Desde Neuquén

Cuando pensamos la realidad lo hacemos a partir de discursos racistas, eurocéntricos y patriarcales que nos atraviesan. Estos discursos se fortalecen desde los medios de comunicación que ocupan posiciones dominantes e inciden en cómo pensamos los problemas.

A partir de los discursos hegemónicos construimos un “nosotros”, los supuestamente buenos y decentes, frente a un “ellos” que pondremos en el lugar de chivos expiatorios. 

Estas miradas se reflejan en prácticas discriminatorias, las cuales muchas veces naturalizamos. Es decir, no las vemos, se nos hacen cotidianas e invisibles.

¿Qué tienen en común un pibe que es detenido sistemáticamente por ser pobre y la estigmatización del pueblo originario que defiende sus derechos? La construcción mediática de ese otro como amenaza.

Poco importa que la cantidad de delitos violentos cometidos por niños sea insignificante o que como sostiene el Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos “casi siempre que un adolescente está inmerso en una situación violenta, es porque alguien con más edad y con más poder, lo ha utilizado”. Tampoco importa que los pueblos indígenas sean víctimas de un genocidio y que se haya declarado la emergencia en materia de posesión y propiedad de sus tierras.

El discurso hegemónico criminaliza un chivo expiatorio. Los responsables de nuestros problemas son “Ellos”.

Según Raúl Zaffaroni, estamos viendo un avance de un totalitarismo corporativo. En ese marco, una técnica de los gobiernos totalitarios es la construcción de un enemigo, para dividir la sociedad entre amigos y enemigos. 

Es interesante recordar que, según Daniel Corach, del Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (UBA): “El 60% de los argentinos tienen antecedentes indígenas”. Es decir, paradójicamente ese “ellos” que se construye como amenaza, somos nosotros. Nosotros que, como sosteníamos inicialmente, nos miramos desde el lente de quienes nos dominaron.

En estas construcciones los medios de comunicación hegemónicos juegan un rol clave. Nos proponen pequeños recortes superficiales de hechos descontextualizados, sin indagar en las causas de los problemas estructurales. Entonces, discutimos el pasamontaña de Nicolás Repetto o una pared pintada y no el genocidio que se cometió en este territorio, la emergencia en materia de posesión de las tierras o la violencia institucional sistematizada.

En ese sentido, pensando desde la categoría de pánico moral, Natalia Aruguete y Belén Amadeo, sostienen que para que estos discursos sean exitosos “se necesita que haya un enemigo adecuado, esto es, con poco poder, escasa presencia en los medios, que sea fácilmente denunciable y que no cuente con legitimidad”.

Cabe preguntarse: ¿habría brutalidad de las policías sin el fortalecimiento del estereotipo de ese “otro” como peligroso desde los medios que ocupan posiciones dominantes?

Asimismo, ¿qué ocurriría si los medios hegemónicos nos mostraran el genocidio perpetuado? ¿Qué pasaría si conociéramos las historias de las personas que tuvieron que negar sus raíces para sobrevivir mientras ocupaban sus territorios grandes empresarios? 

Probablemente sin el respaldo mediático perdería legitimidad la violencia institucional.

En nuestro país la estigmatización y la discriminación se sustenta en el discurso mediático y hegemónico que muchas veces reproducimos y naturalizamos en nuestra sociedad. Cuestionar esas miradas es un paso necesario para construir una democracia más plena. Lo complejo es que muchas veces los dominados seguimos pensando desde las categorías y discursos que crearon los que nos dominan, negando nuestras raíces y reproduciendo la violencia y la subordinación de nuestros pueblos. Como sostuvo Malcolm X, “si no tenemos cuidado, los medios de comunicación harán que acabemos odiando a los oprimidos y amando a los opresores”. 

* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente de Comunicación social y seguridad ciudadana en la UNRN.