DEPORTES › OPINIóN

El poder de la transformación

 Por Juan José Panno

Eran otros tiempos aquellos. Todavía no existía la idea tan actual y nefasta de que tenemos que salir campeones antes de empezar los torneos. Argentina ya tenía un título en el bolsillo, el del 78, pero la desilusión del 82 en España había sido demasiado grande. Pocos confiaban en las posibilidades de aquel conjunto del ‘86 porque la clasificación había tenido ribetes milagrosos y de verdad no se jugaba nada bien.

Una primera explicación que salta a la vista cuando nos preguntamos por qué esa selección salió campeona después de una etapa llena de dudas, incertidumbre y desconfianza, es que Maradona alcanzó durante ese campeonato su máxima estatura futbolística. Diego tenía el respaldo de un buen plantel, pero cualquiera de los equipos que llegaron a las instancias finales hubiera salido campeón de haberlo tenido a él.

A Maradona le pasó lo mismo que a Kempes en el 78. No brilló en la primera parte y explotó a partir de los cuartos de final. Le metió como se sabe, un gol a Italia, dos goles a Inglaterra, dos goles a Bélgica y apareció cuando más se lo necesitaba en el pase a Burruchaga que definió todo en la final.

Detrás de Maradona se encolumnan varios nombres que merecen ser destacados: Valdano, que estaba físicamente a punto, para hacer valer su jerarquía futbolística en distintos sectores de la cancha; Burruchaga, que se movió con mucha libertad en su tarea de compartir la responsabilidad del armado; Olarticoechea, que no estaba en los plantes y, cuando le tocó entrar en reemplazo de Garré, se quedó con la titularidad; Enrique, que sin haber jugado antes del campeonato terminó aportando el equilibrio indispensable; y José Luis Brown, que llegó al equipo por la enfermedad de Passarella y salió adelante con un orgullo monumental. Su caso es el más representativo del viraje que se vio obligado a pegar el periodismo y el público en general respecto de las expectativas que generaba el equipo. Como si les hubiera dicho a todos: “Ah sí, ahora van a ver”. Pasó de suplente sin chances a jugador vital en la obtención del título. Nadie daba dos guitas por él y terminó marcando un gol en la final.

Otro factor fundamental es que el Profe Echevarría logró un fantástico trabajo físico al margen de funcionar como motivador y contenedor de los jóvenes jugadores.

La suma de factores positivos (habría que agregar que Bilardo se serenó con los primeros resultados) hicieron que se alinearan los planetas para que el equipo argentino se ganara el reconocimiento y el respeto del mundo entero.

Gloria eterna a los campeones del 86, a los del 78 y a todos los equipos que –como ellos– dejaron el alma en la cancha.

A veces el sol sale de este lado. Enhorabuena.

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