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Grandes de verdad

 Por Santiago O’Donnell

Fue el triunfo más importante en la historia de Los Pumas por el rival, Francia, el escenario, París, y la ocasión, el partido inaugural del Mundial. El Tano Loffreda se la había jugado al dejar en el banco al pateador más confiable, el Ninja Todeschini, para dejar en el centro de la cancha a Juani Hernández y los mellizos Contepomi. Sabía que en esa zona definiría el partido y fue así. Ya desde los himnos se empezaban a notar las diferencias. Los franceses parecían contenidos, casi nerviosos, mientras susurraban La Marsellesa. Los Pumas, en cambio, gritaron el Himno como kamikazes a punto de inmolarse.

Los primeros diez minutos serían vitales. Para el Tano era clave controlar ese comienzo para empezar a jugar con la ansiedad de los franceses. Los Pumas hicieron mucho más que eso: se instalaron todo el primer tiempo en territorio francés. Los forwards machacaron con el juego suelto pegado a las formaciones, pelearon el line, ensuciaron la base y no les dieron oportunidad a los galos para lanzar a sus tres cuartos. Los Pumas presionaban con tackles ofensivos, de los que duelen y, con viveza y oportunismo, pescaron un par de intercepciones para interrumpir ataques profundos de los galos. Otra intercepción, en este caso de Hernández, derivó en el único try del partido, que apoyó el Nani Corleto. Cuatro penalazos del Melli Felipe redondearon el parcial de 17-9.

Como era de esperarse, se vinieron encima los franceses. Pero eran ataques desordenados y desesperados, sin la fluidez que siempre caracterizó a los cultores del “rugby champagne”. Corleto, inspirado, atajaba todo y contraatacaba cada vez que le dejaban un hueco. Apretados, Los Pumas mantuvieron la disciplina y no cometieron penales tontos. El centro seguía siendo el impenetrable y la tercera línea era una máquina de recuperar pelotas. En las puntas, Agulla y Borges, tácticamente impecables, nunca permitieron desbordes por afuera. Cada vez que los franceses se acercaban aparecía un tackle, la pelota cambiaba de manos y Hernández devolvía el juego al terreno local. Atados, nerviosos, confundidos, los galos fueron perdiendo la fe. A diferencia de otros triunfos épicos que Los Pumas aguantaron en las puertas de su ingoal, esta vez se dieron el lujo de terminarlo en territorio enemigo, jugando con la desesperación del rival. Como los grandes de verdad. El Mundial recién empieza, pero estos Pumas ya tienen un lugar en la historia del rugby argentino.

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