CONTRATAPA

Descubrimientos

 Por Juan Gelman

La captura de Saddam Hussein es una victoria más bien simbólica para la Casa Blanca y corre el riesgo de convertirse en pírrica: los ataques guerrilleros y los atentados suicidas se sucedieron sin pausa esta semana en Bagdad, Mosul y otras ciudades, en el marco de las manifestaciones de sunnitas desarmados que aún extrañan al autócrata depuesto. Fueron dispersadas con fuego real, hubo muertos y heridos y no parece que esto contribuirá a apaciguar los ánimos de los ocupados. La moderación de Bush hijo al anunciar la captura y las advertencias de los altos mandos estadounidenses subrayaron lo que se sabía ya: Hussein era una sombra fugitiva que no controlaba la resistencia iraquí.
Hace mucho que un buen sector de quienes combaten al invasor descartaron a Saddam y a su partido Baaz como banderas de lucha. Esa resistencia es heterogénea: la constituyen baazistas, sí, pero también fundamentalistas sunnitas que siempre despreciaron a Hussein, nacionalistas árabes que no soportan la idea de su país ocupado, parientes de asesinados o humillados por las tropas de EE.UU. en busca de venganza, jóvenes sin trabajo, y no faltan los sunnitas abrumados por la posibilidad de que EE.UU. los convierta en ciudadanos de segunda fabricando un Irak dominado por kurdos y shiítas. El Servicio de Investigaciones del Congreso norteamericano hizo una lista de 15 agrupamientos guerrilleros diferentes que no actúan bajo las órdenes de un comando central. Su número asciende al doble para el Departamento de Estado. Y puede haber más. Los chiítas que se oponen a la ocupación o están descontentos con las políticas del Pentágono en Irak “ya no temerán que EE.UU. se retire repentinamente y Saddam vuelva al poder. Es posible entonces, que pierdan paulatinamente su timidez política y se manifiesten con más fuerza en la arena pública”, opina John Cole, catedrático de la Universidad de Michigan. Es que “la resistencia se autogenera y poco y nada tiene que ver con Saddam”, propone Tim Ripley, especialista del Centro de Defensa y Estudios de Seguridad Internacional de la muy británica Universidad de Lancaster (The Christian Science Monitor, 15-11-03).
Washington proclama ahora que la captura del autócrata justifica plenamente la invasión y ocupación de Irak. El representante republicano Jan Schakowsky expresó su desacuerdo con la pretensión de quienes hoy afirman que un Saddam prisionero “prueba que todo valió la pena, las pérdidas de vidas norteamericanas, el aislamiento de EE.UU., el enorme gasto soportado por nuestros ciudadanos”. Este legislador olvida un poquito ciertas cosas –los miles de civiles iraquíes muertos y heridos, la devastación de ciudades y poblados, la represión indiscriminada, otras–, pero tiene razón. Los argumentos de la Casa Blanca para invadir Irak se centraron en la necesidad de destruir sus presuntos arsenales de armas de destrucción masiva, que no se encuentran, en los presuntos lazos de Bagdad con Al-Qaida, que no se descubren, y en muy escasas apariciones de la misión de liberar a un pueblo oprimido. El zapping declaratorio de Bush hijo no es una novedad.
Las imágenes televisivas de un Hussein humillado tuvieron un efecto boomerang en los países árabes. Nadie defiende al autócrata, ni las guerras contra Irán y Kuwait que inició, ni el asesinato, gaseo, tortura y ahorcamiento de decenas de miles de opositores kurdos y chiítas que perpetró, y sin embargo: “El arresto de Saddam es un insulto al honor de los árabes”, pudo leerse en el periódico saudita Al-Aharq Al-Awast (16-12-03). Este medio nunca se caracterizó por defender al régimen baazista, pero expresa un sentimiento generalizado en el mundo del Islam. Y no sólo: “Sentí compasión por este hombre destruido al que le revisaban los dientes como si fuera una vaca”, se disgustó el cardenal Renato Martino, presidente de la Comisión de Justicia y Paz del Vaticano y exrepresentante de la Santa Sede ante la ONU. “Es terriblemente importante que el público lo vea como lo que es, un prisionero”, indicó por su parte el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld. Estas delicadezas de los halcones gallinas tampoco son novedad.
La alegría de millones de iraquíes por la captura de Hussein se diluye, entre otras cosas, en el odio que despiertan las condiciones de la vida cotidiana, el desempleo que desespera, la inseguridad y la inestabilidad que avanzan, la carestía y la inflación. “Es fantástico que lo hayan capturado, pero no fue él quien subió hasta el cielo los precios del petróleo, de la electricidad y todo lo demás; un tanque de gasolina costaba antes 250 dinares y ahora vale 4000, si se consigue”, se quejó el dentista bagdadí Gazhi (Reuters 15-12-03). Escasea el carburante en el país del planeta que posee reservas del petróleo sólo inferiores a las de Arabia Saudita. Lejos están de cumplirse las promesas de libertad y prosperidad que alguna vez los ocupantes formularon. Ahora matan indiscriminadamente a civiles iraquíes que, ya en estado de cadáver, son convertidos en “insurgentes” por los partes de guerra yanquis.
La captura de Saddam no ha terminado con la resistencia iraquí y el legislador demócrata Jan Rockefeller, vicepresidente del Comité de inteligencia del Senado norteamericano, lo acaba de descubrir con una suerte de asombro enojado: “Esto es elocuente y perturbador –dijo (AP, 15-12-03)– porque significa que los insurgentes no están peleando por Saddam, están peleando contra Estados Unidos”. Y, sí.

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