Si la secuencia de eventos a bordo del submarino San Juan que finalmente reveló la Armada es correcta, queda como elemento crucial que la última comunicación de la nave reportara una entrada de agua y un cortocircuito en un pañol de baterías. Si bien el comandante de la nave reportó que la entrada de agua, por el snorkel, era menor y que el corto había sido controlado, tres horas después se produjo lo que la Armada ahora describe como una explosión a bordo. Agua y baterías son una muy mala combinación, capaz de generar una explosión importante o una nube de gas de muy alta toxicidad.

Varios ingenieros navales consultados por PáginaI12 coincidieron en seguir la pista que la misma Armada admitió ayer. Lo primero que subrayaron es que las baterías de un submarino son de muy alta potencia, muy diferentes a las que uno está acostumbrado a manejar en la vida cotidiana. De hecho, las Varta del San Juan alimentan un circuito de 400 voltios que impulsa el motor Siemens eléctrico. Este motor, nuevamente, no es como los eléctricos a los que uno está acostumbrado sino una planta de alto poder capaz de impulsar a un submarino que desplaza 2336 toneladas sumergido a 25 nudos, o 46 kilómetros por hora. Quien haya visto el tamaño de la hélice de estas naves Thyssen entiende de un vistazo por qué tienen cuatro motores diesel y asume que el motor silencioso es de alta potencia.

Lo segundo que destacaron los ingenieros navales es que un submarino sumergido se mueve en un medio de muy alta presión. Una entrada de agua puede ser invisible de pequeña y generar un chorro de alta potencia simplemente por la diferencia de presión entre el interior, regulado para la vida humana, y el exterior, abrumador. Un submarino es un cilindro con la fortaleza suficiente como para aguantar las presiones enormes del mar. Estos Thyssen de combate, como el San Juan, son homologados con una profundidad de prueba de hasta 300 metros, lo que significa que pueden funcionar a treinta atmósferas de presión. Esto permite entender lo que en superficie sería un goteo sin importancia comienza a transformarse en una potente columna de agua a medida que la nave se sumerge.

Los ingenieros consultados admitieron que llevan días especulando sobre el destino del San Juan, pero que desde que se confirmó el “evento sónico” tres horas después de la última comunicación dejaron de especular. Por desgracia, encuentran dos explicaciones posibles. Una es que la entrada de agua reportada por el submarino no haya sido reparada completamente y que el agua de mar haya entrado en cantidad a uno de los compartimientos de baterías. Si el agua puso en corto a las baterías, la reacción fue seguramente violenta, explosiva, con la posibilidad de un arco voltaico. Esto podría abrir un rumbo hasta en un casco tan fuerte como el de un submarino.

Si esta fue la secuencia de eventos, el desenlace fue instantáneo. Un submarino que se abre es inmediatamente aplastado por la alta presión del agua. Esta implosión es capaz, dependiendo de la profundidad, de tratar el acero naval como un bollo de papel. La nave se transforma en un objeto siniestramente plano, y se hunde.

Otra posibilidad, todavía más dolorosa, es que el cortocircuito no haya llegado a abrir un rumbo en el casco, pero sí una reacción química entre el ácido de las baterías y el agua salada. El ácido sulfúrico, todavía conocido con su nombre alquímico de aceite de vitriolo, estalla en contacto con bases -substancias alcalinas-, oxidantes, reductores y... agua. Según el Programa Internacional de Seguridad de las Sustancias Químicas, el resultado es explosivo y el incendio resultante es simplemente imposible de apagar. La recomendación, destinada a laboratorios o fábricas, es enfriar los contenedores del ácido incendiado y esperar que se agote.

No sólo esto es imposible en un submarino sumergido sino que el segundo efecto de una explosión de ácido y agua es la formación de una neblina de altísima toxicidad. Esta “niebla” es corrosiva en contacto con la piel y tan tóxica al respirarla que una variedad fue usada en las trincheras de la primera guerra mundial. El Programa Internacional recomienda un tratamiento que es una confesión de impotencia: al afectado hay que sacarle la ropa contaminada, lavarlo, darle mucha agua y llevarlo a un lugar ventilado de inmediato. 

Con lo que los ingenieros coinciden en que una explosión que generara una neblina tóxica y corrosiva en un submarino es una condena inmediata. Este veneno no se desliza o difunde en estas condiciones. Simplemente llena todo espacio de forma violenta, en segundos.