CIENCIA › DIáLOGO CON MARIO PECHENY, DOCTOR EN CIENCIAS POLíTICAS, INVESTIGADOR DEL CONICET

El lado oscuro de la subjetividad

Cabalgando entre las formas con que los sujetos lidian con sus cuerpos y los sistemas de salud, de protección y de discriminación, recorre aspectos de la realidad que serpentean y se las arreglan para sobrevivir.

 Por Leonardo Moledo

–Usted se dedica a temas que tienen que ver con los derechos humanos, la salud y la sexualidad.

–Sí, exactamente. Trabajo en diversos proyectos alrededor de estos temas. El proyecto que abarca a los demás, que tiene sede en el instituto Gino Germani, se llama “Apropiación subjetiva de los derechos en materia de salud, sexualidad y reproducción”.

–Todo un nombre.

–Allí tratamos de indagar cómo las distintas personas se hacen cargo de aquello a lo que creen tener derecho en cuestiones ligadas al cuerpo. Hay casos muy variados: anticoncepción, aborto, tratamiento por alguna cuestión de salud, decisiones acerca de la propia sexualidad. Cuando hablo de derecho, aquí, me refiero a lo puramente legal, al plano formal, a los derechos efectivos. También analizamos las condiciones materiales y simbólicas para ejercer esos derechos. Le doy un ejemplo: una persona travesti tiene que ingeniárselas para ejercer sus derechos civiles y políticos. Tiene otros condicionamientos para acceder al trabajo, a la salud, a la educación. Lo mismo ocurre con una persona que vive con VIH: formalmente no está privada de ningún derecho, pero las investigaciones muestran que se les limita el acceso al trabajo.

–Travestis, portadores... ¿Qué otros casos estudian?

–Otro proyecto es sobre aborto: mujeres que interrumpieron el embarazo o varones cuya mujer lo hizo. Allí el eje no es necesariamente el ejercicio de los derechos, pero sí cómo en Argentina, un país donde el aborto es ilegal, las personas hacen para poner en práctica esta decisión que está determinada por la clandestinidad. En este sentido hablamos de apropiación subjetiva. También trabajamos con los cuidados paliativos: no el tema que ahora está tan en la picota sobre la eutanasia, pero sí sobre las maneras en que los individuos deciden vivir sus últimos momentos de vida. Ahí pensamos en una nueva figura: el derecho a evitar el dolor evitable. Hay mucho dolor que es inevitable, pero otra parte se puede evitar y no debería dejar de evitarse.

–¿Y qué es lo que encuentran?

–Varias cosas, dependiendo del caso del que se trate. Voy a decir dos cosas: una es que hay una extensión bastante amplia del ejercicio de los derechos. A pesar de todo, en cualquier ámbito (uso de drogas, cuidados paliativos, VIH) las personas se dan maña para poder ejercer sus derechos: para conseguir medicamentos, internaciones, para hacer aquello que necesitan. Eso no significa que haya demasiada racionalidad detrás de las acciones. Yo siempre uso el ejemplo del usuario de droga inyectable que de repente se entera de que está infectado del virus VIH: una persona pobre, con una vida despelotada, está siempre en el límite de ingresar en alguna actividad criminal o criminalizada. En general, con las redes previas que tienen (de conocer a otros usuarios de drogas inyectables) ya sabe lo que tiene que hacer, cómo manejarse con el sistema de salud, etc. Y quizás un adolescente heterosexual de clase media se entera de que tiene VIH y sobreviene la catástrofe: no sabe qué hacer, siente que se le acaba el mundo. Ese capital social (a dónde ir, qué hacer, cómo arreglárselas) es una falta que hace que sea mucho más difícil sobrellevar la enfermedad. Nosotros pensamos en esta red previa como un “capital de paciente”: las personas van adquiriendo en su práctica con las instituciones de salud ciertos recursos. Otro ejemplo: las mujeres de las clases populares saben lidiar mucho mejor que los hombres de cualquier clase social con los hospitales públicos.

–Bueno, hay quienes no pisaron jamás el hospital público.

–La idea es que los sujetos van desarrollando habilidades para relacionarse con las instituciones del Estado. Yo trato de pensar en el sujeto de derecho no como se lo pensó desde el siglo XVII, como una entidad abstracta, sino como algo material, relacionado con la sexualidad y con el cuerpo. No es lo mismo en este mundo ser homosexual que ser heterosexual, no es lo mismo ser travesti que tener un cuerpo que corresponde a tu sexo, no es lo mismo estar sano que enfermo. Los derechos, además, no están formalmente disminuidos para estas personas, pero en las prácticas cotidianas uno se puede dar cuenta de que, por ejemplo, no es lo mismo hacer una carrera universitaria si se es una persona completamente sana que si se está en silla de ruedas. Volviendo a la parte de investigación, nosotros abarcamos todo este abanico: condiciones estructurales políticas o económicas, prejuicios (como la heteronormatividad) y apropiación subjetiva de los derechos. Esta apropiación subjetiva de la que venimos hablando afecta a todo el mundo, no sólo a travestis y enfermos.

–¿Por ejemplo?

–Un varón heterosexual de clase media sano, cuando tiene que lidiar con el sistema de salud se ve con menos recursos que las mujeres. Otro ejemplo: el varón, cuando se queda sin trabajo, ve hasta cuestionada su propia masculinidad, su propia identidad como ser humano y puede recaer en la violencia doméstica. La mujer, mientras tanto, vuelve a ejercer su papel de ama de casa.

–O sea que al margen del Estado hay una sociedad civil compuesta por una multiplicidad de redes invisibles que ejercen, de alguna manera u otra, sus derechos.

–Es un poco así, un poco no. No-sotros tratamos de ver la integralidad de la cuestión. Yo creo que el Estado es el principal garante de los derechos humanos tal como los entendemos en general. Ahora bien, pensemos por ejemplo en derechos sexuales: uno puede reclamarle al Estado que tenga una política anticonceptiva, pero no puede reclamar que tenga una política por la vida sexual placentera de todo el pueblo. Nosotros tenemos una investigación comparando vida cotidiana de un enfermo de VIH con un paciente de hepatitis C. Son enfermedades similares: ambas son inciertas, ambas pueden llevar a la muerte, ambas implican tratamientos engorrosos. Pero una de ellas, el sida, está cargada de mucho estigma, mucha carga simbólica, está asociada a la drogadicción, a la sexualidad non sancta. La hepatitis C, por el contrario, es algo sobre lo cual la gente no tiene demasiados prejuicios. Si bien, entonces, son muy parecidas, desde lo social pareciera ser más honroso morir de hepatitis C que morir de VIH. Pero, por otro lado, el sida tiene por detrás un movimiento político importantísimo que genera ciertas ventajas para los enfermos. Cuando fue la crisis del 2001, en la cual los pacientes de hospitales públicos se quejaban porque había desaparecido la morfina, los enfermos de VIH siguieron recibiendo los medicamentos de manera gratuita y siguieron siendo prioridad. Estas cuestiones, entonces, dan lugar a movimientos colectivos. Y el ser poseedor de una enfermedad politizada tiene ciertas ventajas sobre el tener una enfermedad no politizada.

–¿Cómo está Argentina a nivel mundial en materia de derechos humanos, derechos reproductivos, derechos de salud?

–En términos comparativos, América latina está mucho mejor que otras áreas del llamado tercer mundo. Quizá la deuda pendiente más importante del país y la región sea la legalización del aborto. En materia de derechos de orientación sexual hay pasos hacia la igualdad entre personas heterosexuales y homosexuales con algún tipo de reconocimiento hacia las parejas del mismo sexo. Hay, sin embargo, ciertas limitaciones: por ejemplo, si un varón argentino se enamora de una chica española, ella puede conseguir la nacionalidad argentina y trabajar aquí. Si un hombre se enamora de otro hombre español, este último no va a poder conseguir la nacionalidad, por lo menos no por vías del casamiento sino por otros subterfugios.

–¿Cuál es el país más progresista?

–Ahora el país que ha entrado a la vanguardia de estas cuestiones es España. Por ejemplo, en materias de derechos homosexuales: las parejas gays tienen exactamente los mismos derechos que las parejas heterosexuales. Hay otros países que son más progresistas en materia de identidad de género.

–Si tuviera que hacer un resumen general o una conclusión del conjunto de tus investigaciones, ¿qué diría?

–En principio, que los cuerpos son condicionantes para ejercer los derechos que la ley reconoce. No-sotros analizamos el cómo de esta diferenciación a la hora de ejercer los derechos: cómo influye la sexualidad, cómo influye la salud. Si yo prefiero lo salado a lo dulce, eso no es relevante a la hora de ejercer ningún derecho; pero si a mí me gustan los hombres y no las mujeres, eso me va a limitar mucho. Ahora, por ejemplo, está el tema de los fumadores, que ya está incidiendo en el derecho a la vivienda. En California, por ejemplo, si sos fumador tenés muchísimas dificultades para alquilar un lugar para vivir.

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Imagen: Gustavo Mujica
 
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