CONTRATAPA

Homo Entropía

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Entonces, de pronto –a ya varias semanas de salir de su coma profundo– Rodríguez descubre, comprende, asume cuál es el súper-poder con el que ha regresado desde el otro lado y que hasta ahora nada más intuía a partir de un constante zumbido en los oídos. Un ruido gris y frío como ése (voces, teléfonos, latidos, risas, etcétera) que se escucha entre y por debajo y por arriba de canciones de Pink Floyd. Rodríguez termina de descifrarlo mientras escucha –en la televisión que sus amigos han sacado y encendido junto a la piscina, para ver un partido de algo– a Rajoy dar explicaciones. O lo que él entiende por dar explicaciones. Alguien le dice a Rajoy por qué se niega sistemáticamente a pronunciar el nombre Bárcenas en público y Rajoy, sin dudarlo, responde: “En relación con la persona por la que me pregunta...”. Después, en otra entrevista, Rajoy –futurista y eternauta– afirma que “estamos mucho peor que en julio de 2015”. Es entonces cuando Rodríguez se desmaya y cae dentro de la piscina que, por suerte, estaba llena...

DOS ...y no vacía; como todas esas piscinas zombi en los cuentos de J. G. Ballard que leyó durante su juventud. Rodríguez abre los ojos y familia y amigos a su alrededor. Y lo primero que él dice es “entropía”. Y para él entropía fue y es y será un término ligado al léxico de la ciencia-ficción. Algo así como el proceso lento pero inexorable del derrumbe absoluto. Y ese es –nada más y nada menos– su súper-poder, tiembla Rodríguez. Oír el sonido de ese atronador silencio: el ruido que hacen las cosas al desintegrarse muy despacio, incluyendo los crujidos de su propio cuerpo y el modo en que una a una se van apagando sus neuronas. Le preguntan a Rodríguez si ya está bien. “Perfecto”, responde Rodríguez con una acartonada sonrisa de piedra. Como de ministro de Economía diciendo/contradiciendo en El País cosas del tipo “La recesión ha quedado atrás, la cuestión ahora es saber cuán intensa será la recuperación” o “Si España no hubiera pedido la ayuda financiera hubiera acabado rescatada”. Y entonces Rodríguez se acuerda de otra cosa. Más sci-fi. Aquella otra novela del iluminado y encandilado Philip K. Dick. Una de sus favoritas de su favorito: Tiempo de Marte, se titulaba en español. Para Dick –como para Rajoy– el mañana era algo que siempre estaba cerca y llegaba pronto, y, aquí y ahora, en la casa en la que Rodríguez y los suyos fueron a pasar este domingo, todos escuchan algo acerca de alguna nueva medida/ley marcha atrás a ser implantada a la brevedad por el Partido Popular. Porque seguramente en julio de 1945 estamos mucho mejor que en julio del 2013. Y Rodríguez teclea en el cristal de su iPad y ahí está: Martian Time-Slip, de 1964. Y, sí, lo que recordaba, lo inolvidable: el personaje del niño Manfred Steiner, a quien todos consideran un autista sin retorno pero quien, en realidad, a una velocidad diferente, está muy concentrado escuchando la melodía que sólo él puede oír y que le llega desde un futuro siempre imperfecto: la canción secreta del universo descomponiéndose y pudriéndose. Lo suyo, comprende Rodríguez, es mucho más modesto: él sólo puede escuchar el silbido de España viniéndose abajo y –como mucho, en noches de cielos claros y cuando la recepción es buena– el himno marcial de todo un continente, Europa (¡bienvenida, Croacia!), rodando escaleras abajo por el agrietado palacio de su historia.

TRES Así, no hay día en que no se comunique el hallazgo entre arqueológico y fast-forward de una flamante curva descendente, de otro índice mutando a pulgar hacia abajo, de un nuevo pronóstico optimista enseguida irradiado por la realidad de lo que parece terminal. Y en el centro de ese agujero negro, España como el tumor al que nadie quiere ver ni en radiografías por miedo a que sea contagioso, griego, portugués, irlandés. Todo lo que sube baja y la supuesta buena noticia de la mañana ya es desmentida por la tarde. Mientras el ex tesorero Bárcenas, desde su calabozo, organiza su venganza como un Palmer Eldritch masticando Chew-Z y a punto de transmitir desde los confines del Sistema Prox –el domingo salieron a la luz SMSs con Rajoy y hoy, lunes, declara en tribunales, y a ver si se viene todo abajo, rápido o despacio– se van rescatando dichos suyos del tipo “No me gusta que el dinero esté ocioso”. Y debe ser raro alcanzar el punto de atribuirle propiedades humanas al dinero, piensa Rodríguez. Ni Balzac llegó tan lejos en su Comedia Humana. El dinero no como la cosa más deseada, sino como el ser más querido. ¿Siente regocijo Rodríguez ante las comparecencias sin comentarios de los miembros del gobierno y del PP, quienes corren por pasillos del Congreso, perseguidos por cámaras y micrófonos, con las muecas entre extáticas y aterrorizadas de quienes se animan a unos sanfermines que, para los tradicionalistas, cada vez se parece más a un Spring Break con tetas al aire? No necesariamente. Ya le aburren. Y lo mío no le parece una buena comparación. Porque –a diferencia de los que corren delante de los toros en encierros– los políticos tienen que saber muy bien por qué se meten y se encierran en política: porque no les gusta que su dinero esté ocioso.

Previsible en su escabullirse pero siempre original en su deslizarse, Rajoy se fue a una fábrica de autos en Figueruelas y llamó a la euforia masiva porque allí se ensamblará algo llamado Opel Mokka sin privarse por eso –crash– de regañar a sus díscolos gobernados con un inclusivo/exclusivo “tenemos una cierta tendencia a hablar de cosas que no son las mejores”. Y tenía razón Rajoy: porque todos –Rodríguez incluido, el PSOE ya fantasea con una moción de censura que lo obligue a comparecer y no decir nada– se la pasan hablando de Rajoy y de lo poco que habla y de lo nada que explica. Salvo –junto al coro automático y ventrílocuo de los suyos– aquello de “ya se ve la luz al final del túnel”. Olvidando que eso es lo que, dicen, se experimenta en la muerte. Ignorando el que, tal vez, sea la luz de un tren que viene en sentido contrario, a toda velocidad, y con pocas ganas de frenar y poner freno a algo que, entrópicamente, la página editorial de periódicos define como “espiral reincidente”.

CUATRO Cansado de todo, Rodríguez tiene una cierta tendencia a dejarse ir, a sentir que se disuelve en el caldo de su propio ocio. En la televisión se informa de unas mamparas aislando la piscina de un hotel que se le vinieron encima a Rubalcaba en uno de esos mítines de fin de semana que el PSOE organiza para los suyos en plan realidad alternativa donde todavía importan y pesan. “¿Manolo? Manolo, ¿estás bien?”, repetía Rubalcaba. Y Manolo estaba bien, pero el partido no. Después, algo de una “sexta extinción” in progress en la Tierra y que llegaría como “asfixia lenta”.

Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez, cada vez más marciano: preguntándose y contestándose qué es y qué será ese ruidito raro en el motor de nuestras vidas y por qué no le habrá tocado lo de la superfuerza, lo de los rayos X, lo de poder salir volando de aquí, con una cierta tendencia, ocioso, mucho peor que en el 2015.

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