«Con la convertibilidad, habrá más de seis décadas de crecimiento y prosperidad en la Argentina» Domingo Cavallo, 1991.
Las crisis generan condiciones para la emergencia de personajes mesiánicos. Estos siempre tienen a mano la pócima mágica que soluciona todos los problemas. Por caso, el libertario Javier Milei logró colar en la agenda pública la propuesta de dolarizar la economía argentina.
Entre el 13 y el 20 de abril los comentarios sobre dolarización crecieron un 48 por ciento en redes sociales. Un relevamiento que realizó la consultora Ad Hoc sostiene que “un tercio de las menciones a la palabra dolarización son positivas” y que la mitad mencionan a Milei.
El dirigente ultraderechista expuso esa idea en el exclusivo Foro Llao Llao de Bariloche. En el encuentro organizado por Eduardo Elsztain (IRSA) y Marcos Galperín (Mercado Libre), el líder de La Libertad Avanza desplegó sus dotes histriónicas para defender las supuestas bondades del cambio de régimen monetario. Sin embargo, el auditorio de Ceos no recibió muy bien esa propuesta.
El rechazo empresario quedó reflejado en los escasos tres votos sobre 100 que obtuvo Milei en el simulacro de comicios organizado por el Foro. La preferencia de los Ceos se dividió casi en partes iguales entre Patricia Bullrich, que se impuso por tres votos, y Horacio Rodriguez Larreta.
Volver al pasado
La propuesta de sustituir la moneda local está lejos de ser novedosa en la historia argentina. En su nota dominical “Milei es un chanta y crece con el verso de la dolarización”, Alfredo Zaiat relata que este plan “fue un debate público iniciado por el equipo económico de la ultraliberal CEMA en el gobierno de Carlos Menem, con el ministro Roque Fernández y el presidente del Banco Central Pedro Pou. El periodista Martín Kanenguiser recordó en estos días en su cuenta de Twitter que escribió La maldita herencia. Una historia de la deuda y su impacto en la economía argentina 1976-2022, libro en el cual revela que la idea surgió de Pablo Guidotti en 1995 cuando era director del Banco Central y Roque Fernández presidente de la autoridad monetaria”.
Luego, los argentinos volvieron a escuchar esta cantinela cuando se produjo el estallido de la convertibilidad. En ese momento, el economista Rudi Dornbusch sostuvo que “los argentinos deben humildemente darse cuenta de que sin un masivo apoyo e intromisión extranjera no podrán salir de este desastre. ¿Qué clase de ayuda financiera? Ésta va más allá del financiamiento. En el corazón de los problemas argentinos está una crisis de confianza como sociedad y de confianza en el futuro de la economía. Ningún grupo está deseando resolver las quejas y arreglar el país para entregar el poder a ningún otro grupo local”.
Sobre la base de ese diagnóstico, el Premio Nobel de Economía apoyó la dolarización que recomendaban economistas argentinos y extranjeros como Guillermo Calvo, Robert Barro, Jeffrey Sachs, Jorge Ávila y Sebastián Edwards e impulsaban las multinacionales que pretendían evitar la depreciación en moneda dura de sus activos y dividendos.
La historia demostró que esa difícil encrucijada pudo ser superada sin resignar la soberanía monetaria. La crisis desatada por el megaendeudamiento macrista reintrodujo la idea en 2018. En septiembre de ese año, el director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos, Lawrence Kudlow, sostuvo que estaban trabajando con el gobierno argentino para “atar el peso” al dólar. La declaración generó mucho revuelo mediático, a pesar de la desmentida de la administración macrista, porque Kudlow era un alto asesor de Donald Trump.
Una propuesta inviable
Ahora, la crítica situación económica reaviva este tipo de propuestas calificadas como inviables por economistas de distintas corrientes ideológicas. La consultora 1816, liderada por ex financistas del Banco Mariva, advirtió en su último informe que “el tipo de cambio de conversión para rescatar el pasivo del Banco Central es de 9944 pesos si se usan las reservas netas”. Las consecuencias sociales-distributivas del dólar a 10.000 pesos daría abundante material a los guionistas de cualquier película de terror.
Por otro lado, un repaso por el acotado listado de países que dolarizó su economía, a saber Panamá, El Salvador, Ecuador, Montenegro, Palaus, Kosovo, Islas Marshall, Estados Federados de Micronesia y Timor Oriental, revela dos cuestiones básicas: primero que ninguna de esas naciones es asimilable ni en tamaño, ni en diversidad productiva, a la Argentina. Además, la resignación de la soberanía monetaria está muy lejos de ser sinónimo de desarrollo.
En líneas generales, la dolarización implica resignar instrumentos centrales de la política económica (cambiaria y monetaria) sin solucionar los problemas estructurales que provocan la inestabilidad económica-social. El cambio del régimen monetario tampoco frenaría de manera inmediata los aumentos de precios debido a la inercia inflacionaria. La sobrevaluación cambiaria resultante inyectaría presiones inflacionarias en los años siguientes.
Como se dijo, la dolarización implica una renuncia a la política cambiaria y eso traería aparejadas graves consecuencias. En el paper "Argentina bimonetaria. Cómo salvar al peso sin morir en el intento", los economistas de Fundar Emiliano Libman, Juan Martín Ianni y Guido Zack explican que “las variaciones del tipo de cambio son indispensables para morigerar los shocks externos, tanto comerciales como financieros. Sin esta herramienta, la adaptación de la economía al nuevo entorno tiene que hacerse a través de la deflación de precios internos, la caída de ingresos y el deterioro en distribución y pobreza. Este proceso no solo es costoso en términos de crecimiento, sino también lento e inefectivo. La manera de hacerlo un poco más veloz es ir flexibilizando los contratos de trabajo, lo que redunda en pérdida de derechos por parte de las personas asalariadas. En cuanto a este punto, la ausencia de una política cambiaria limita la capacidad del sector público de influir sobre los precios relativos, perdiendo así, la posibilidad de estimular, por ejemplo, los sectores exportadores”.
El ex presidente del Banco Central Alejandro Vanoli agrega que esta receta “implicaría una inflación espiralizada, una muy fuerte baja de los salarios y una recesión que se volvería estructural. Esto es así porque la productividad de la Argentina al estar por debajo de los Estados Unidos requeriría de una recesión y una deflación sostenida, para evitar la desaparición del aparato productivo y un desempleo insostenible económica y socialmente”.
Por último, la dolarización pone en riesgo al sistema financiero porque elimina la posibilidad de contar con un prestamista de última instancia. Es decir, el Banco Central no tendría herramientas para frenar una corrida bancaria.
Economía bimonetaria
Las propuestas dolarizadoras, con independencia de su viabilidad, no nacen de la nada. El debilitamiento de la moneda nacional genera el ambiente propicio para que florezcan este tipo de iniciativas.
Los manuales de economía enseñan que la moneda funciona como unidad de cuenta (el sistema de precios utiliza esa moneda), medio de pago (permite adquirir bienes y servicios) y reserva de valor ( preserva el poder adquisitivo). La economía se transforma en bimonetaria cuando la moneda local deja de cumplir alguna de esas tres funciones. En la Argentina, el dólar es utilizado como unidad de cuenta/medio de pago en algunos bienes (el ejemplo más típico es el de los inmuebles, aunque no es el único) y como reserva de valor.
El debilitamiento del peso argentino es consecuencia de, por lo menos, dos factores concurrentes: un persistente fenómeno inflacionario y la ausencia de incentivos para que los actores económicos atesoren o inviertan en la moneda local. Aquí empieza a jugar lo que en literatura económica se conoce como la “Ley de Gresham”: la moneda buena, el dólar, desplaza a la mala, el peso.
La utilización de la moneda extranjera como reserva de valor es muy perjudicial para el manejo de la política económica. En su artículo “Cómo evitar la desaparición del peso”, el profesor Eduardo Crespo explica que “no se trata de un mecanismo sin consecuencias. Cuando los actores económicos demandan activos externos, como monedas de otros Estados, surge allí un obstáculo financiero al crecimiento, aquello que comúnmente se denomina restricción externa. A partir de ese momento no sólo se deberá financiar la importación de bienes y servicios que se demandan al resto del mundo; también se precisará sostener la demanda de activos financieros adecuados para desempeñar funciones dinerarias”.
En otras palabras, los ingresos de divisas por exportaciones no sólo deben destinarse a la cancelación de las erogaciones “normales” como importaciones -de bienes, servicios, insumos-, pago de deuda, entre otros, sino también para satisfacer la demanda de los que dolarizan sus ahorros. Eso provoca la irrupción de la restricción externa aún registrando superávit en la balanza comercial. "Ninguna economía puede desarrollarse cuando una parte creciente del excedente se destina a la adquisición de activos financieros que el país no produce ni el Estado puede ofrecer”, agrega Eduardo Crespo.
Lo cierto es que el bimonetarismo de la economía argentina es un problema de vieja data. “Yo les pregunto a ustedes ¿han visto alguna vez un dólar?”, interrogaba el presidente Juan Domingo Perón a un auditorio de obreros ladrilleros. Esa pregunta retórica fue formulada un 21 de agosto de 1948. Mucha agua corrió debajo del puente desde entonces.
La dictadura de Aramburu-Rojas habilitó los depósitos en moneda extranjera en 1957. Por el contrario, Arturo Illia prohibió la constitución de cuentas bancarias en moneda extranjera. La resultante pesificación de los depósitos dolarizados, anunciada por el ministro de Economía Eduardo Blanco, recibió fuertes reproches de la ortodoxia económica. En el libro El Dólar. Historia de una Moneda Argentina (1930-2019), Mariana Luzzi y Ariel Luzzi cuentan que el jurista y economista Alberto Shoo planteaba que “la incautación de los depósitos en moneda extranjera -no otra cosa significa su cancelación compulsiva- no es el sistema más adecuado para inspirar confianza dentro y fuera de la nación”.
La relevancia del dólar en la sociedad argentina creció luego de la terapia de shock anunciada por Celestino Rodrigo en junio de 1975. El Rodrigazo dio inicio a un prolongado período de altísima inflación. En un artículo publicado en la Revista Mercado, Mariano Grondona decía que “pocas veces los argentinos se han sentido tan confundidos, tan desconcertados, como en estos últimos días. Su estado de ánimo se explica en parte por el cambio brusco y total de las reglas económicas, pero obedece, en el fondo, a una razón más profunda: al hecho de que ese cambio haya sido precipitado por un gobierno peronista. Se intenta pasar de un sistema cuyo eje era la distribución de los ingresos a un sistema cuyo eje sea la acumulación del capital”.
El modelo de valorización financiera de la dictadura cívica-militar potenció el ahorro en dólares de la sociedad argentina. Más acá en el tiempo, la historia fue pródiga en acontecimientos disruptivos que castigaron el uso de la moneda nacional. “La frecuencia de estos eventos moldea la percepción de quienes ahorran, ya que induce a ahorrar en dólares, aún en contextos donde hacerlo en moneda nacional es más rentable. Si se depositaban pesos a plazo fijo en abril de 1991 (iniciada la convertibilidad), a octubre de 1998 se hubiese ganado el doble que apostando al dólar. Con la devaluación del peso –asociada al abandono del 1 a 1– fue mejor negocio haber comprado dólares. Desde 2001 y hasta fines de 2011, apostar al peso volvió a ser más redituable, pero desde entonces el dólar viene siendo una mejor alternativa de inversión. En definitiva, si bien suelen existir períodos donde es más redituable apostar al peso, la inestabilidad cambiaria ha favorecido, a largo plazo, a quienes apostaron por el dólar. En ese sentido, la devaluación producida a comienzos del siglo XXI ilustra que un abrupto salto del tipo de cambio puede barrer en un día las ganancias de más de una década de quienes apostaron por el peso”, plantean Emiliano Libman, Juan Martín Ianni y Guido Zack
La recuperación de la moneda nacional es condición necesaria para el desarrollo económico-social. El camino no es sencillo pero no quedan otras opciones disponibles. Ni el voluntarismo, ni la magia, son buenas consejeras en el terreno de la economía política.
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