La asunción de Javier Milei con sus políticas liberales de desregulación, privatización y promesas de dolarización entusiasmaron a un sector de la sociedad con la posibilidad de revivir la experiencia menemista de la convertibilidad. Las menciones elogiosas del líder libertario al ex presidente Menem y al creador de la convertibilidad Domingo Cavallo, junto a la asunción en diferentes cargos de “los hijos de” varios protagonistas de aquellos tiempos, parecen recrear un ambiente noventoso. A ello se suma una política exterior de total alineación con los Estado Unidos que recuerda a las relaciones “carnales” de aquellos años, pero: ¿Pueden volver los noventa?
La historia se repite, primero como drama y luego como comedia, señalaba un filósofo alemán. Pero esa sentencia puede representar la experiencia menemista, como una repetición cómica de la dramática experiencia neoliberal de la última dictadura. Recurriendo más a la cinematografía que a la filosofía histórica, se puede decir que las terceras y cuartas películas de una zaga exitosa suelen ser malas o muy malas. Así podemos calificar a la tercera experiencia neoliberal moderna (el macrismo) y al cuarto intento payasesco que estamos padeciendo.
Las diferencias no son sólo políticas, donde a diferencia de un Menem que supo encolumnar a la casi totalidad del peronismo, tanto en sus expresiones políticas como sindicales y territoriales en el experimento neoliberal, el líder libertario parece carecer de la mínima cintura política como para lograr algún acuerdo incluso con sectores que deberían serle afines. A nivel geopolítico, el experimento menemista de relaciones carnales se producía en un contexto de derrumbe de la URSS, donde los EE. UU. emergían como la potencia única dominante a nivel global. En cambio, Milei se alinea con una potencia en retroceso, dando la espalda a la realidad comercial y de inversiones en la región de una China en expansión.
Por el lado económico, las “joyas de la abuela” que representaban las grandes empresas del Estado y que Menem privatizó, en parte, para lograr una reestructuración exitosa de la deuda externa (el plan Brady, que incluía canjear bonos de los acreedores por acciones de las privatizadas al 100 por ciento de su valor nominal), son menos numerosas y de más bajo valor. YPF, Banco Nación y algunas tecnológicas, no parecieran lograr un impacto de inversiones cuantiosos, más en una época donde la avaricia buitre internacional reclama, vía juicios arreglados, valores que superan los de dichas empresas.
Por su parte, el festival de deuda externa tomado por la gestión de Mauricio Macri, ya fue renegociado por Alberto Fernández que pateó el problema hacia adelante, por lo que la actual y siguiente administración deberán enfrentar un difícil calendario de vencimientos, sin perspectivas de recibir relevantes fondos frescos.
En ese contexto, la posibilidad de recrear los noventa descansa sobre el actual plan libertario de generar una aceleración inflacionaria que licue los ingresos y ahorros de la población, para luego intentar ensayar una precaria dolarización sin dólares. Un plan extremo que puede terminar más cerca de la hiper y los saqueos voltearon a Alfonsín, que al posterior experimento menemista.