CONTRATAPA

Homo Noir

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Rodríguez se despierta boca abajo, caído de la cama, escuchando su propia voz, como si no saliera de dentro suyo sino de todas partes, en off. Como si se viera y se oyera a sí mismo flotando en las sombras de una piscina criminal, filmado desde el fondo del mal, desde todo lo mal que te puede ir en el fondo. Y, sí, en los últimos tiempos Rodríguez se levanta cada vez más noir. Y, a su alrededor, todo se derrumba, todo corrupto, todo oliendo a podrido. Y entonces esas ganas incontenibles de hundirse porque, después de todo, uno ya está tan tocado y haciendo agua por demasiados agujeros. Agujeros de bala, de viejo, de cansado, de presupuesto.

DOS Y todos parecen bailar y cantar para distraer a los espectadores del espanto. Del espanto español, del espantñol. Y –viendo Les Misérables– Rodríguez se acordó de que pasaron ya unos cuantos años desde que la oscurísima Sunset Boulevard se convirtió en musical. Y Rodríguez nunca entendió del todo esa compulsión por elevar a los altares de Broadway tramas tan dramáticas. Es decir: uno puede creerse el que la felicidad extrema produzca irrefrenables ganas de danzar y serenatear. Pero, de verdad, Rodríguez contempló todos esos primerísimos planos de rostros casi desfigurados por el dolor y el hambre y la obsesión. Y no se traga eso de que, de golpe, comiencen a emitir agudísimos agudos y gravísimos graves. Y Les Misérables puede entenderse, también, como un thriller persecutorio. Un antepasado de los triunfales perdedores y culpables inocentes de David Goodis rastreados por las alcantarillas de su desesperación. Y buena falta hacen aquí y ahora fanáticos fundamentalistas de la ley y el orden como Javert...

TRES ... en una España que a Rodríguez le recuerda cada vez más a la Personville/Poisonville en la Cosecha roja de Dashiell Hammett. Ya saben: todos contra todos. No hay bandos: hay bandas. Todos contra todos. El PSOE contra el PSC y el PSdeG. El PP contra los que gobiernan del PP. Tú me demandas y yo te demando el doble. Tú me espías y yo te espío y, además, uso tu misma agencia de detectives. Y si te pasas de listo te vendo carne de caballo en lugar de vaca. Y todos lucen –lombrosianamente– como esos villanos de Dick Tracy. Rostros deformados hasta la casi caricatura. Así, la hasta hace poco eufemística “amiga del rey” y ahora despechada rubia fatal Corinna zu Sayn-Wittgenstein, confesando lo suyo (que ha prestado, desinteresadamente, servicios top-secret para bien del país) en la portada de ¡Hola! de esta semana. Un poco más allá, se revela que Pep Guardiola supo hacer seguir por detectives a varios de los hoy alicaídos jugadores del Barça para saber si se metían en problemas. Guardiola –parece– estaba especialmente preocupado por los efectos sobre Piqué de su relación con la sinuosa cantante Shakira. Shakira –dentro del bestiario hardboiled– vendría a ser como esa chica de pueblo que llega a Hollywood para triunfar en los escenarios como voluptuosa cantante. La Dalia Amarilla Teñida o algo así. Y Rodríguez sigue sin entender en qué idioma canta Shakira. La única parte de la única canción suya que comprende es esa de “Tsamina mina, eh eh, waka waka, eh eh Tsamina mina, zangaléwa”, porque le recuerda a las recientes conferencias de prensa de María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular. Esas que arrancan con un “Yo le voy a decir algo bien claro” para, acto seguido, justificar lo injustificable e intentar explicar lo inexplicable con terminología cuasi delictiva. “Simulación de salario”, etc. Todo esto en boca de gente que recomienda –en memos internos, pero a quemarropa– no pronunciar y “sustituir por otras menos contundentes”, la palabra “desahucio”. Queda mucho mejor para el PP, parece –y en tiempos en que hasta el mismísimo Urdangarin lleva seis meses sin pagar la hipoteca de su palacete en Barcelona–, decir “el impago producirá todos los efectos previstos en la normativa”. Y después, cuando se le pregunta sobre la controversia del Caso Bárcenas –alias “Aquel-Cuyo-Nombre-No-Debe-Ser-Pronunciado” alias “Ese señor”–, Cospedal se despide de los reporteros con un “La controversia la tendrán ustedes” que no estaría mal en boca de James Cagney & Edward G. Robinson. Y los periodistas sacan sus tabletas y sueñan con ir a cubrir la histeria de esa feria de telefonía móvil, en Barcelona. Y Rodríguez se acuerda de aquel otro clásico del cine noir: Barbara Stanwyck escuchando, por las líneas enredadas de un teléfono antiguo, cómo dos personas planean un asesinato que resulta y resultará ser el suyo.

CUATRO Y todos parecen leer policiales. Es el género del momento y, según El País, ha superado con creces a la novela histórica. Casi no hay editorial que no tenga o vaya a tener su colección especializada. Y no sólo es cuestión peninsular. La tendencia es continental. Europa –incluidos los avanzados países nórdicos, donde los ricos también sangran– se ha entregado a la ficticia privacidad de los detectives para hacer soportar el muy real tufo público. Porque se sabe: poca novela menos realista que la policial. El orden disciplinado y el ritmo preciso con que se encajan las pistas y las pistolas es algo imposible de compaginar con la vida de todos los días, tanto más espasmódica y desprolija y torpe y difícil de ajusticiar. Pero cualquier cosa es buena con tal de distraerse de Benedicto XVI autodesahuciándose en helicóptero, vehículo característico para grandes huidas/derrotas y para las más pecadoras black-ops. Todo esa emoción y transmisión. Pero –se extraña o no Rodríguez– nadie se atreve, entre tanta loa a la renuncia como acto sacrificado, a siquiera susurrar la insinuación de la palabra cobardía. Porque el papa ya ha declarado que le deja bien ordenadita a su sucesor la investigación que encargó sobre las redes cloacales vaticanas y que, seguro, superan con creces en atractivo tanto a El Padrino III como a cualquier tontería de Dan Brown. Y así se pierde una ocasión verdaderamente histórica. Además de decir que no puede más, Ratzinger podría haber revelado a los fieles por qué se va, identificar a los demoníacos que salieron a jugar mientras “el Señor parecía dormir”, y partir hacia su crepúsculo con su desde siempre muy inquisidora conciencia tranquila. Pero no. Ratzinger, “peregrino” y “emérito”, se encerrará a orar luego de renovar tradición que ya está en las raíces mismas de la mitología a la que rinde culto: eso de lavarse las manos. Y que pase el que sigue. Algo que los muy éticos y a su manera creyentes Spade & Marlowe & Archer jamás habrían hecho o dejado hacer. Pero, claro, es mucho más complicado venderse como investigador de almas con Dios por patrón y cliente. El cliente siempre tiene la razón. Y se sabe: siempre está el domingo –al séptimo día blanqueó– para ser perdonado. Mucho más sencillo que trazar una silueta de tiza alrededor de un muerto en una piscina escenificando, fielmente, el paradójico ritual de los ahogados: para flotar, primero hay que hundirse.

Salvo que seas una mierda.

La mierda flota desde siempre y para siempre.

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