DEPORTES › OPINION

Vamos subiendo la cuesta

 Por Mario Wainfeld

Resumen ejecutivo previo: Esta columna se pronuncia a favor de quienes, voluntariamente, están dispuestos a presenciar el Mundial de Fútbol, disfrutarlo o sufrirlo, reunirse en el laburo o en el hogar al efecto. Militarlo, si viene a cuento. El goce incluye polémicas, ejercicio de la memoria, cábalas y apuestas deportivas. Su ideario está bien expresado en tres canciones que se citan en su texto. Y en un libro que también se recomienda. Todas esas fuentes primarias están indicadas con precisión, lo que permite captar el mensaje sin leer toda la nota.

Se formulan las advertencias especialmente para quienes no desean perder su tiempo con este asunto. O, por el contrario, para quienes consideran más apremiante estudiar a fondo el fixture y reacomodar su agenda.

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Primera canción: “Estava à toa na vida/O meu amor me chamou/ Pra ver a banda passar/Cantando coisas de amor/A minha gente sofrida/ Despediu-se da dor/Pra ver a banda passar/ Cantando coisas de amor”

“A Banda”, Chico Buarque de Hollanda

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Elogio del escepticismo: Hay grandes motivos para ser escéptico respecto de los goces o ilusiones de la vida toda. La mujer maravillosa y joven que enamora y seduce hoy será, veinte años después, igual a la futura suegra.

Según indican crueles estadísticas, el joven gallardo y galante que hoy os agasaja con el correr del tiempo irá tomando el formato y los hábitos cotidianos de Homero Simpson.

Un buen asado es una ingesta formidable de colesterol y grasas, un viaje de ida a la hipertensión, sólo para empezar.

El alcohol... ya se sabe.

Como explicó el cantautor y estadista Ramón “Palito” Ortega, “todo aquello que hasta ayer nos quemaba/hoy el hastío ya le dio sabor a nada”.

Es muy infrecuente, predicó Jorge Luis Borges, que una emoción colectiva no sea innoble.

Y sin embargo, va a estar bueno amucharse con los afectos, comer algo, armar el escenario casero frente a la tele. Hay algo único en compartir un espectáculo que es juego con millones de personas, en tiempo real y en simultáneo. Así como la comunión de un recital en vivo no equivale a escuchar un buen disco, vibrar al unísono es una experiencia masiva cualitativamente distinta a ver una serie por Netflix cuando cada individuo quiere. Se comparte el momento, se departe después, se recuerda siempre.

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Segunda canción: “Gloria a Dios en las alturas/recogieron las basuras/de mi calle, ayer a oscuras/y hoy sembrada de bombillas/Y colgaron de un cordel/de esquina a esquina un cartel/y banderas de papel/lilas, rojas y amarillas”.

“Fiesta”, Joan Manuel Serrat

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Criticismo futbolero: Ya en plan más futbolero señalemos reproches interesantes a los que abusan de la pasión ajena. Pero sin concederles renunciar a ella. Va una breve lista.

- Las publicidades chauvinistas y exitistas a menudo ideadas por empresas trasnacionales son un flagelo adicional de la extranjerización de la economía.

- Las modas impuestas por la globalización, que contradicen el gusto criollo. Por ejemplo, “la ola”, que es una huevada supina. O las vuvuzelas, que son más un instrumento de tortura que uno musical.

Abundan, incluso, futboleros fanáticos que se enloquecen (a veces literalmente) por los torneos locales y hacen un punto de honor en no fascinarse con la Selección. Uno de sus argumentos, que da para otros eventuales artículos, es que en estos fastos cualquiera mira y cualquiera opina. Lo cual, democráticamente, parecerá un avance pero futbolísticamente es leído como una invasión intolerable.

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Tercera canción: “Por cuatro días locos /Que vamos a vivir/Por cuatro días locos /Que vamos a vivir/Por cuatro días locos /Te tenés que divertir/Por cuatro días locos /Te tenés que divertir”.

“Por cuatro días locos”, Rodolfo Sciamarella

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La ilusión política: El Mundial fomenta variaciones en la agenda, suspensión de compromisos, una alineación segmentada y tarifada. La ilusión de gobernantes o políticos de toda laya es, valga la expresión, sacar partido de la victoria o de la mufa. No es sencillo conseguirlo en sociedades de masas, con población celosa de sus intereses e inherentemente conflictivas. Menos, cree este cronista, en la actualidad de nuestro Sur con altos índices de politización, movilización y demandas.

Pero las luces amarillas (o las fantasías) siempre se encienden. Acaso una anécdota insólita, para nada promedio, sirva de fábula para ilustrar la idea. Ocurrió en el Mundial de 1982 cuando se enfrentaban Francia y Kuwait. Ganaban los galos 3 a 1, era un paseo. Marcaron un cuarto gol, que el juez convalidó. Antes de que se reanudara el partido entró a la cancha el hermano del emir de Kuwait, presidente de la AFA de su patria. Increpó al referí, vaya a saberse qué le dijo o cómo lo amenazó... el gol fue anulado. El partido siguió, Francia consiguió otro gol, todo terminó con goleada como debía ser. La intervención política fue por demás visible y exitosa, pero no alcanzó ni a cambiar el tablero.

Sería demasiado cotejar esa politización de la pelota, que la manchó, con otras más sutiles y, por ahí más certeras. Pero en general (sobre eso se ha escrito abundantemente y con amplio consenso en estos días) ni un éxito ni un fracaso deportivo suelen cambiar el rumbo de la historia.

Se ha evocado que la dictadura argentina, tras dos campeonatos mundiales (el del ’78 y el juvenil del ’79) inició su curva descendente. La copa de 1986 lograda en plena primavera democrática no obstó a que el otoño llegara pronto, compilando al año siguiente Semana Santa, problemas económicos y primera derrota electoral para el presidente Raúl Alfonsín.

Tampoco es simple discernir si derrotas duras padecidas en momentos trágicos o difíciles agravan el dolor o la malaria. La Argentina, convengamos, casi nunca atraviesa tiempos apacibles. Pero hubo dos campeonatos concomitantes con trances tremendos: la guerra de Malvinas y la feroz crisis de 2001-2002. Se llegó a ambos con equipos esperanzadores. En 1982 este escriba no tenía espacio para desear nada. Pero veinte años después, ya mayorcito, deseó firmemente que la gloria futbolera derramara un bálsamo sobre las heridas, a sabiendas de que no las curaría. Hubiera rezado, de ser creyente. Un pueblo abatido merecía un rato de alegría, una sonrisa en plena desolación. No pudo ser, ni una ni otra vez. ¿Esos sufrimientos acumulativos fueron más hondos que los de otros tiempos? ¿O la piel curtida los relativizó o subsumió en el dolor-país? Vaya uno a descifrarlo. Lo que sí es seguro es que en 1983 y en 2003 la participación popular y los liderazgos democráticos abrieron nuevas puertas, se pudo respirar mejor, salir desde el fondo del pozo. Perdimos feo en la cancha, ganamos en el Agora.

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Libro recomendado: La anécdota del jeque se extrae del regocijante libro 100 x 100 mundiales del periodista y escritor Juan José Panno, que labura (y cómo) en este diario. El volumen (dividido en capítulos breves) rememora partidos, crónicas, hechos sucedidos fuera de la cancha, perfiles de jugadores o de equipos... O sea, todo lo que cualquier espectador fatigará en estas semanas, contado con garbo y saber. Para leer de un saque o en el entretiempo porque el Mundial no sólo es la pulsión del presente sino la memoria de cada cual, más la histórica.

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La historia grande y la menuda: México ’70 comenzó horas después del secuestro del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu. El primer partido que llegó televisado en directo para la Argentina fue glosado por comunicados de la dictadura difundiendo rostros y nombres de fundadores de la organización Montoneros.

Londres ’66 fue concomitante con el golpe cívico militar contra el presidente Arturo Illia. Juan Domingo Perón falleció durante el Mundial de Alemania ’74. De Malvinas y la dictadura, ya se sabe.

La historia jamás se detuvo, aunque la cotidianeidad admitió recreos.

Así como nadie olvida dónde estaba cuando se enteró de cualquier hecho histórico tampoco traspapela cómo siguió cada partido, por qué medio audiovisual y con quién. Uno mismo empezó con su viejo, en el desastre de Suecia de 1958. Fue la primera vez que vi a mi padre sufrir por el fútbol. La radio era el medio que informaba y formateaba el sentido común. Hasta 1966 inclusive las imágenes tardaron días en llegar. Para entonces el veredicto colectivo estaba firmado, inapelable. Eran los tiempos de los campeonatos morales, inventados por los relatores. La tele democratizó las lecturas.

La vida fluye y con ella los roles, Con motivo del Mundial de 1994 acompañé a mis hijos (chicos aún) en su dolor: primero con el 0-5 contra Colombia en las eliminatorias y luego cuando a Diego Maradona le cortaron las piernas. Otro aliciente para las visiones conspirativas, el último.

Quien quiera ver, que vea. Quien se subleve contra la alienación y el negocio está en su derecho. Argentina debutará en el Día del Padre, momento ideal para repudiar dos mercantilismos. También es buena la ocasión para rejuntarse, clavarse una picada y soñar que esta vez sí estallará Messi. Los argentinos tenemos una autoestima alta o una gran capacidad reivindicativa que nos exige tener al mejor del planeta. Habrá que ver.

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Imagen: DyN
 
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