CONTRATAPA

Homo Conectado

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Hace tanto pero tanto calor (este verano 2015 está resultando una/otra de esas remakes innecesarias de esa película-catástrofe que ya se vio y se sudó y no se olvidará nunca, en julio de 2003, cuando los pájaros se subían a los árboles para arrojarse en picado desde allí piando descoloridos blues) que a Rodríguez no le da el cerebro para calcular, si todo va bien, cuántos años va a tener en el 2045. Tampoco (¿seguirá por entonces existiendo Europa –nombre de raíz griega– o se habrá convertido en un conglomerado de parques temáticos neo-feudales y sets de filmación para series fantasy?) está muy seguro de querer seguir por aquí. Porque ese año (aunque hay un millonario ruso, Dmitry Itskov, que ha decido adelantarse y ya tiene listo avatar donde pasar su cerebro a la hora señalada) es el que todos señalan como el de La Singularidad. Allí –predicen los tecno-profetas del aquí y ahora– el ser humano será finalmente uno con la máquina. Welcome, my son, welcome to the machine. Homo Ex Machina. Indivisible y supuestamente inmortal y (ya se habla de la destilación de un único tipo de sangre artificial, cosa de que no haya problemas de voltaje circulatorio; y se pone a punto el que los médicos receten apps para ahorrarse la visita, porque en sólo el 20 por ciento de los casos hace falta tenerlo cerca) singularmente plural y colectivo. Varios libros ya se asoman a todo eso, desde novelas satírico-ominosas como El círculo, de Dave Eggers, hasta ensayos que se mueven entre la excitación y la cautela (libros de ciencia-no-ficción) como los de Nicholas Carr (Superficiales y Atrapados), quien nos advierte de nuestra creciente y aparentemente imposible de satisfacer dependencia a chips y a teclas. Y otros recién aparecidos en inglés, como Rise of the Robots de Martin Ford y Shadow Work de Craig Lambert (donde se apunta que la creciente mecanización de trabajos dejará desempleada a casi la mitad de la humanidad de aquí a unas pocas décadas), o Future Crimes de Marc Goodman (donde se nos avisa de la creciente vigilancia informática sobre nuestras inocentes personas, porque nunca se sabe cuándo podemos recibirnos de culpables modelo Minority Report).

¿Es ésta –lo de La Singularidad, su biblia es La Singularidad está cerca, de Ray Kurzweil, editado en 2005, y su derivado en formato documental, Transcendent Man, estrenado por Barry Ptolemy en el 2009– una buena noticia? Quién sabe... Por ahora, contemplarla como telón de fondo a un escenario presente en el que todos caminan por las calles mirando pantallitas para mirarse o, peor aún, perdiendo el tiempo viendo lindos gatitos (el Partido Popular festejó su rebaja del IRPF con un tweet de felino bailarín, qué cuco) y llorosas bodas ajenas y caídas tontas y tropiezos voluntarios y –esto es verdad, hay una página de Facebook que se dedica a ello, leer aquí: http://www.elcultural.com/articu lo_imp.aspx?id=36047– la misma imagen del mismo personaje de Los Simpson día tras día. ¿Y no es perturbador que gran parte de los noticieros se nutra de gracietas de YouTube? ¿Y lo de Twitter como perfecto santuario para psycho-acosadores-impostores y destructores de reputaciones o, sencillamente, personas que antes no sabían mantener la boca cerrada y ahora el pulgar quieto (leer sobre todo eso en el siniestramente divertido So You’ve been Publicly Shamed, de Jon Ronson; Rodríguez no se cansa, sabiendo que falta menos para que le pase a él, de consumir testimonios de damnificados impotentes y desprotegidos que se tiemblan como si Kakfa escribiese guiones para la serie inglesa Black Mirror)? ¿Y lo de los ludópatas on line? ¿Y los que comunican noticias trascendentes como la muerte de un ser querido o el fin de un amor en chats y a todos y no en persona y uno a uno? ¿Y los que desaparecen por ghosting? ¿Y qué tal aquello de la adolescente que se suicidó luego de que su padre colgara en YouTube un video donde la castigaba cortándole el pelo por haber llegado tarde a casa? ¿Vale la pena contar los días y soñar con esa fecha cuando aquí y ahora se informa de adictos a móviles que pagan para desintoxicarse, de enganchados a morder lo que Apple les tire, de aficionados a la tecnología obsoleta que pagan pequeñas fortunas por aparatos descontinuados? Y –dejando de lado por un rato el insondable misterio de a dónde van a parar todos nuestros datos en las redes– eso de la comunión/fusión de la neurona con el engranaje, de la aorta con el cable, ¿valdrá la pena cuando Rodríguez se entera de ese trabajador alemán asesinado por un robot en una fábrica de autos de Alemania y se sabe que basta que once programas informáticos fallen para que el mundo tal como lo conocemos deje de funcionar? ¿Y la obligación de leer las noticias –e intentar entenderlas– acerca de sucesivos cyberataques como nueva forma de guerra entre países? ¿Y qué hay de esos niños recién hechos que sentados frente a un piano y junto a un libro no saben qué hacer, pero si se les pasa un iPad parecen conocer a la perfección y en el acto cómo tocarlos y leerlos? ¿Y las empresas que obligan a sus empleados a bajarse una app –bajo amenaza de expulsión– que informe a sus jefes acerca de dónde están y qué hacen 24/7? ¿Y lo de Silicon Valley como destino vacacional por donde hay que cruzar las calles con cuidado porque el autito sin conductor de Google anda suelto? ¿Y lo de la pesadilla de los virus cibernéticos que atacan a las lavadoras domésticas? ¿Y el “avance” de inteligencias cibernéticas con “instinto animal” (titular reciente: Un enjambre formado por mil robots se organiza para realizar tareas sin intervención humana...) que les permite tomar decisiones propias y adaptarse a imprevistos? ¿Y lo de que ya está lista la aplicación para que la crítica literaria sea ejercida por una máquina que no tenga conflicto de intereses con editores o autores? Y ya saben: Frankenstein, HAL 9000, AM, Multivac, Epicac, Proteus IV, Replicantes, Skynet, Cylons, Auto, Ultrón... La cada vez más añeja sci-fi rebosa de engendros y artefactos que un mañana cualquiera deciden que ha llegado el momento de perfeccionar un paisaje donde lo que desentona y molesta es una tecnología obsoleta conocida como raza humana.

DOS En el 2045, pronostican, los 140 años de edad serán los nuevos 80 y por y para entonces –hizo el cálculo, usando los dedos, como en la prehistoria que fue su infancia– Rodríguez va a tener ochenta años de edad y quién sabe cuánta memoria y data y experiencias y pensamientos sólo suyos y dignos de ser preservados y compartidos con el resto de la raza inhumana. Rodríguez se imagina entonces como un aleph funesto. Un algo más que un alguien que lo recuerda y lo contiene todo y preguntándose qué hacer con todo eso y cómo se las arreglará para llegar a fin de mes y cómo hará para hacer frente a su cuenta de la electricidad en la que ya no será posible ahorrar apagándose por un rato. O tal vez sí. La pause que refresca, el sleep que es la vida y su materia. Y, todo el tiempo, la tentación del reset y del volver a empezar o de ir eliminando archivos incómodos, recuerdos molestos, cut and paste y edit. Salve. Save.

Mientras tanto y hasta entonces, hace mucho calor y se recomienda desconectar de las paredes y paredones todos los electrodomésticos por las noches porque elevan la temperatura ambiente y aumentan el riesgo de sobrecarga.

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