CONTRATAPA

Li$ta

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO De un tiempo a esta parte, no sólo me voy a la cama temprano; también juego a la lotería. Soñar dormido y soñar despierto. He llegado a esa edad en que comprendemos que el único golpe que podemos dar –entre los golpes que nos dan– es un golpe de suerte. Así que –semana a semana– Euromillones se llama la azarosa variedad que practico. Dos apuestas. Dos euros cada una de ellas. Dos series de siete números escogidos a voluntad de una computadora. Prefiero que elija ella, que me sorprenda. Nada de hacer bailar cumpleaños y aniversarios y fechas históricas y, cuando menos lo piensa, cartas astrales y pentagramas en el suelo del living. Así, mi trámite es rápido y sencillo. Y, por cuatro euros semanales, estimula la parte del cerebro que más utilizo –la que se dedica a la alquimia de la ficción– para convertir el plomo de mi realidad en el oro de mis fantasías.

DOS De un tiempo a esta parte también la revista Forbes no sólo publica la lista anual de los más todopoderosos del planeta sino que, además, le adjunta un juguetón listado de millonarios de ficción. Hay en esta idea algo inquietante: la subliminal intención de hacernos pensar en que los millonarios “de verdad” son seres fantásticos y habitantes de otro inaccesible mundo que –de acuerdo– está en éste. Pero es otro. Y, de paso, atribuirles una gracia y un ingenio que no tienen y que nunca tendrán. Porque todo el dinero del mundo no puede comprar la calidad y las cualidades de un buen personaje. Los que lo intentan acaban convertidos en caricaturas de sí mismos. Y, si no me creen, miren a Donald Trump, a Paris Hilton, a Mark Zuckerberg. Son ricos, sí, pero dejan un mal sabor en los ojos.

TRES Y en el primer puesto del ranking de los “magnates de ficción” se mantiene, desde hace décadas, Scrooge McDuck o Tío Rico o Rico McPato o Tío Gilito. Ese pato que se zambulle en un océano de monedas, pero que –patológicamente– sigue aferrado a la superstición de un primer y original centavo de la suerte. Conozco a varios de la lista: el sinuoso Montgomery Burns de Springfield, el coloso inmobiliario en el tablero de Monopoly, el valioso pequeño Richie Rich, el crepuscular vampiro Carlisle Cullen y los chupasangres Gordon Gekko y Jeffrey Lebowski y los súper-heroicos Bruce Wayne y Tony Stark. A otros no me los crucé nunca y ¿quién cuernos es el dragón Smaug? Y pocas mujeres. Por ahí desfilaron Lara Croft y la Mom de Futurama. Pero han quedado descartadas la ermitaña y manipuladora Miss Havisham de Grandes esperanzas de Dickens (no es lo suficientemente acaudalada) y ya no aparece ninguna de las princesas marca Disney (porque “es complicado calcular su riqueza ya que se desconoce qué divisa manejan”). A mí –más que la escasez de hembras– me extraña más que no aparezca ningún especimen de la variante justiciera y soñadora como los atesorados Conde de Montecristo de Dumas o aquel “millonario inocente” de Vizinczey. Tampoco ninguno de esos materialistas de Balzac, quien más y mejor escribió sobre el dinero. En resumen: la literatura no rinde, cabe suponer que los buenos magnates “de novela” ganan en proporción lo mismo que los escritores de buenas novelas. Y que lo que vale es la tele y el cine y los comics y su merchandising. Y no: ni Gold Silver ni Patoruzú y sus patacones entran en la lista. ¡Plop!

CUATRO Pero detrás de tanta humorada, lo que reporta el artículo de Forbes en su parte imaginaria (que también incluye a compañías ficticias como la Choam de Dune y la ACME de Loony Tunes) es exactamente lo mismo que informa en lo que hace a su lado real. Sépanlo: más allá de la crisis mundial, los millonarios de ficción y los de no-ficción son más ricos que hace un año. Incluidas las fortunas –Zara, Meliá, Mango– de la castigada España. País al que Zapatero –el día en que se cumplieron los 99 años de lo del Titanic– tuvo el mal tino de definir como “poderoso trasatlántico” justo antes de que China (primera potencia económica para el 2016 según el FMI; a prepararse para que la lista de Forbes se llene de ideogramas y de otros dragones) desmintiera lo que anunció el presidente español en lo referente a grandes inversiones orientales para reflotar la economía ibérica. Así, este cruel abril fueron censados 1210 multimillonarios (más que los 1011 del 2010) y sus arcas parecen blindadas a icebergs y terremotos y tsunamis y catástrofes nucleares. Carlos Slim continúa en el primer puesto, Bill Gates va detrás y le sigue Warren Buffet y... Pero lo interesante aquí es que hay cada vez más. También –imposible contarlos a todos– hay cada vez más pobres. Hay 44.000.000 de hombres y mujeres y niños trabajando de nuevos pobres este 2011. Y parece que nunca se van a quedar sin ese trabajo. Cero desempleo en este rubro. Quedan vacantes –siempre y para siempre– para aquellos que no tienen lista pero están listos.

CINCO Y por aquí cerró la cadena informática PC City. Y Telefónica anuncia despidos masivos que no evitarán premios a ejecutivos y recaudaciones colosales. Y se va acercando ese Jueves Santo en que el Papa les lava los pies a doce humildes sorteados al azar. Así, el gesto simbólico del Sumo Pontífice (quien no peca de codicia en Forbes, hay que guardar las apariencias) de quitarles por un rato el olor a pata a aquellos que son pisoteados el resto del año. En cuanto a aquello de pasará un camello por el ojo de una aguja antes de que un potentado entre al reino de los cielos, bueno, ¿cuánto cuesta hacerse una aguja gigante y empujar por su ojo a un camello? No demasiado. De hecho, con lo que se recauda en 24 horas en tickets para contemplar los tesoros expuestos en el Museo Vaticano alcanza y sobra para fundir una aguja con un ojo del diámetro de la cúpula de San Pedro, hijos míos.

SEIS Otro pies. Pero más perfumados y cuidados. Los de los futbolistas de elite. Concentración de millonarios pateando una pelota en el primero de los cuatro sucesivos clásicos Barça/Real Madrid. ¿Y sabían que Messi gana 85.000 euros al día? Que se entienda: me cae bien Messi y aprecio su talento. ¿Pero no es un poquito mucho? Y –no sé ustedes– pero yo no lo veo a Messi extrañando ese trineo marca Rosebud que alguien le arrebató en su pequeña infancia, cuando era tan pequeño, cuando ni siquiera imaginaba ser millonario imaginario.

SIETE Lo del principio: millonarios imaginarios somos todos, aunque no figuremos en una lista demasiado larga, casi tan larga como la de los pobres reales. Como decía antes: hago la fila, me acerco a la ventanilla, pido mi boleto, me encomiendo a los hados de la informática y la estadística, pago, y ya me he convertido en un millonario en potencia. Intento apostar lo mío los sábados –el sorteo es los viernes por la noche–, así el efecto mágico de ese papelito doblado en mi billetera es más poderoso, dura más. Siete días dan para pensar muchas cosas y hasta para encontrarse con otros millonarios imaginarios y amigos y tener conversaciones del tipo qué harías con todo ese dinero. En lo que a mí respecta, me tranquiliza comprender que no haría más sino menos. Gastaría una parte para tener que dejar de pagar ciertas facturas mes a mes y otra para tener que dejar de cobrar ciertas facturas mes a mes. Compraría tiempo para tener más tiempo para ahorrar, para dejar de malgastar el tiempo. Y velaría por la salud y bienestar de los míos que, se entiende, no son ni serían de mi propiedad. No me compraría equipo de fútbol ni bendición papal, pero sí dejaría de preocuparme –por ejemplo– acerca de qué escribir para la contratapa del martes que viene. Esa contratapa a redactar durante ese fin de semana en el que ya sabré que he vuelto a NO ganar MIS Euromillones.

OCHO Los estudiosos no se ponen de acuerdo en cuanto a si es cierto eso de que el cada vez mejor Francis Scott Fitzgerald dijo aquello de “los ricos son diferentes” o si, apenas, fue un invento del cada vez peor Ernest Hemingway para poder meter esa respuesta suya de “Sí, tienen más dinero”. Pero, sí, son diferentes. Soñamos mucho con ellos y ellos, muy de tanto en tanto, tienen pesadillas con nosotros. Y –esto es verdad– la semana pasada fui a ver si había ganado algo y la mujer al otro lado del mostrador me dijo: “Está premiado”. Fueron unos pocos segundos, todo mi futuro pasó frente a mí, y entonces la mujer, muy à la Hemingway, remató: “28 euros”. Viendo mi rostro descompuesto –mi dorada ficción destiñendo a gris no-ficción– añadió: “Lo siento. Debí haberte dicho la cantidad primero”. Ahá. Desconté cuatro euros del premio para la siguiente dosis y fui hasta mi librería amiga. Hice cuentas y –con el resto de la fortuna recibida– me quedaba justo para las tan preciosas y lujosas ediciones de El Gran Gatsby y El último magnate con las que la editorial Penguin honró los 75 de la muerte del entonces desafortunado y pobre pero, ahora, tan bien provisto y afortunado en todo sentido Francis Scott Fitzgerald. Y así, ganador, fue como transformé el papel de unos pocos billetes en el oro de muchas páginas.

Soy rico.

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