CONTRATAPA

Teatro, movimiento y quietud

 Por Eduardo “Tato” Pavlovsky

Las dictaduras básicamente lo que intentan es abolir el movimiento. Suprimir los derechos de aquellos que tratan de pensar el movimiento. “La vida.” En nombre de supuestos valores detienen el pensamiento bloqueando todos los análisis en términos de movimiento. Los derechos humanos se suprimen para que no se piense más. Lo que se trata es de inmovilizar los cuerpos o que desaparezcan. La complicidad civil es un conglomerado de cuerpos inmóviles y aterrados. Cuando hablo de cuerpo me refiero a régimen de afección, régimen de conexiones con otros cuerpos. De multiplicidad. De contagio. Eso es lo suprimido. La potencia de actuar. Quedan entonces los cuerpos sin vida, cada cuerpo recortado en sí mismo. Replegado. El terror impide pensar el movimiento. Subjetividad del terror. Se logra domesticar los cuerpos y sus regímenes de conexiones, pero el cuerpo domesticado ignora el proceso de su domesticación en la necesidad de supervivencia. Se puede en estas condiciones seguir haciendo teatro, filmando películas, escribiendo poesías, literatura o practicar psicoanálisis. Lo que no se puede, en cambio, es construir conceptos o imágenes en movimiento que sean capaces de inventar pensamientos críticos. Ese es el límite. El pensamiento crítico. Cultura de la domesticación. Del pacto. Se aprende a pactar en silencio. Esto sí. Esto no. Cuestión de supervivencias y de implicancias. Es posible que no se pueda hacer en esas circunstancias otra cosa que callar, desaparecer o pactar. Y de improviso, en el medio de tanta atomización resignada, ocurre el acontecimiento. El hecho cultural que recupera el cuerpo deseante de todos. Una idea de Dragún hace resonancia en el mundo del teatro. Se juegan ideas en movimiento. Se gesta a ritmo vertiginoso el fenómeno de Teatro Abierto. Actores, directores, escenógrafos, técnicos y autores gestan la epopeya. A velocidad sorprendente. El teatro se recupera e inventa su nueva identidad de combate. Su nueva forma de resistencia. Existían antecedentes estéticos e ideológicos que siempre supieron preservar su ética.

El Payró es uno de ellos. Doy fe por Galíndez y Telarañas. Bombas, allanamientos y exilios. Pero Teatro Abierto fue un fenómeno multiplicador que abarcó a todos. Sin sujetos propios. El fenómeno cultural de Teatro Abierto no tenía sujeto. Se inventa sobre la marcha una nueva individuación cultural cuerpo a cuerpo. El público fue también protagonista activo del acontecimiento. El teatro descubre entonces su tremenda capacidad de acción. Se desbloquea en el acontecimiento. Su público se incorporó como en los deportes nuevos (surf, ala delta) insertándose en la ondulación expansiva del movimiento cultural. El movimiento es rizomático. Puro devenir. Existe entonces un mundo de ponerse en órbita. Ponerse en el movimiento de una gran ola expansiva. La bomba que destruyó el Teatro Picadero fue la respuesta al riesgo de la acción militante. Intentó paralizar la gesta. Meter miedo. Incendiar. Su oficio. Pero sólo logró destruir el edificio, porque la gesta rebasó la anécdota. Existía demasiada intensidad. Demasiadas pasiones entre todos. Y la mejor vacuna contra el miedo es el cuerpo social solidario en movimiento. Entonces Teatro Abierto se desterritorializó y se inventaron nuevos espacios, nuevas solidaridades. El público otra vez rebasó los teatros y los espacios nuevos. Teatro Abierto produjo nuevas subjetividades en la cultura del terror: nuevas éticas solidarias y el descubrimiento de que la capacidad de invención de un grupo humano en movimiento es incalculable. Hasta dónde puede un cuerpo. Hasta dónde puede un grupo. Teatro Abierto no puede explicarse sólo por las condiciones histórico-políticas que lo contextuaban. En un sentido fue un desvío de la historia. Puede haber circunstancias históricas que intenten explicarlo, pero estas mismas circunstancias no llegan a explicar en sí la intrinsiquedad de la expansión micropolítica. La recuperación de la identidad cultural como grupo. La recuperación del sentido. Las dictaduras, a veces, cuando no matan, estimulan la imaginación. Tenemos que recuperar la mística del teatro. No se están jugando sólo las posibilidades para futuras nuevas producciones. Se juega nada más y nada menos que la recuperación del sentido de hacer teatro hoy. Tenemos que reinventarnos otra vez. Crear nuevos dispositivos que permitan recuperar nuestra potencia transformadora. Nuestra micropolítica. Resistir es resingularizar hoy nuestra identidad cultural.

Mis últimas obras (Sólo brumas y Asuntos pendientes) no son sino un intento de feroz réplica a la represión y censura del teatro en la dictadura y aun en la democracia donde funciona mucho la autocensura. El teatro debe ser en Latinoamérica una subversión a las ideas opresoras de su libertad expansiva. Siempre el teatro es subversivo, subvierte y siempre es válido su espíritu militante. Así lo pienso yo a los 80 años, todavía en los escenarios como actor y como autor.

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