CULTURA › MURIO AYER EL FILOSOFO FRANCES JACQUES DERRIDA

El pensador en los márgenes

Fue el pensador de la deconstrucción, el último de la generación de Lacan, Foucault, Deleuze y Althusser.

 Por Silvina Friera

Era el último sobreviviente de “los pensadores del ‘68”, pelotón en los que figuraban Barthes, Foucault, Althusser, Lacan y Deleuze. Su nombre había sonado con insistencia la semana pasada como uno de los posibles laureados con el Premio Nobel de Literatura. Jacques Derrida, el filósofo francés más comentado, traducido y leído en todo el mundo en los últimos años, murió en París a los 74 años, en la madrugada del viernes pasado, como consecuencia de un cáncer de páncreas. La lectura sosegada de una obra tan escurridiza –siempre expuesta a modificaciones y fluctuaciones–, devenida ahora en testamento frente a la desaparición física de su creador, quizá continúe siendo, por fortuna, imposible de encorsetar. Quedará de él la fuerza y la vitalidad que le imprimió al pensamiento contemporáneo con su famoso concepto de la “deconstrucción”, que tuvo una recepción más favorable en Estados Unidos que en su propio país o en ámbitos académicos donde prevalece el racionalismo puro.
El autor de La escritura y la diferencia, La diseminación, De la gramatología, Márgenes de la filosofía y Espectros de Marx, entre los más de 80 libros que publicó, era un pensador inconformista, que pasó gran parte de su vida generando controversias: para algunos fue un gran renovador de la filosofía; otros, en cambio, lo cuestionaban porque aparentaba más de lo que era, porque desorientaba a sus lectores con textos incomprensibles, disparatados o con enunciados filosóficos que eran tildados de “charlatanerías”.
Derrida había nacido el 15 julio de 1930 en El-Biar (Argelia) en el seno de una familia judía. Fue profesor en l’Ecole Normale Supérieure de París y en 1983 fundó el Colegio Internacional de Filosofía en esa misma ciudad, institución que presidió hasta 1985. El filósofo francés se propuso superar la filosofía en tanto que metafísica onto-teológica. Para Derrida, atacar el logocentrismo, operando desde el propio logos, es deconstruir la metafísica. Por este principio constitutivo, su obra no se presenta en forma acabada, sistemática u ordenada, ya que su escritura fragmentaria ubica la producción textual de este pensador intempestivo en un límite, o más precisamente en un margen: no pertenecen ni al registro filosófico ni al registro literario. Aunque se lo ha afiliado al estructuralismo –en tanto se ha ocupado de temas tratados por Saussure, Lévi-Strauss, Lacan o Foucault–, el enfoque derridiano fue más allá del estructuralismo al recuperar temas precedentes del campo filosófico, como la fenomenología de Husserl y Heidegger. “Nada de lo que intento habría sido posible sin la apertura de las cuestiones heideggerianas”, confesó el filósofo francés.
Sus primeras obras versaron sobre la fenomenología y comentarios críticos de las obras de Levinas, Foucault, Hegel, Lévi-Strauss, Freud y Rousseau, agrupados en La escritura y la diferencia. El gesto de ruptura epistemológica que plantea en este libro, cuyo propósito implica una lectura diferente del discurso históricamente producido, expande el sentido de lo que significa pensar “en” y “desde” la diferencia que, paraDerrida, conlleva situarse en la ambigüedad, en el límite de la clausura de la episteme lógica occidental –salir de lo mismo para abrirse a lo otro–, para contribuir a producir una nueva racionalidad. El filósofo francés estaba convencido de que la filosofía occidental se basaba en la premisa equivocada de que se podía confiar en el verdadero e inamovible significado de las palabras y los conceptos.
Un equívoco generalizado respecto de la interpretación de lo que Derrida llamaba deconstrucción fue considerarla una empresa de demolición de las oposiciones clásicas que establecería un nuevo centro, cuando el filósofo francés siempre abogó por plantarse en el margen del discurso filosófico para intentar desbordarlo. A menudo, Derrida tomaba un elemento marginal de un texto, como por ejemplo una nota al pie de página, y lo elevaba a punto central de la obra, aplicando lo que él ha llamado la “lógica de la suplementariedad”: lo que se ha desechado por los intérpretes anteriores podía ser importante por esas razones que lo marginaron.
Hombre comprometido a su manera con las ideas de izquierda (aunque nunca fue marxista), Derrida publicó en 1994 Espectros de Marx, en el que proponía un retorno al espíritu del autor de El capital con el objeto de “combatir el nuevo orden internacional”. El filósofo francés impugnaba el desgaste de un mundo al que el desorden internacional, la deuda del Tercer Mundo y la simplificadora influencia de los medios de comunicación había terminado por “pudrir”. Este ensayo, según Derrida, era un acto político o un libro de insurrección. “Lo que me llevó a pronunciarme bajo esta forma que es claramente político es la creciente impaciencia que siento –y no soy el único– ante este consenso eufórico que invade todo discurso. Se trata de un consenso para el cual no sólo las llamadas sociedades marxistas están en descomposición, sino el marxismo en sí mismo. Toda referencia a Marx se ha tornado maldita. Pensé entonces que había una suerte de conjura que había que analizar y ante la cual era preciso rebelarse.”
Hace tiempo que Derrida reflexionaba acerca del duelo, es decir la ausencia de quienes ya no están, pero siguen gravitando como espectros. “¿Cuál es nuestra relación con quienes se han ido”, se preguntaba Derrida respecto del legado de Marx. Pregunta que bien podría hoy reformularse a partir de la muerte del padre de la deconstrucción: ¿Qué se hará con el espectro derrideano y con su herencia, cómo se discernirá en ese duelo qué es lo que se quiere extraer del espíritu legado?

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Una de las últimas fotos de Derrida, muerto a los 80 de cáncer.
 
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