CIENCIA › DIALOGO CON LA ANTROPOLOGA ANA IGARETA

La fundación del pasado

Sin quedarse en los objetos por los objetos mismos, la arqueología histórica analiza lo ocurrido desde la época de la conquista española en adelante revelando varias sorpresas.

 Por Federico Kukso

El pasado no es una colección de fechas, nombres o referencias de reinos, imperios o gobiernos aplastados. Ni siquiera es una lista de amantes, amigos alguna vez conocidos o de lugares turísticos visitados. No hay que ser escritor ni haber ganado un premio internacional de novela para intuirlo. Tal vez la idea que con más precisión lo defina sea la de fuerza, una que moldea, configura y modula. Los arqueólogos hace tiempo que lo saben y, conscientes de que el pasado es demasiado amplio para abarcarlo todo al mismo tiempo, con mucho acierto se lo repartieron. Así está la arqueología del paisaje, la arqueología subacuática, la egipcia, la medieval, la fenicia, la urbana y la arqueología histórica, que se reserva el estudio de lo sucedido desde la época de la conquista española en adelante. “Es un recorte totalmente arbitrario, como puede ser hablar de arqueología de la Pampa o de la Patagonia o arqueología de cazadores–recolectores o de grupos sedentarios. La característica en particular de este tipo de arqueología es que habla a partir de un registro escrito junto con todos los otros elementos del universo material”, advierte la antropóloga Ana Igareta, especialista en arqueología, becaria del Conicet, investigadora del Departamento Científico de Arqueología del Museo de La Plata y del Centro de Arqueología Urbana de la UBA.

–¿Usted es arqueóloga, antropóloga o las dos cosas?

–Soy antropóloga y mi especialidad es la arqueología histórica, porque no hay en sí una “universidad de arqueología”. Los arqueólogos nos movemos con el análisis del universo material y siempre estudiamos eventos que tienen que ver con el pasado. Curiosamente, la arqueología histórica es de las ramas tal vez menos conocidas dentro del panorama arqueológico. Porque cuando uno habla de arqueología en seco se suele pensar en lo milenario, en épocas remotas...

–En los faraones, la isla de Pascua y esas cosas cubiertas de polvo, ¿no? Dígame, ¿qué diferencia la arqueología histórica de las otras arqueologías?

–Nosotros tenemos a favor la cercanía de ciertas fuentes escritas, porque investigamos eventos más o menos recientes. El objetivo general y global de la arqueología es estudiar la conducta del hombre en el pasado, no el objeto en sí. La gente a veces se confunde y piensa que nos interesan los objetos solamente. No: nos interesa lo que el objeto nos cuenta de la conducta.

–O sea, no se puede decir que los arqueólogos sean muy fetichistas. En su caso, los objetos desenterrados son medios...

–Sí, no son el fin. Nos ayudan a interpretar conductas. Ciertas personas tienen una idea hollywoodense de esta ciencia, que es rica en tanto da a conocer nuestra profesión. Desde ya no es una visión exacta de la realidad. La gente se interesa mucho en la arqueología siempre y cuando el arqueólogo esté trabajando cerca de la gente. No es lo mismo excavar en un lugar bien lejos que acá a la vuelta, en la ciudad, porque obliga a tener gente que pase todos los días y pregunte “¿qué encontraron?” o “¿qué están haciendo?”. Me pasó de excavar en la Plaza Roberto Arlt y tener 800 personas por día o de trabajar en La Plata y que la hinchada de Gimnasia entrara a la cancha metiéndose cerca de donde excavábamos. Hay de todo: personas a las que no le importa nada y gente que se detiene y pregunta.

–Es que la ciencia debe ser un espacio abierto para todos y no un espacio cerrado reservado para unos pocos, ¿no le parece?

–Es verdad. El tipo de investigación que yo hago no tiene una aplicación en lo inmediato. Y en gran medida siempre es financiado por organismos del Estado, por lo cual hay una deuda moral y se debe contar lo que se descubre. Yo me estoy especializando en arqueología colonial y trabajo en un sitio en Catamarca que se llama el Shincal de Quinmivil, que es una instalación incaica de las más importantes del país, que trabaja el doctor Rodolfo Raffino hace años, y hace un tiempo estoy analizando con un equipo de la Universidad de La Plata la posibilidad de que sobre este sitio se hubiera instalado uno de los primeros pueblos de Catamarca, que se llamó Londres.

–¿Londres?

–Sí, “Londres de la Nueva Inglaterra”. Se fundó el 24 de junio de 1558 en el valle de Quinmivil y se destruyó cuatro años después. Lo que nos interesa ver es cómo un pequeño grupo de españoles modificó el espacio arquitectónico para instalarse en un lugar en el que vivían dos mil personas antes.

–¿Fue como poner una ciudad sobre otra, como ocurrió en Troya?

–Precisamente. Este modo de ciudades superpuestas se ha repetido a lo largo de la conquista no sólo con instalaciones hispánicas sobre instalaciones indígenas, sino con instalaciones hispánicas sobre otras instalaciones hispánicas anteriores. Lo que analizamos es cómo se evidencia eso a partir de la transformación del espacio. Este lugar es un monumento histórico nacional.

–¿Y cómo es el lugar?

–Imaginate un lugar totalmente pedregoso. Es una gran ciudad íntegramente construida por los incas, con una plaza monstruosa con estructuras adentro. Se supone que era una capital regional incaica, con grandes galpones donde se alojaban las tropas y las personas que estaban en tránsito. La técnica de construcción de las paredes es diferente de la habitual en esa época (se parece mucho a la forma de construcción española); redujeron los espacios, hicieron techos con clavos de hierro que no se conocían en el mundo americano antes de la llegada de los españoles, cocinaron con cerámica vidriada. O sea, se instalaron en un lugar pequeñito en el medio de la nada. Y nosotros encontramos fragmentos de objetos a partir de los que podemos reconstruir actividades.

–¿Pero el objetivo inicial de la investigación cuál fue?

–Ubicar una ciudad hispánica. No podemos decir que la encontramos en un 100%. Nunca vamos a hallar la flecha de neón que diga “acá está la piedra fundamental”. Tenemos evidencias de esta ciudad, que duró cuatro años y que la habitaron veinte personas. Y queremos saber cómo fueron los primeros 50 años de la conquista hispánica sobre el territorio. En este caso, la idea es saber cómo fue la vida de una ciudad que estaba lejos del mundo.

–¿Y por qué se llamó Londres?

–Por un evento muy curioso: la corona española y la inglesa fueron aliadas dos veces en toda la historia. En homenaje a la inglesa María Tudor, por entonces la futura esposa de Felipe II, el capitán Juan Pérez de Zurita decidió ponerle como nombre “Londres de la Nueva Inglaterra”. Es más, durante cinco años toda la región de Tucumán se llamó “Nueva Inglaterra”. Después, las coronas entraron en guerra y todo volvió a bautizarse con nombres hispánicos.

–Pero también hay espacio en esto para el fraude, ¿no?

–El hecho de que la arqueología sea una ciencia y no una recolección de souvenirs depende de la existencia de un trabajo sistemático y también de una idea de búsqueda por detrás. Muchos dictadores y regímenes totalitarios parecen haber reconocido antes que el resto del mundo la importancia del pasado y de su manipulación. Muchas veces nos preguntamos por qué es tan importante estudiar el pasado cuando pasan cosas tan graves en la actualidad.

–La Argentina tiene una herida abierta en ese asunto.

–Sí, pero ese pasado es un pasado muy reciente. Fijate que las sociedades que mejor se han proyectado hacia al futuro son las que reconocen y valorizan muy bien los eventos que llevaron a su desarrollo hasta ese momento.

–Lo curioso es que estamos parados sobre la tierra y nunca sabemos lo que hay debajo nuestro.

–Nadie puede saber todo. Buenos Aires, por ejemplo, está tapizando su pasado bajo una capa muy grande de hormigón y cemento. Dentro de un tiempo no va a haber espacio para hacer arqueología. Hay una cuestión que es real: no se puede pretender analizar y conservar todo. Los arqueólogos somos conscientes de que lo que podemos estudiar es un porcentaje pequeño de lo que deja el pasado como evidencia. Y lo gracioso es que la arqueología explica muchísimo en colaboración con otras disciplinas: por qué hay ríos que se desbordan, por qué hay calles que se van a inundar siempre, por qué en algunos lugares la basura se pudre antes de sedimentarse, pudiendo cambiar la forma en que la gente vive su vida ahora.

–¿El arqueólogo se puede abstraer del todo de su presente?

–No tanto. Siempre uno es producto del contexto –lugar y tiempo– desde el cual se para a mirar. El esfuerzo está en intentar captar la mirada del otro. Y siempre se construye una interpretación que es desde ahora hacia el pasado.

–Igualmente, hay ciertos aspectos de la vida a la que no van a tener nunca acceso: sueños, deseos, el registro de la oralidad...

–Es cierto. Además, nunca vamos a tener una certeza completa de ciertas cosas. Pero mirá la vida privada de las personas. De a poco la arqueología va completando la fotografía. Sabemos, por ejemplo, qué modelos de pelelas se usaban en ciertas épocas... En cambio, tal vez nunca sepamos cuál era el acento que usaban los egipcios hace siete mil años.

–Cuando se estudia el pasado de una ciudad, ¿no se advierten acaso fuerzas que moldean ese lugar?

–Siempre. Confluyen intereses. En algunos casos hay más impacto que en otros. Ocurre mucho que en el lugar donde habita un grupo llegue otro. Nada es estático. Los espacios ocupados por el hombre son espacios dinámicos, donde constantemente se está produciendo algo.

–¿En qué otros proyectos de investigación trabajó?

–En un proyecto donde analizábamos la ocupación de Quilmes en el siglo XVII, en otro estudiamos el poblamiento de la costa del Río de la Plata. Trabajé también en Buenos Aires buscando establecer la riqueza arqueológica porteña antes de que la arrasen del todo. Nunca se encuentra el 100% de lo que se busca, pero en el proceso se encuentran otras cosas. Lo visible de la arqueología suele ser la excavación, pero gran parte del trabajo del arqueólogo tiene que ver con catalogar e interpretar. El personaje de Indiana Jones lo deja bien en claro en la tercera parte de la saga: “El 80% de la arqueología se hace en la biblioteca”. Tiene mucha razón.

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