DEPORTES › BRASIL FUE APLASTADO 7-1 POR ALEMANIA EN EL ESTADIO MINEIRãO

La más grande humillación de la historia de los mundiales

El país que se gastó 14 mil millones de dólares para organizar el Mundial que quería ganar a toda costa, sufrió una derrota sin precedentes en más de ochenta años de Copas del Mundo. Para los alemanes será la octava final en sesenta años.

 Por Juan José Panno

Desde Belo Horizonte

En el diario Lance, el Ole brasileño, se publicó ayer una doble página de publicidad de Nike con la figura en sombras de Neymar y un texto que pronosticaba todo lo que iba a hacer la selección brasileña contra Alemania: homenajear al ídolo caído, dejar el alma en la cancha, defender heroicamente, bailar en la línea de gol de los rivales, demostrar por qué se ganaron tantos títulos. En el Mineirão, la selección de Felipão no hizo nada de eso, sino todo lo contrario, y sufrió la goleada más catastrófica de su historia. En su propia casa, los alemanes les metieron siete goles (que pudieron ser muchos más si no hubieran bajado un cambio) y los condenaron a jugar por el tercer puesto el próximo sábado en Brasilia.

Hay un único antecedente de haber recibido cinco goles: fue en el Mundial del ’38, contra Polonia, pero ellos habían metido seis y parece un chiste comparado con esto de ahora. Lo más parecido a una goleada en contra se produjo en la final del Mundial del ‘98: 3-0 ante Francia. Pero también sin comparación posible. Esta derrota sí que deja huellas, como la del 6-1 de Checoslovaquia contra Argentina en el Mundial del ‘58, que todavía seguimos llorando.

Brasil, sin Neymar (Bernard intentó mucho pero resolvió poco), sin Thiago Silva (Dante no paró a nadie), sin un árbitro que los ayudara (como ocurrió contra Croacia y contra Colombia), sin respetar su propia historia, sin reacción, sin velocidad, sin juego, sin orden defensivo, sin la suerte que los acompañó cuando vencieron a Chile, fue una presa fácil de un equipo alemán inspirado al que le salieron todas y terminó dando una exhibición de fútbol.

A los 10 minutos se podía adivinar que Alemania la iba a tener fácil porque Brasil, que había salido con mucho ímpetu y manejaba la pelota sin profundidad, no le iba a hacer cosquillas a Neuer. En el mediocampo Khedira, Kroos, Schweinsteiger y Özil eran dueños de la pelota y progresaban con pases verticales precisos sin resistencia de los volantes locales. Con el gol de Müller (libre en el segundo palo para conectar un corner ejecutado por Schweinsteiger) creció la sensación de que Brasil estaba para el cachetazo.

Casi inevitablemente se desató la catarata de goles: en siete minutos, entre los 23 m y los 29 m, llovieron cuatro. Algunos fueron de papi fútbol, de esos en los que el que llega para patear al arco se da cuenta de que hay un compañero mejor colocado y se la pasa y éste, para que no haya dudas, la toca para atrás y el que la recibe (Kross, para el caso) termina empujándola al arco vacío. Hasta el 3-0 la gente seguía gritando “¡Bra-sil, Bra-sil!” en el Mineirão, porque todavía les quedaba la ilusión de que la cosa se podía revertir, pero los gestos y las caras de los futbolistas locales sólo transmitían impotencia. Los germanos metieron esos cuatro goles en siete minutos porque Brasil era un boxeador que se levantaba de una caída y revoleaba las manos desesperadamente mientras ponía la cara descubierta para el castigo y la masacre.

El pobre Julio Cesar poco podía hacer ante los tractores rojinegros que llegaban arrasando con todo por las dos bandas o por el medio y que pasaban como postes a Dante, a David Luiz, a Marcelo, que se iba para adelante como toro herido y dejaba autopistas a sus espaldas, para que entraran volantes y delanteros rivales.

Mucho hablaron los medios brasileños en la previa del partido de la fortaleza anímica de este plantel y del gran trabajo de la psicóloga Regina Brandão para que la ausencia de Neymar se tomara como un hecho motivacional. “Vamos a jugar sin él y por él”, coincidían. Pero ni tres Neymares podían haber apagado la música del bailongo. Los de camiseta verdeamarelha se dieron cuenta muy pronto de cómo venía barajada la mano; que no tenían ni para empezar ante un rival inmensamente superior. Si hay que adjudicarles algún mérito a los brasileños es el de no haber reaccionado, no haber pegado patadas, ni hacerse los guapos.

El segundo tiempo se pareció a un entrenamiento de los alemanes ante un adversario de segunda división de un club. Cuidaron las piernas, tocaron, se ordenaron prolijamente atrás para cerrar los caminos a las cargas rivales y de vez en cuando metieron alguna contra. Y las cifras se achicaron, porque en el primer tiempo los alemanes habían metido 5 y en el segundo fueron sólo 2. Los arqueros salvaron varias jugadas de gol antes de que Oscar (uno de los mostraron algo) descontara sobre el final del partido. El público terminó aplaudiendo a los alemanes y antes de eso alentó, pataleó, silbó a los jugadores propios, gritó “ole” en algún momento de toqueteo y lloró mucho porque, ya se sabe, en casos como éstos no hay fin para la tristeza.

El Brasil de Scolari, el peor equipo de todos los que se puedan recordar, no pudo llegar a la final de su Mundial y sufrió la humillación más grande de su historia. Y esa mancha sí que no se borra nunca más...


Estadio: Mineirão (Belo Horizonte).

Arbitro: Marco Rodríguez (México).

Goles: 10m Müller (A), 22m Klose (A), 24 y 25m Kroos (A), 28m Khedira (A); 68m y 78m Schürrle (A), 90m Oscar (B).

Cambios: 46m Mertesacker (7) por Hummels (A), Paulinho (4) por Fernandinho (B) y Ramires (4) por Hulk (B); 57m Schürrle (7) por Klose (A); 69m Willian por Fred (B); 76m Draxler por Khedira (A).

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Sorpresa en el Mineirão, Thomas Müller escapa a la marca de David Luiz y cruza batiendo a Julio César.
Imagen: AFP/EFE
 
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