CONTRATAPA

Virus

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO El otro día leí que el exceso de higiene reduce la posibilidad de contraer una enfermedad infecciosa pero, en cambio, debilita las defensas del sistema inmunológico. Parece que si nos lavamos y desinfectamos demasiado acabamos con ciertas bacterias útiles y amigas y somos más propensos a alergias, diabetes, obesidad, dermatitis y otras pestes. En resumen: un poco de mugre no hace mal y hasta hace bien. No es bueno –especialmente en lo que hace a los bebés, en un período donde organizan y fortalecen sus sistemas de defensas– vivir en ambientes controlados y envasados al vacío. De ahí que, de tanto en tanto, también sea bueno ver una película tonta.

DOS Pagafantas es la expresión que designa a ese pobre tipo que todo el tiempo le paga las copas a la chica con la que sueña con dormir (después de acostarse, claro) mientras la chica pide una vuelta más y le dice que él es para ella su mejor amigo, como un hermano, bah.

Pagafantas es también el título de una película recién estrenada. Una película –debut en el largo de Borja Cobeaga– que se inscribe dentro del cine español de más éxito por estas matinés, trasnoches y horarios intermedios. Nada que ver con la declamación manchega, el esteticismo catalán o la new-age vasca. No: Almodóvar y Coixet y Medem ya fueron; y los jóvenes prefieren ver estudiantinas que descienden más o menos directamente del linaje de Porky’s o American Pie, protagonizadas por actores jóvenes de la tele y que, de tanto en tanto, resultan una sorpresa agradable. Hace años fue Krampack, y lo que me decidió a ir a ver Pagafantas –luego de ver los avances en un noticiero– fueron tres cosas: (a) el aire acondicionado en un sábado de lo que por aquí se conoce como “calor africano”; (b) el que el acento de la chica protagonista fuera argentino (lo que hizo que me preguntara cómo y de qué manera ardería la carne argentina en la parrilla de la trama) y (c) Jordi Costa la había definido con las siguientes palabras: “Pagafantas no es sólo una buena comedia. Como tal, es una película extraordinaria”. Jordi Costa es el único crítico español en el que confío a ciegas y, por las dudas, cuando anden por aquí, salir corriendo sin mirar atrás cada vez que lean las expresiones “cine total” o “cine en estado puro” refiriéndose a la última joya del cine croata-iraní ganadora del Cetro de Oro en el último Festival de Ottokar. Así que me lavé la cara pero no las manos y yo y mis bacterias nos fuimos a ver Pagafantas.

TRES Y la verdad que no estaba nada mal. Pagafantas era algo más cercano a las primeras películas de/con John Cusack. Un buen guión, filmado con gracia y un par de chistes impagables a costa de Enrique Bunbury y Stanley Kubrick. Y, sí, estaba la chica argentina que hacía de argentina. De argentina virósica. De argentina histérica y calentadora climática atormentando hasta al delirio febril a un pobre tipo de Bilbao. La actriz se llamaba Sabrina Garciarena y –leí en el programa– salió de un programa de televisión llamado Rebelde Way. Seguro que la conocen. Yo no la conocía, a pesar de que alguna vez me crucé con el programa en cuestión y aguantaba un par de minutos aterrorizado por el modo en que todos esos adolescentes gritaban al mismo tiempo con voces muy finitas. Bueno, la cuestión es que la nena fatal va sometiendo al antihéroe a humillaciones cada vez más terribles y yo pensaba: “Ay, aquí está, otro nuevo arquetipo de exportación a ser disfrutado por millones... Agotado por psicoanalistas y chantas patrios en sit-coms ibéricas, ahora viene esto y ésta...”. Y la verdad que Sabrina Graciarena lo hace bien, da miedo, y se parece mucho a la de American Beauty y...

CUATRO ...seguro que en cualquier momento la tenemos por acá. Lo que no queda del todo claro en Pagafantas es cómo llegó a España y por qué salió de Argentina su personaje tentacular y parasitario. Por ahí se menciona que “no tiene papeles”. Pero no me da la impresión de que esté girando por aquí desde el gran éxodo del 2002.

Y la edición de El País en la que me fijé a qué hora daban Pagafantas traía en primera plana el título “La gripe A desborda Argentina con 100.000 posibles afectados”. Así que –alguien me había dicho que se había contagiado en masa el síntoma de la venta de pasajes Buenos Aires/Madrid para huir de la peste– se me ocurrió pensar que tal vez Pagafantas se había adelantado a los tiempos. Era la avanzada, la flamante mutación de un viejo bacilo. Esa chica era una fugitiva viral que llegaba aquí para –con sus escotes, sus minifaldas y su sonrisa tiburona– subir la temperatura de pobres machos locales y ponerlos a bailar el wadu-wadu hasta la deshidratación seminal.

Adentro, había una foto de la presidenta argentina en un hospital. A su alrededor llevaban barbijos, pero ella no. Ella lleva una especie de coqueta bata semitransparente de papel sobre su ropa. Y –al gran pueblo argentino, salud– saluda. Es una foto que dice más que mil palabras, pero la foto tiene la boca cubierta –por si las moscas, por si los virus– y no se entiende muy bien lo que dice.

CINCO Ese mismo diario traía la noticia de que –superados los oasis-vacuna de la Feria del Libro de Madrid y del Día de Sant Jordi– ahora llegaba la hora de la sequía y los editores se enfrentaban a un 6 por ciento de descenso de ventas en el primer semestre del 2009. Las devoluciones de las librerías a las editoriales son mucho mayores de las esperadas y se acabó el espejismo de pensar en el papel impreso como “refugio de ocio barato en tiempos de crisis”. Los efectos, está claro, no demorarán en llegar a la ciudad de donde llegó la devastadora chica de Pagafantas. Cada vez se lee menos y ese es un mal de nuestro tiempo, un síndrome que ayuda a explicar tantas cosas que, de ponerse por escrito, dentro de poco, nadie podrá decodificar. Las únicas letras serán las que el oculista señalará con su puntero. Y se verán tan borrosas, como entre estornudos. Pero esas son otras historias, otra historia.

Mientras tanto, me informo en El País de las torpezas, contradicciones y medidas que se han tomado o se han dejado de tomar en Argentina a la hora de atajar la gripe. Tiemblo. Y es ciencia, es ciencia médica: Los directores del hospital de hoy siempre serán los enfermos terminales de mañana. Y me queda claro que no es lo mismo tener las manos limpias que lavarse las manos.

Y –nunca tomar de la misma botella– marche otra Fanta.

Pagamos todos.

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Imagen: AFP
 

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