Lila Downs despierta con una canción a Violeta Parra y a Mercedes Sosa. “Gracias a la vida”, entona con la misma potencia de la tucumana y la visceralidad de la chilena. No está sola en escena. A su lado, Nahuel Pennisi se entrega con su bellísimo toque guitarrístico y su cálida voz. Es el momento de los bises y el concierto parece llegar a su pico más alto. “¡Qué fortuna la mía!”, dice la cantora mexicana antes de invitar a Pennisi. La canción termina, las lágrimas aún ruedan por las mejillas. El músico invitado se retira. Y la mexicana suelta el estado de melancolía. Pasa a otra cosa con una rapidez envidiable. A los pocos minutos, está saltando, bailando y moviendo las manos con “Cumbia del mole”. Y no queda otra que levantarse de la butaca, secarse la humedad del rostro con el puño y seguir el ritmo con el cuerpo. Se arma una fiesta en el Gran Rex. Por esos estados, con esa carga de dualidad, transitó la presentación de Salón, lágrimas y deseo, el nuevo disco de la cantora, compositora y antropóloga oriunda de Oaxaca. Dos noches en las que mostró algunas de las nuevas canciones, y repasó clásicos como “La Martiniana”, “Zapata se queda”, “Mezcalito”, “La iguana” y “Cucurrucucu paloma”, piezas que resultan de la tensión entre el mundo indígena, africano y anglosajón.

Downs se transformó en los últimos años en una voz fundamental de la música latinoamericana y adquirió reconocimiento internacional. De madre indígena y padre estadounidense, la mexicana se propuso con su música reivindicar las raíces indígenas de la región, denunciar la violación de derechos humanos en su país y sumarse a la lucha de las mujeres, como lo expresa en “Peligrosa”, corte del nuevo disco. Como ha pasado con músicos como Jorge Drexler, Joaquín Sabina o Silvio Rodríguez, los argentinos la adoptaron y en cada presentación juega de local. “Olé, olé, olé, olé, Lila, Lila”, vibraba el Rex antes de su salida al escenario. “Humito de Copal”, de su disco anterior, Balas y chocolate (2015), fue la segunda en sonar y recordó a los “hermanos periodistas en la línea de fuego”. “Contar historias que han inspirado mujeres que se levantan y van para adelante. A esas mujeres y a la Madre Tierra”, dedicó Downs “Mezcalito”.

Con un vestido típico confeccionado por ella, la mexicana deslumbra con las posibilidades de su voz y su imponente despliegue escénico y manejo de los tiempos. El concierto se vive también como una obra de teatro. Ella, claro, es la actriz principal y el resto del elenco son los integrantes de su banda: una poderosa sección de vientos, violines, percusión y cuerdas autóctonas (como la jarana) y eléctricas. Pasan de la ranchera (“Vámonos”) al blues sin sobresaltos. “En Estados Unidos no conocen la vasta riqueza cultural latinoamericana”, dice antes de tocar “Envidia”, dedicada al presidente Donald Trump. De hecho, Salón, lágrimas y deseo es un disco cargado de “desencanto” por la tristeza que le generó el triunfo de Trump en las elecciones del país del norte y con el florecimiento de la xenofobia. La canción “Son de Juárez”, un homenaje al primer presidente indígena mexicano Benito Juárez, también es una respuesta a ello.

Una de las particularidades de Downs es la de convidar el escenario a músicos locales. Por eso, le brindó un espacio a la salteña Mariana Carrizo, quien compartió sus coplas picarescas y empoderadas. “Una coplera que canta como una mujer de todos los tiempos; me enseñó mucho con su canto ancestral”, la presentó la mexicana. Y Carrizo se explayó con su caja: “Si un hombre te ha pegado/ no lo vuelvas a querer”, remató en una de las coplas y se ganó el aplauso de todo el teatro. El público también tuvo momentos de participación. Cuando Downs cantó, por ejemplo, “La patria madrina” (“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, dice la letra, y se refiere a los 43 normalistas mexicanos desaparecidos), varios gritaron “Libertad a Milagro Sala” y “Aparición con vida de Santiago Maldonado”. Luego de los bises y el insistente pedido del público, no le quedó otra que hacer una más: “Piensa en mí”, un bolero clásico de Agustín Lara. Y así se fue, entre lágrimas y deseos.