DEPORTES › RUBéN FELGAER EN UNA CHARLA íNTIMA SOBRE SU CARRERA Y EL FUTURO DEL AJEDREZ

“Hay una semilla, si se la riega puede volver a brotar”

El argentino mejor situado en el ranking internacional analiza las posibilidades que se abren al ajedrez nacional con las recientes actuaciones destacadas, recorre las claves de su propia carrera y habla de los momentos más sensibles de su extensa y rica trayectoria.

 Por Pablo Mocca

Rubén Felgaer volvió a ser hace pocos días el mejor argentino en el ranking internacional, tras conseguir este año por quinta vez el campeonato nacional. El Pájaro –apodo que debe al maestro internacional Ernesto Méndez, quien lo llamó así por su manera de inclinarse sobre el plato al comer en el famoso buffet de Abel, de Torre Blanca, y claro, como él mismo cuenta, por su nariz prominente– recuerda con afecto el club de Almagro que lo vio nacer al mundo ajedrecístico.

–¿Qué significa para usted Torre Blanca?

–Torre es para mí un lugar muy especial. Fue durante muchos años mi segundo hogar, recuerdo que iban los mejores jugadores, tenía excelentes profesores. Yo lo veía como un templo. Más tarde, con los años y los amigos, incorporé también ese cariño que uno siente por el club de barrio. Es una pena que con el auge de la actividad virtual y la falta de tiempo de la gente se haya perdido mucho de eso y cueste tanto mantener este tipo de instituciones, creo que el contacto humano es irremplazable.

–A lo largo de la historia se ha discutido en muchas ocasiones acerca de la naturaleza del ajedrez. Como ajedrecista, ¿se siente más cerca de la tarea de un científico, de un artista, de un deportista o de simple jugador?

–A mí particularmente lo que más me atrajo siempre fue la parte artística, la creativa. Pero cuando uno decide dedicarse profesionalmente aparece también muy fuerte la parte deportiva, la preparación, la misma competencia, donde uno se siente más como un luchador. En la preparación, con los elementos informáticos que hoy existen, también se incorpora la parte científica.

Felgaer supo desde muy chico que iba a dedicarse al ajedrez. Cuenta que cuando estaba en el colegio fue un poco traumático porque el juego estaba asociado con la condición de “nerd”, pero asegura con orgullo que tiene bien asumida su condición de ajedrecista profesional. Lo cierto es que hace doce años consiguió la norma de Gran Maestro –la mayor titulación a nivel mundial– y recientemente se coronó campeón argentino por quinta vez. Desde 2009 vive en Chile, donde da clases y colabora con la Fundación Chilena de Ajedrez, que dirige el empresario chileno Daniel Yarur, y que organiza encuentros con los máximos referentes mundiales, como Karpov, Anand o Polgar.

–¿Cuáles son hoy sus sueños, sus aspiraciones?

–En los últimos años creo que tuve una especie de transformación: mis aspiraciones no pasan tanto por una cuestión de títulos o ranking, sino por un lado más interno, por realizar cierto potencial, estar satisfecho con el nivel alcanzado; muchas de las trabas para mejorar tienen que ver con fases que no son técnicas, no sé si llamarlas espirituales. En el camino de progresar, uno va descubriéndose a sí mismo, superando barreras; en esta profesión estamos todo el tiempo en un plano de autoobservación.

–¿Cree que existe una correspondencia entre la personalidad y el estilo ajedrecístico?

–Sí, yo creo que sí. También a veces se da lo contrario, que personas tímidas o introvertidas en su vida personal se vuelven gladiadores en el tablero, encuentran el espacio para desarrollar un estilo agresivo y viceversa. Pero creo que en la mayoría de los casos, uno termina expresando en el juego sus puntos fuertes y también sus miedos y sus deseos. La mejor demostración de eso es que uno va cambiando el estilo con los años y con las experiencias. En lo personal, comencé siendo un jugador feroz de ataque, buscando jugar partidas espectaculares; con los años me fui calmando y desarrollé un juego más posicional.

–Teniendo en cuenta que muchos añoran la generación del ’50 y que hace muy poco Argentina tuvo un nuevo campeón mundial sub-16 y una de las mejores actuaciones olímpicas de los últimos años, ¿cómo ve el ajedrez nacional en la actualidad?

–Antes que nada, es difícil volver a los ’50, porque el mundo cambió por completo. No se trata sólo de Argentina; volver a ser el segundo país del mundo es muy difícil porque ha cambiado mucho el panorama ajedrecístico mundial, fundamentalmente a partir de la disolución de la URSS y del surgimiento de nuevas potencias, como China o India. Lo que sí creo es que se puede aspirar a mejorar el nivel. Tengo la impresión de que se están organizando más torneos y esto coincide con el tremendo triunfo de Alan. Quizás el surgimiento de figuras como la suya puede llegar a empujar todo: si un jugador logra meterse en la elite, puede motorizar la aparición de nuevas generaciones. Creo que así como surgió una generación dorada en el básquetbol, que hace diez o veinte años parecía imposible, lo mismo puede darse en el ajedrez. Somos un país con una gran tradición ajedrecística desde mucho antes de la década del ’50, hay una semilla, que si se la riega un poquito puede brotar nuevamente. Me encantaría que podamos volver a estar en los primeros planos.

–Y para que eso suceda, ¿cree que tiene que haber cambios en la situación institucional? ¿Qué papel tienen que tener los jugadores?

–Pienso que hacen falta políticas que empujen de atrás y si eso se combina con estrellas emergentes como Alan y otros jóvenes que andan dando vueltas, las probabilidades de estar arriba son más altas. Es importante que los ajedrecistas más experimentados puedan –o podamos– ser escuchados. A nivel federativo, los jugadores somos muchas veces el último eslabón. Supongo que los cambios en la federación van a traer mejoras, hace muy poco que se produjeron y es muy pronto para hacer juicios de valor, pero hay indicios positivos. Fundamentalmente se empieza a revertir una etapa extremadamente dañina para el ajedrez argentino. También me parece importante el protagonismo que se está recuperando en los medios. Cuando yo empecé a jugar, Najdorf tenía una columna gigante todos las semanas y muchos medios publicaban noticias de ajedrez, y eso se fue perdiendo con el tiempo. Es muy bueno que hoy se vuelva a recuperar un espacio en los medios gráficos, es algo que hace bien no sólo para el ajedrez, culturalmente hace bien.

–Después de las últimas Olimpíadas, Federico Pérez Ponsa destacaba el hecho de que los integrantes del equipo compartieran “secretos” de su preparación con sus compañeros; lo mismo, muchos ajedrecistas se vieron sorprendidos por el recibimiento que tuvo Alan Pichot en Ezeiza. ¿Ve un cambio en la relación entre los jugadores en ese sentido?

–¡Sí! Es muy curioso en una actividad tan competitiva e individualista como esta ver el tipo de cosas que se dieron en la generación a la cual pertenezco y que espero que siga sucediendo en las próximas. Es obvio que cuando uno juega competencias individuales siempre quiere que se den los resultados que más lo favorezcan, ¡tampoco la hipocresía! Pero hay una muy buena actitud en lo que hace a alegrarse por que le vaya bien a otro, felicitarlo. Es algo que no vi en otros equipos, que se dio en esta generación y se está pasando a la nueva, es algo que me alegra mucho.

–¿Es cierto que en un torneo en Mar del Plata se olvidó su tablero y preparó todas las partidas a ciegas?

–Sí, fue en el 2001. Fue la primera vez que gané un sudamericano, lo que me permitió clasificar para el campeonato mundial. Fue un torneo muy particular. Yo todavía no tenía computadora y eran mis primeros pasos como profesional; por cuestiones organizativas, casi todos los jugadores estábamos en distintos hoteles y no pude pedir prestado un tablero. Así que yo estaba solo, creo que un poco enfermo de anginas, y tengo mi imagen durante varias horas mirando el techo preparando a ciegas las partidas. Terminé el torneo exhausto y es una experiencia que no volvería a repetir, el ajedrez a ciegas es extremadamente cansador y probablemente insalubre.

–¿Puede mencionar alguna partida que haya visto de chico que lo haya inspirado en su carrera?

–Creo que hay dos que me marcaron. Una, la Siempreverde, que jugaron Anderssen y Dufresne. Cuando la vi me pareció inaccesible, indominable y tuve el sentimiento de querer entender eso. Durante muchos años, incluso siendo jugador profesional, jugué en honor a esa partida el gambito Evans. ¡Lo hice hasta poder ganar alguna que me dejara satisfecho! Y eso ocurrió el día que cumplía 24 años, contra el fuerte jugador indio Harikrishna. La otra es una partida Kasparov vs. Karpov, de principios de los ’90, en la que juegan una india de rey, una variante famosa porque quedan todas las piezas en la primera línea. No entendía mucho, pero sentía que había algo visual, estaba contemplando una masacre, una batalla, una persona doblegando totalmente a la otra. Me dije: “No sé si esto es un juego, un deporte, un arte o una ciencia, pero acá hay algo”.

–¿Qué virtudes le encuentra a la práctica del ajedrez más allá de las deportivas?

–Bueno, muchas, el fácil acceso a los materiales, el bajo costo de la actividad. Y desde ya la práctica en la toma de decisiones y también el aprender a perder, uno con el tiempo aprende a equilibrar más el éxtasis de las victorias con el sufrimiento por las derrotas, y esto es bueno para la vida en general. El ajedrez me ha llenado de oportunidades únicas, sobre todo la de viajar mucho y conocer muchas culturas, personajes interesantes y lugares insólitos. Pero si tuviera que nombrar una experiencia que viví gracias al juego, fue la de poder conocer a uno de mis ídolos máximos, que fue Luis Alberto Spinetta. Después de un recital, en el camarín, recuerdo que se acercó y me dijo una jugada que no existe (imita la voz del Flaco) “peón cuatro alfil torre dama”; me miró y me abrazó, me acuerdo que no lo quería soltar.

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