DEPORTES › LO QUE QUEDA DEL ESPIRITU AMATEUR

Ir a jugar por la camiseta

 Por Gustavo Veiga

Ciclotímico, el fútbol argentino pasó a revalorizar los Juegos Olímpicos después de la medalla de oro ganada en Atenas 2004. Aquella que la selección de Marcelo Bielsa consiguió sin recibir goles en contra y con Roberto Ayala, Gabriel Heinze y Cristian Kily González como refuerzos mayores de 23 años. Antes, salvo pocas excepciones (con Daniel Passarella como DT en Atlanta ’96), se les había dado la espalda. La tendencia actual, saludable, la acaba de robustecer Lionel Messi con su decisión de ir a Beijing. “Es algo que no se da todos los días y lo quiero disfrutar”, anunció el jueves pasado en España y causó revuelvo entre la prensa y los hinchas de su club, el Barcelona. Pero la historia del fútbol y los Juegos es la historia de los desencuentros entre la FIFA y el COI, del profesionalismo y el amateurismo marrón, de un negocio en el que los mundiales ya no son lo único que les interesa a las grandes estrellas.

Messi consolidó una tendencia. Argentina quiere quedarse con el oro otra vez, como lo pretende Brasil, que nunca ganó los Juegos (llegó a dos finales y las perdió). Y Sergio Batista, el técnico de este equipo, ratificó el espíritu de sus jugadores: “Todos me dijeron: ‘Llevame, Checho, ya, urgente, el Olímpico lo quiero jugar y hay que ganarlo’”, confesó hace dos días en una entrevista del diario Olé. Uno que hizo público ese pedido fue Juan Román Riquelme. Uno de los tres que superan el tope de 23 años autorizado por el COI para reforzar a cada seleccionado (los otros serán Javier Mascherano y Martín Demichelis, si el Bayern Munich cambia de opinión y lo libera).

Para que se entienda mejor el valor de ir a Beijing en agosto, Brasil (el más campeón de la FIFA) le pidió al Milan si podía cederle a Kaká. La respuesta fue un rotundo no. El volante quería ser un refuerzo de lujo como Riquelme. Pero el club italiano se permitió negarlo porque lo avala el reglamento. En el caso de Messi es al revés. Como es menor de 23, sólo si el rosarino elegía jugar las instancias preliminares de la próxima Champions League, Argentina se habría quedado sin él. Pese a que en España lo arrinconaron con la disyuntiva Barcelona-Selección nacional, el pibe se plantó.

Unos Juegos que tuvieran a Messi, Riquelme, Agüero, Kaká y otros brasileños de categoría convocados por Dunga (el técnico irá a Beijing, a diferencia de Alfio Basile, que no está en sintonía con sus jugadores), más las figuras que pudieran convocar el resto de las selecciones olímpicas, escapan al control de la FIFA, que no recauda dinero en este negocio y lo mira desde afuera.

El fútbol en manos del COI dejó atrás su ropaje amateur cuando se cayó el Muro de Berlín. Desde Barcelona ’92, donde el oro quedó en manos de España y en los Juegos posteriores, con el primer lugar del podio para Nigeria, Camerún y Argentina, las selecciones se profesionalizaron un poco más. Primero con el aporte de dos refuerzos y después con tres mayores de 23 años. También porque se levantó la ridícula restricción que les impedía disputar los Juegos a aquellos futbolistas que habían disputado Mundiales de la FIFA. En el caso de Argentina, como una generación de grandes jugadores, demasiado joven, no superaba los límites de edad, pudieron estar, por ejemplo, Carlos Tevez y Javier Mascherano en Atenas 2004 o Hernán Crespo y Ariel Ortega en Atlanta ’96.

Todo esta secuencia parece ser la continuidad natural de un proceso en el que las selecciones nacionales Sub 20 lograron la hegemonía en las últimas dos décadas bajo la atenta mirada de José Pekerman. Campeones mundiales en cinco oportunidades (Qatar ’95, Malasia ’97, Buenos Aires 2001, Holanda 2005 y Canadá 2007), lo más lógico sería pensar que los Juegos Olímpicos son la meta siguiente. Para algo se inventó esa otra subcategoría de menores de 23 años. Un límite preciso sobre el que la FIFA no pudo avanzar hasta ahora en su disputa con el Comité Olímpico. Y que un pibe como Messi aprovechó para expresar su voluntad de jugar con la camiseta de la Selección, más allá de lo que piensen las dos grandes multinacionales del deporte. Es como si lo poco que queda del espíritu amateur se resistiera a morir en un mundo superprofesionalizado.

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