CONTRATAPA

La paz mundial

 Por Sandra Russo

Podría ser el mensaje institucional de una marca de lácteos de primera línea, o de una compañía de seguros, pensado quizá para fin de año o mejor para Navidad, cuando los llamados a la unión y a la esperanza son de rigor. Pero es el largo spot que pertenece a la campaña de Francisco de Narváez, del que ya se conocieron tres partes. En la primera, aparecía él solo, diciendo que llegó a la política para ayudar y haciendo una breve reseña familiar. “Gente de trabajo”, la tienda “muy querida por todos”, “hombre de familia” que tiene cinco hijos y sonríe tierno porque “estamos esperando el sexto”, aunque omite decir que la prole se reparte entre diferentes matrimonios. Así, esa realidad de hombre maduro separado y vuelto a casar tan común y corriente, se disuelve, en el spot, en el “esperamos”, y queda sonando en falsete.

En la parte que sigue, el mismo discurso es fragmentado en diversas voces de actores que representan a maestras jardineras, estudiantes, empleados, amas de casa, incluso hasta un morocho que podría ser obrero. Hay también una hipoacúsica que habla su lenguaje de señas, a quien le ha sido reservado un spot exclusivamente a su cargo; eso nos indica la onda Nano que ha privilegiado De Narváez. ¿Cómo no recordar a Araceli González agradeciendo su Martín Fierro con las manos?

Porque va por ahí, va por ahí. En Miss Simpatía, una película que a fuerza de ser madre he visto unas siete veces, a Sandra Bullock, una mujer policía que es obligada a concursar por el título de Miss Mundo para descubrir no sé qué cosa, le cuesta adaptarse al grupo. No es que ella sea una intelectual, pero es una chica lista. Y las aspirantes a misses son rubiecitas taradas que ella llegará a querer, pero que cuando son interrogadas en el escenario para demostrar que además de cuerpazos tienen neuronas, contestan inevitablemente a la pregunta: “¿Cuál es tu sueño?” con la muletilla “Sueño con la paz mundial”.

El spot de De Narváez no ancla ni una sola vez en un proyecto, un modo, una medida, un punto de vista, una idea. Ejemplo perfecto de un candidato envasado por su propio equipo de marketing, también es un ejemplo perfecto del candidato que confía tan ciegamente en el marketing que se ha dejado envolver en tantos buenos deseos, tantas generalidades, tanta “paz mundial”.

“Vine a ayudar. ¿Me ayudás?” es el estribillo del mensaje. De Narváez ha estado recorriendo estudios de televisión, algunos de los cuales le pertenecen, igual que la línea editorial. En las entrevistas, el candidato ha dicho que posee “varias decenas de millones”. Debe haber sido estudiado por el equipo de marketing el efecto que puede producir en la audiencia que un candidato decida incorporar su riqueza no como un dato sino como una garantía. Supongo que por eso lo repite. Yo lo escuché decirlo en dos programa distintos, y no demasiado presionado. La fortuna personal es expuesta como una prueba de que, si dinero ya tiene, no es dinero lo que viene a buscar a la política, sino, claro, ¡ayudar!

Se muestra así, completo. Como si su satisfacción privada ya estuviese colmada, De Narváez se exhibe aproximándose a la política como un particular casi filantrópico que tiene la fórmula del éxito y como también tiene onda –tatuaje en el cuello–, quiere compartirla.

Después de haber probado con el Mapa del delito, con el que eligió hacer la avanzada sobre un tema que no falla, la seguridad, y ya rankeando en las encuestas que por otra parte paga, la primera parte del recorrido de De Narváez puede decirse que fue pum para arriba. Quién le iba a decir a Felipe Solá que tampoco esta vez su nombre iba a flamear lo suficientemente arriba en la boleta, oscurecido por las ráfagas pelirrojas que logró imponer su socio político gracias a la plata que puso, y que como él mismo declaró fue mucha. Más que un socio político, Solá tiene dos socios capitalistas cuyas ambiciones le dejarán un probable e inmutable papel de lechuga del sandwich.

Presentable, medido, sociable, el candidato hace años que sueña con esto. Su amigo Mauricio lo logró. La plata bien manejada puede devenir en poder. Macri lo hizo. Habló de equipos trabajando. Muchos equipos trabajando. Gabriela Michetti, su más preciado cuadro, la niña bonita del gusto electoral porteño según las encuestas, ha dado en estos pocos días pruebas sobradas de su titilante formación política, de su poca cosa para decir fuera del runrún de la ciudad. Pero no importa. Hay un electorado que está consumiendo, en estos días, lo que le dan: mensajes que no se relacionan con propuestas ni rumbos, sino con la visualidad del candidato/a.

De Narváez habla en su spot como un hombre que podría estar dándose masajes en Montecarlo, pero que tiene la bonhomía de “bajar” a la política. Dice querer lo mismo que todos, porque la inespecificidad de su mensaje lo único que deja clara es su figura, no lo que hará ni lo que tiene en mente. Un cambio pacífico, el bien común, vivir tranquilo, que los chicos jueguen en la vereda, que no haya encono, que el clima esté templado. En otras palabras, la paz mundial. Que no quiere decir nada, pero suena chuchi.

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