CULTURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR URUGUAYO TOMAS DE MATTOS

La creación literaria de Jesús

Presentará hoy en el C. C. C. La puerta de la misericordia, una monumental novela que recrea la vida de Cristo.

 Por Silvina Friera

Aunque llegó al país para presentar su monumental novela La puerta de la misericordia (Alfaguara), el uruguayo Tomás de Mattos no puede dejar de hablar de la victoria de Tabaré Vázquez en las recientes elecciones presidenciales. “Me pellizco todos los días para comprobar que no estoy soñando”, dice el escritor que nació accidentalmente en Montevideo (1967), pero que vive en Tacuarembó. “Para la región es una gran satisfacción: era notoria la ostensible simpatía de Lula y de Kirchner por el triunfo del Frente Amplio, por una razón que no sólo es de afinidad ideológica, sino también porque el Frente postulaba una reinserción del país en el mundo a partir del Mercosur –señala–. Llegamos en el momento exacto porque hoy disponemos de la mejor coyuntura posible para hacer un buen gobierno. Uruguay, como país chico, siempre dependió mucho de Brasil y Argentina, y es preferible entablar vínculos con estos países para insertarse en el mundo que quedar solos dependiendo del Primer Mundo y, fundamentalmente, como estaba ocurriendo, de Estados Unidos. El gobierno uruguayo era el más pronorteamericano del continente.”
Abogado y militante frenteamplista, autor de La fragata de las máscaras y ¡Bernabé, Bernabé!, entre otras novelas, el escritor cita una frase de Tabaré, que define el espíritu con el que la izquierda uruguaya asumirá su primera presidencia: “Con la utopía en los ojos, pero con los pies en la tierra”. Y, por si quedaran dudas de la opción, De Mattos aclara que la esperanza que se abre sobre el futuro de su país tiene fundamentos. “Vamos a construir una utopía de carne y hueso, una utopía cotidiana que vaya tratando de lograr al máximo posible nuestras aspiraciones.” En la entrevista con Página/12, De Mattos dice, no muy convencido: “Pasemos a la literatura, aunque me quedaría toda la tarde hablando de lo que significa para los uruguayos el triunfo del Frente”. El escritor presentará hoy a las 19, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), La puerta de la misericordia, acompañado por Susana Cella y Florencia Preatoni. En esta voluminosa novela de 998 páginas, su autor recrea con singular maestría la vida de Cristo, incursionando en la conciencia que tenía de sí mismo el Jesús de carne y hueso, un planteo que para los teólogos resulta una “locura”.
–¿Por qué la figura de Cristo?
–Soy católico y llevo muy bien puesto el nombre de Tomás: mi fe en Cristo siempre fue conflictiva. Como mayor modelo humano, Jesús me parece fascinante, pero hay momentos en que uno duda de que detrás del hombre venga Dios. Me interesaba rescatar la humanidad de Jesús porque el Dios que tradicionalmente vive en mis hermanos, en los católicos y protestantes, no es muy humano que digamos, en el sentido de que es una mente que lo sabe todo. Prefería una mente en la que hubiera incertidumbre. Si Jesús es Dios, entonces es un modelo inalcanzable para la fe cotidiana. Me impactaba el Jesús del Huerto de los Olivos, tremendamente angustiado, que suda sangre y que está entre el silencio del padre y el de sus discípulos que duermen. Me propuse reconstruir el estado casi final de su mente. Quería escribir una novela que tuviera una estructura policial: hay un indagador que busca, que es el fariseo Nakdimón, y el misterio está en quién es Jesús o qué es, no en lo que pasa porque todos conocemos el final.
–¿Por qué la iconografía de Jesús aparece asociada a la de un hombre blanco, de ojos azules o verdes, y no a la de un palestino, que tiene pelo negro y tez cetrina, como usted lo describe en la novela?
–Ese tema me encanta porque es símbolo de la distancia que tomamos del Jesús real, ese Jesús mítico que hemos ido construyendo en Occidente. No es casualidad que la novela de Saramago, El Evangelio según Jesucristo, comience con un grabado de Durero. En definitiva, para mí, está advirtiendo que lo que Saramago combate es una imagen falsificada que convierte a Magdalena en una rubia de ojos celestes, con un escote que es típico de la época de Durero, o una madre sufriente, una María tirada en el suelo, cuando en el Evangelio dicen que estaba erguida. Por eso en mi novela era esencial mostrar un Jesús con un rostro completamente diferente, lo más cercano posible al de un palestino.
–¿Hubo alguna otra imagen institucionalizada de Jesús que cuestionó?
–Sí, la del Jesús sufriente. Por supuesto que la novela cuenta la historia de una tragedia, pero para sus contemporáneos era un hombre al que le gustaba andar con borrachos, glotones, comiendo y bebiendo, y no cumpliendo las reglas del ayuno. Y también desmitifiqué la imagen no asexuada. El carisma de Jesús tiene un fuerte componente sexual, porque es un personaje que siente el encanto de la mujer. No es un eunuco de nacimiento, probablemente lo es por llamado, pero le duele y le cuesta serlo. Estoy convencido de que tanto los católicos como los no creyentes miramos este mundo como una creación concluida, perfecta. Y sin embargo, en el Evangelio está la idea del mundo como una creación inconclusa, no sólo por la cuestión de la segunda venida, sino por la historia del hombre, que con flujos y reflujos va avanzando, y al ser un camino, no ha llegado a una meta. Y ese carácter inconcluso es deliberado: integra el plan divino.
–Subyace, además, la concepción de Jesús como modelo de hombre nuevo...
–Sí. En todos mis libros peleo por la reivindicación de un proyecto de vida. En la segunda mitad del siglo XX hemos tirado a la basura el tema del hombre nuevo, una concepción que estaba tanto en el cristianismo, que es el primero que la formula, como en el marxismo. Lo que más deploro de la cultura contemporánea es ese vivir en la inercia: suponer que no se puede cambiar el mundo y que hay que aceptar las reglas del juego.
–¿Usted reivindica la utopía en la vida y en la literatura?
–Más aún, para mí la literatura es un instrumento de vida en muchísimos sentidos, porque fundamentalmente te permite aumentar tu universo de datos para poder ensayar el gran método de conocimiento: el ensayo y el error. A mí me gusta la literatura como vida vicaria, como vida prestada. Por eso adhiero a la concepción de Saramago, cuando habla de los tíos que la literatura te presta. Recuerdo que tuve el honor de presentarlo en Montevideo y, habiendo conocido su concepción de los tíos, le pregunté si le podía llamar tío Pepe. Se negó porque le parecía que sonaba a marca de jerez. “Llámame tío José”, me dijo.
–A propósito de los tíos: Dostoievski y Saramago forman parte de la intertexualidad de La puerta de la misericordia...
–Cuando María se cruza con el diablo en mi novela, lo tomo casi textualmente del diablo de El Evangelio según Jesucristo de Saramago. Y en la tentación de Jesús, el diablo es el inquisidor de Dostoievski. Es la literatura como juego, de apropiarte de lo literario y meterlo dentro de la novela como formando parte de la realidad. Dostoievski está en toda la obra porque él iba escribir una novela sobre la vida de Jesucristo, de la que llegó a hacer sólo algunos apuntes. La creación inconclusa es típicamente dostoievskiana, la idea del apartamiento del pecado original también, porque la ortodoxia rusa no cree en el pecado original, sino como un juego de tendencias que te tiran hacia abajo: el hombre nace así porque está inmerso en un mundo en donde están el error y la verdad, el bien y el mal. Otra idea dostoievskiana es la del Dios escondido, que ya aparece en las primeras páginas de mi novela: por qué nació en una apartada región del Imperio Romano. Para Dostoievski, la idea de Dios que se esconde implica que él quiere que participemos en esa construcción de la creación inconclusa.

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Tomás de Mattos, además de notable escritor, es abogado y militante frenteamplista.
 
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