Podría definirse a El jardín de bronce como el último eslabón de la cada vez más larga cadena del policial negro vernáculo llevado al plano audiovisual. Y de hecho lo es. Quizá uno de los exponentes más claros en esa intención de fusionar un género con coordenadas geográficas y temáticas reconocibles. Pero también es otra cosa. Se trata de una adaptación de la exitosa novela de Gustavo Malajovich. Es, además, una nueva producción original de HBO hecha en la Argentina que tendrá alcance global. Y, por último, trata sobre la búsqueda desesperada de un hombre por saber qué sucedió con su hija de cuatro años. “Es un viaje narrativo, ¿no? Es entrar en esa zona de atmósferas donde uno se ve involucrado con este personaje. Yo voy a hacer este viaje que es buscar a mi hija pero no solo para encontrarla sino para encontrar una verdad. Porque detrás de una desaparición tan inexplicable tiene que haber una gran verdad, algo ocurre ahí. Eso es lo que lo desespera a Fabián: no saber”, le dice a PáginaI12 Joaquín Furriel, el protagonista de esta entrega. Hoy a las 21 podrá verse el primero de los ocho episodios de una hora por HBO que también estará dispuesto en su plataforma On demand HBO GO.

Todo el peso de la trama recae sobre Fabián Danubio, un arquitecto de clase media que intenta reflotar su matrimonio con Lila (Romina Paula). Además de las desavenencias de alcoba, el protagonista es el único que intuye el mal que se avecina cuando Moira le cuenta sobre un misterioso “hombre del jardín” que se le aparece de tanto en tanto. Tras la desaparición de la pequeña, y ante la falta de respuestas de la policía, Fabián dejará de habitar en su limbo emocional para actuar y encontrarle una salida a su mal sueño. La pesquisa de Danubio lo llevará, durante varios años, a conocer submundos urbanos. Es una historia en la que el paisaje de Buenos Aires se ensambla con suspenso, hipótesis cruentas como la trata de personas, la desidia institucional, la corrupción policial, además de personajes y tramas secundarias atractivas. Por eso también está el inevitable paso del tiempo. “Hay un punto en que lo que le sucede al protagonista lo saca del tiempo. Le da otra categoría porque ante la tragedia no tenés una cronología como los demás. Además está habitando en una Buenos Aires atemporal por su arquitectura, es como un tiempo que no sucede”, apunta Malajovich, quien también ofició de guionista en esta producción. Una escena del primer episodio resuelve la cuestión temporal de manera magistral. El protagonista, en un viaje en subte, encuentra el cartel con la cara de su hija detrás una maraña de folletos y otros pedidos como el suyo. “Es una invitación para el espectador que le gusta bucear y dedicarse ese momento del día para ver la serie. Estos ocho episodios te demandan bastante porque hay cosas de un episodio que encuentran resolución mucho después. Y te quedás, ‘ah, claro’. En ese sentido el trabajo es de una gran sutileza”, apunta Furriel. 

–¿Cómo recibió la propuesta?

Joaquín Furriel: –Empecé a leer el primer episodio, el segundo y ya no pude parar. Y sentía que lo podía hacer. Hasta el día de hoy no dejo de estar sorprendido de lo que hicimos. Era un muy buen contexto para poder hacerlo. Fue un proceso de realización extraño porque estuve muy solo encontrándome con Fabián. Primero una semana con Julieta Zylberberg, luego no la volvía a ver, después otra con Pipo Luque, Daniel Fanego o Norma Aleandro. Una vez que me acostumbraba a una determinada situación,  por la propia lógica del rodaje debía cambiar. Y no tenía paridad. Pero me di cuenta que esa dinámica de trabajo, bastante novedosa para mí, era una de las principales llaves para encontrar al personaje. Porque hay un punto del personaje sólo con él mismo. Y en ese sentido es mucha responsabilidad. Era el driver de la historia.   

–¿Y cómo es encarnar a un personaje así, que carga con esta mochila muy pesada y que además aparece en la mayoría de las escenas?

J. F.: –Lo importante para construir a Fabián fueron las reuniones previas que tuve con los dos directores. Ellos me iban comentando lo que querían lograr y eran mucho más que definiciones estéticas, porque ellos tienen un vínculo con el programa de mucho tiempo. Fueron instancias de leer y releer, ver qué podía sumar, por eso que cuando yo entré a jugar ya había algunas decisiones que se habían tomado. Tenía como un mapa que me orientaba. Y en ese momento es muy importante el guión y la confianza con la que se va a narrar. Es mucha información, igual que la que recibe Fabián, se va sumando esa información, capa a capa. Lo que logramos, creo, fue construir la conflictividad del personaje desde cada nuevo paradigma que surge adentro de la serie. Te propone un mundo. Bueno, habitemos ese mundo. Aparece otro mundo, bueno, metámonos ahí también.  

En esa deriva, Danubio encontrará algunos aliados claves. Uno de ellos es un investigador privado (Luis Luque) que dejará las pequeñas estafas e infidelidades para apasionarse con el caso de Moira. Otros dos sostenes serán la agente de la policía interpretada por Julieta Zylberberg y un amigo de la infancia a cargo de Alan Sabagh. “Cuando la causa empieza a menguar, van a ir apareciendo otros aspectos de Fabián, y ahí aparece el Ruso que por conocerlo de antes es como que cayera de otro mundo; quizá sea la única conexión del protagonista con una especie de vida normal, y de a poquito lo va a ir apoyando y se va a ir metiendo con él en su investigación”, concede Sabagh. La relación con el personaje de Zylberberg se da por su desempeño policial, pero irá involucrándose en varios niveles con ese hombre abatido. “A ella le llega este caso y se conmueve, siente empatía por Fabián, y frente a ciertas trabas, burocracias y corrupciones, ella lo va a seguir acompañando, utilizando algunos instrumentos y contactos”. Para estos dos actores, por otro lado, El jardín de bronce supone una primera incursión en el policial.  “El proyecto fue ideal a todo nivel, de producción de elenco, los directores, la historia, y hacer de policía para mí me pareció espectacular. El lenguaje es muy diferente a lo que venía haciendo”, recapitula Zylberberg. “Acá no se podía papear”, completa Sabagh.  

Una adaptación fiel 

Para los que hayan leído la novela (la primera de una saga literaria), se sorprenderán de la traducción atenta de lo escrito por Malajovich. Ese relato pulido y vertiginoso que se entronca con el policial, pero también con lo fantástico y el melodrama, según manifestó el autor. Dramáticamente quería que la trama estuviese tiesa como “una carpa de camping muy larga, en la cual todos los sostenes deben evitar que la carpa se destense y se desinfle”, dijo tiempo atrás a este diario. 

El germen de El jardín de bronce estuvo motivado por una pesadilla permanente de cualquier padre, y que a Malajovich le surgió cuando viajaba con su hija un transporte público: ¿Y si al bajar en un andén descubriera que su hija se había quedado adentro de un subte en marcha? En la novela, y en la serie, una empleada doméstica se lleva a Moira a un cumpleaños. Danubio estuvo a punto de alcanzarlas en el subte pero las dos se desvanecieron. Puntapié inicial para su derrotero y para convertirse en rastreador, suerte de investigador que aprenderá el oficio a los golpes, con un motor particular: su consternación ante lo que le ha pasado.  

Malajovich ha señalado que su objetivo como escritor fue el de no dejar libre al lector, por eso es que no lo diferenciaba tanto de su labor como guionista (Los Simuladores). En esta ocasión trabajó en los libretos junto a Marcos Osorio Vidal. “Yo no quería caer en el enamoramiento del escritor frente a su material y que no me lo toquen. Por eso fue muy importante el trabajo de a dos. El guión tenía que funcionar como guión, lo que se tenía que cambiar había que cambiarlo. Para no caer en la trampa de que yo también sé lo que es un guión, era fundamental tener a alguien más como puntal”, apunta Malajovich, quien cree, por otra parte, que había algunas escenas “como servidas” para ser trasladadas del papel a la pantalla. Ese esmero lleva que hasta el prólogo del libro tenga su aparición en formato de un teaser que no se resolverá hasta el epílogo de la serie.

También hubo una dupla a cargo de la realización. Hernán Goldfrib (Tesis de un homicidio) y Pablo Fendrik (La sangre brota y El asaltante) tenían experiencia en el thriller con sus vueltas de tuerca locales. Si bien cada uno se encargó de capítulos por separado, consideraban fundamental que hubiese una armonía en los ocho episodios a nivel narrativo y de puesta en escena. “Es un material muy rico, había muchos detalles de dónde agarrarse e imaginar por donde podíamos encararlo”, apunta Goldfrib. “Fue como hacer un Master –confiesa Fendrik–, tuvimos que cotejar el estilo propio y las ideas de cada uno, y que además había que consensuar con producción. Creo que eligieron dos directores que podían armar un lenguaje común”. Uno y otro manifiestan que entre las referencias más claras están el policial estadounidense. “No se puede huir de ahí porque es lo que nos trajo hasta acá. También el francés y el coreano pero el policía americano es el más masivo y conocido”, dice Goldfrib. “Lo que hicimos fue juntarnos con policías argentinos, lo cual nos sirvió muchísimo para bajar a tierra lo que podíamos imaginar de algunas cosas. No queríamos que fuera una serie del tipo americano pero filmada acá: queríamos generar un mundo totalmente propio. Tenía que tener argentinidad, elementos y detalles que nos perteneciesen”.  Para Fendrik, en definitiva, El Jardín de bronce es “como un lienzo” que les permitió explorar varias herramientas audiovisuales. 

Buenos Aires se ve tan susceptible 

Uno de los aspectos más atractivos de El jardín de bronce es que Danubio  rastrea a su hija por una ciudad que se le presenta como nueva, más siniestra y a la vez muy familiar. Lo declaran todos los involucrados: Buenos Aires en un personaje fundamental en esta historia. Tiene un tratamiento visual de claroscuros y recovecos, en otros momentos es muy prístina y cercana. Malajovich, que es arquitecto, recuerda al pasar el palacio Barolo que está presente en el texto y en la serie. Construcción que, como se sabe, fue diseñado por el arquitecto Mario Palanti como homenaje a Dante Alighieri y su Divina Comedia. Alegoría sobre los círculos infernales que deberá atravesar el propio protagonista para hallar a Moira. Es una Buenos Aires “de verdad, ni pintoresca, ni for export, ni que se regodee en el pobrismo” que “juega un papel muy importante en la narrativa”, aseguran sus realizadores. Hernán Goldfrib destaca que el intento fue el de capturar una esencia pero que la perimieron para que la sensación del paso del tiempo sea agobiante y desoladora. La apertura, donde se nota a pleno el detallismo en dirección de arte, muestra una urbe cosmopolita, como si el espectador mirase una Filcar noctámbula, gótica y con destellos de luz inquietantes. Esas calles, recovecos y túneles de subte por donde deambula Danubio. “Es una ciudad con mucha belleza arquitectónica, y al mismo tiempo un nivel caótico que entronca bien con la novela. Los lugares donde el personaje realiza la búsqueda son espacios muy eclécticos y tampoco es que esté sectorizado socialmente, no es que ocurre en Recoleta. No es algo tan predeterminado porque, en realidad, todo lo que se ve en la serie ya lo tiene la novela”, cierra Furriel.