Desde Río de Janeiro
Jair Bolsonaro cerró su primera semana luego de haber sido declarado inelegible hasta 2030 por el Tribunal Superior Electoral brasileño sufriendo otra derrota bastante sonora.
El desequilibrado ultraderechista se opuso con estruendo a la reforma tributaria llevada al Congreso por el gobierno. Exigió que los diputados de su Partido Liberal (que de “liberal” tiene el nombre y nada más) rechazasen el proyecto, pero veinte de ellos votaron de manera favorable.
Seguramente se olvidó que tal reforma empezó a ser elaborada cuando él ocupaba la presidencia, y llevada a cabo bajo el mandato de su sucesor.
Aprobada por 375 votos y rechazada por 113, la reforma, que ahora irá al Senado, fue una victoria del gobierno de Lula da Silva.
Arthur Maia, presidente de la Cámara de Diputados, derechista corrupto y antiguo aliado de Bolsonaro, también fue considerado victorioso por haber respaldado el proyecto del gobierno de centro-izquierda.
Para los seguidores más radicales del “bolsonarismo”, ha sido un traidor. Se olvidan que, una vez más, Maia cobró su precio: en dos días Lula liberó casi mil millones de dólares en “enmiendas parlamentarias” presentadas por diputados, en su inmensa mayoría de derecha.
Por si fuera poco, enseguida Tarcisio de Freitas, el gobernador de San Pablo, el estado más rico del país, declaró su apoyo a la reforma.
La reacción de Bolsonaro, durante una reunión del Partido Liberal, fue interrumpirlo de manera dura y enfática, diciendo que le falta “experiencia política”. También lo criticó por haber aparecido sonriente al lado del ministro de Hacienda, Fernando Haddad, luego de respaldar la reforma.
La actitud del exmandatario sería reflejo, acorde a políticos del mismo partido, de los celos con relación al gobernador.
Seguidor de Bolsonaro, en cuyo gobierno fue ministro, Freitas es considerado el más potencial postulante a sucederlo como líder de la derecha considerada civilizada luego del alejamiento electoral del ultraderechista.
Otro gobernador, Romeu Zema, de Minas Gerais, también se insinúa de manera cada vez más clara como precandidato a las presidenciales de 2026, pero no aparenta la misma fuerza que Freitas. Él también respaldó la reforma tributaria.
En su intento de presentarse como líder incontestable de la derecha, Bolsonaro fracasó. Sin argumentos sólidos para oponerse a la reforma, mencionó una vez más el riesgo de “instalar el comunismo en nuestra patria”. Olvidó explicar qué tiene una cosa a ver con la otra.
Aliados lo criticaron por haberse expuesto a la derrota, reforzando la victoria de Lula da Silva.
Varios dicen haberle advertido de que el bloque de 99 diputados de su partido – el más poderoso en la Cámara – no votaría de manera unánime contra la propuesta de reforma ofrecida por el gobierno.
Al insistir en su exigencia, terminó por mostrar que su liderazgo está lejos de ser lo que afirma. Su frase más repetida – “estoy en la Unidad de Terapia Intensiva pero no estoy muerto” – empieza a sonar vacía.