo, El grito de Celina y Paño verde y tomó un cuento mío que en una carta Cortázar me destacó: “Gente decente”. Era un cuento de climas que él creyó tener en un puño. Fue la primera experiencia de largometraje con equipo profesional de 35 mm para paso en video VHS. Actuó Hugo Soto, con quien éramos amigos desde el Festival de San Sebastián donde él compitió con Hombre mirando al Sudeste de Subiela, otro amigo. También participó Héctor Bidonde que se había destacado en Perros de la noche. Los productores habían sido generosos en la realización del film, pero este no fue inteligentemente manejado en la necesaria promoción y distribución en las casas de videos. Luego, Mario tuvo en mente El Duke, empezamos a trabajar, pero la vida le dijo no.

En los últimos años, a su extensa obra que se caracteriza por la prosa, fundamentalmente narrativa, se fue sumando la poesía, con volúmenes como Áspero cielo y Ocre urbano, que además combina los textos con imágenes de revistas y documentos de época. ¿Cuál es y cómo es su relación con la poesía, tanto en materia de lectura como de escritura?

–Para mí la poesía es el cimiento, la raíz de la escritura. Por lo general los poetas manejan mejor el lenguaje que los narradores, pues dominan la composición y el desarrollo, tienen mejor manejo de las palabras, en un verso sintetizan una novela. Fui amigo de Alberto Girri, Olga Orozco, Enrique Molina y varios poetas más y traté de aprender de ellos. El gran ejemplo es Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, una novela ejemplar que yo pongo al mismo nivel de lenguaje que Zama de Di Benedetto. El pobre Molina también padeció su traspaso al cine, aunque al menos la película no fue mala. Desde chico me atrae la poesía, desde la escuela, leí a todos nuestros poetas. También todo Whitman, Baudelaire, Blaise Cendrars, la generación Beat, el mismo Hemingway, Shakespeare, Borges, ¡hasta la poesía de Mao Tse-Tung! cuando me creía un rebelde. Fue mi colega, amiga y correctora Alejandra Tenaglia quien me instó a que publicara poesía. Revisando mis papeles archivados ella vio que algunas cosas podían pulirse, y así fue que tuve un “período poético”, por así decir, y edité tres libros con esa característica que usted ha notado: la inclusión de imágenes. Incluso la mayoría de los poemas hablan concretamente de las imágenes que acompañan el texto. Recuerdo que Leo Vanés, el gran crítico de espectáculos me decía que las tapas de mis libros no debían tener pinturas sino fotos, porque yo era un escritor de representaciones cinematográficas, por el ritmo que tenían mis novelas.

También en el último período, Página/12 fue publicando en las contratapas trabajos suyos, un “filón”, por así decir, donde se resitúa a personajes de la literatura y la cultura ya fallecidos (Dostoievski, Quiroga, Mujica Láinez) “en estos días”, afrontando las peripecias kafkianas que sufre el más común de los mortales en la vida cotidiana, de manera hilarante. ¿Cuándo y cómo surgió la idea?

–A lo que usted se refiere, debo responder que en los textos del diario he tenido etapas en las que busco renovarme. Y esa serie “En estos días” es una de las que más me satisfizo, porque de algún modo es un homenaje que le hago a esas enormes figuras que tanto placer me dieron al leerlos. Para mí esos textos son un pretexto para meter el dedo en la llaga, sin mucha presión, claro, pero sí visibilizando detalles absurdos de nuestra realidad social cotidiana. Como el relato de Borges discutiendo sobre su existencia real y el papel del banco que le dice lo contrario. O el diálogo de él y Arlt, y tantos otros. Ahora me surgió el Puma Flores, un comisario retirado que se choca, a veces feo, con situaciones que debe soportar en un tiempo con el que, la mayoría de las veces, no logra ensamblar.

¿Hay nuevos planes de escritura y de publicación?

–Sí, siempre hay esperanzas, aún en el infierno. En el de Dante, algunos la llevan peor y otros no tanto. En mi caso tengo el gran honor de que, después de cincuenta años de mi primera novela, un empresario de libros me haya dicho que soy “un escritor incontrolable”, y que además “no estoy en la línea de la editorial”. En estos días de tanta libertad empresarial, la democracia se huele aceitosa, cuando no hipócrita. Pero, gracias a Dios, la vida de uno se ha jalonado de este modo, y lo que para otros puede ser desagradable sorpresa, para mí es agradable piropo, aún vacío en el aire. Por suerte, creo que lo dice la Biblia, que si no es sabia sí es vieja, cuando una puerta se cierra, otra se abre. Tal es el caso de la editorial Muerde Muertos, de José María Marcos y Carlos Marcos, que este año preparan la edición del guion cinematográfico que yo hice sobre Las tumbas. Al mismo tiempo, el joven editor de Catalpa, Alejo Hernández Puga, ha decidido publicar la edición 50 aniversario de la novela, algo que me llena de enorme y sincera alegría, porque si no es haber llegado a la luna, al menos tampoco es moco de pavo, teniendo en cuenta que cuando salió la primera edición en 1972, los dos diarios más importantes del país emitieron opiniones muy tajantes y contundentes. Uno decía que el autor se hundía en un profundo mar de pornografía o algo así; y el otro sugería que era un libro de lectura no recomendable. Sin alaraca ni sponsor futbolero, mal que bien, y sin eufóricas intenciones de pulgares en alto, bien podría decirse que el pingo llegó a la meta.

 

Las tumbas: guion cinematográfico y edición aniversario

 

Enrique Medina es uno de los escritores argentinos que nos marcaron como autores. En 2017 desde la editorial Muerde Muertos lo homenajeamos con una adaptación gráfica de su novela Strip-tease, con la participación de cuarenta artistas, y posteriormente, editamos sus libros de relatos Sinfonía infernal y La ciudad dorada. Llegado el 50° aniversario de Las tumbas, decidimos sumarnos a los festejos publicando una copia facsimilar del guion que el propio Medina escribió sobre la novela. Aunque la obra tuvo una adaptación fílmica en 1991, este guion nunca fue rodado y es la versión que imaginó el autor. La aparición de Las tumbas en 1972 planteó nuevas posibilidades dentro de la ficción y marcó un hito en la narrativa argentina, tanto por su notable impacto a nivel popular como por un renovado uso del lenguaje escrito y la incorporación del punto de vista de los marginados de los grandes centros urbanos. Por esta condición y por su capacidad de proponer imágenes, la novela traía también la simiente de una corriente audiovisual que años después se fue consolidando masivamente con distintas producciones como Perros de la noche (1986), película de Teo Kofman sobre otra novela de Medina de 1978; Pizza, birra, faso (1998), de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro; Okupas (2000), de Bruno Stagnaro; o El marginal (2016), de Luis Ortega, por citar algunos títulos. La difusión de este material inédito hasta el momento celebra la vigencia de Las tumbas y representa un valioso aporte para los que aman el cine y la literatura.

CUERPO MENOR

Testimonio de José María Marcos, escritor y editor del sello Muerde Muertos.

En Catalpa estamos trabajando en una edición clásica de Las tumbas, de alguna manera más literaria que las últimas ediciones de la obra, que tenían un abordaje algo historicista. El foco de la edición por el 50° aniversario va a estar puesto en la fuerza y en la vigencia del texto, cuyo impacto a comienzos de la década del ‘70 encuentra una continuidad en una nueva generación de autores y lectores que descubren en Medina un referente indispensable de la narrativa argentina del último medio siglo.

La edición estará disponible tanto en rústica como en tapa dura.

CUERPO MENOR

 

Testimonio de Alejo Hernández Puga, editor de Catalpa.