DIALOGOS › CLAUDIO TAMBURRINI, EX ARQUERO Y FILOSOFO

“El Mundial reactualiza la cuestión del uso deportivo”

Es conocido por su fuga de la Mansión Seré, en 1978, pero también por su preocupación por la relación entre la ética y los deportes, el nacionalismo y los derechos humanos. “La derecha fascista va a pretender utilizar la Copa del Mundo como siempre lo hizo”, asegura.

 Por Gustavo Veiga

Con el Mundial en las vísperas, el fútbol parece comerse todo, aunque no todo será fútbol en Alemania ni en el resto del globo. A Claudio Tamburrini también lo ocupan otros temas: la ética y el deporte, el nazismo, el papel de la izquierda ante el fútbol, los nacionalismos, los derechos humanos... El ex arquero de Almagro y doctor en Filosofía de la Universidad de Gotemburgo estuvo varios días en Buenos Aires para brindar conferencias y, además, asistir al estreno de Crónica de una fuga, la película que relata su escape de la Mansión Seré, un campo de concentración de la dictadura. Una tarde otoñal y mientras miraba de reojo a sus dos hijos muy pequeños cómo jugaban en una plaza de Belgrano, conversó con Página/12, durante una entrevista sobre esas cuestiones que le preocupan.

–¿Qué pensás sobre expresiones ideológicas imposibles de suprimir, como el nazismo que, se presume, brotarán de nuevo durante el Mundial de Alemania? ¿Qué puede ocurrir en ese contexto?

–Estoy de acuerdo en que las ideologías no se pueden suprimir. Los seres humanos pensamos muy distinto y hay espacio para todo tipo de posición política. En el caso de que sean ideologías en extremo negativas, dañinas para terceros y para la sociedad, hay que tratar de neutralizarlas, como en el caso del nazismo. El Mundial de Alemania reactualiza la vieja cuestión de cómo se utiliza un evento deportivo, con un impacto tremendo y mucho más que los Juegos Olímpicos del ’36, manipuladas por los nazis. Hoy, la influencia mediática se multiplica miles de veces por el desarrollo de las nuevas tecnologías. La derecha fascista va a pretender utilizar el Mundial como siempre lo hizo.

–¿Y en la izquierda cómo se analiza el fenómeno del fútbol en su expresión más acabada e influyente: un Mundial?

–También se actualiza una vieja disputa dentro de la izquierda a la que ya me he referido en un par de trabajos publicados y en charlas, donde explico la tradicional posición de ver los eventos como un mundial bajo el argumento de que el deporte opia al pueblo o, por el contrario, en cierto contexto como el del Mundial ’78, cuando la dictadura usó ese evento para su conveniencia. La derecha utiliza al deporte, lo sabe, es más hábil. La otra posición sería que la izquierda y las fuerzas democráticas se metan en eso también, participen y traten de ponerle un signo propio al evento internacional con sus propias reivindicaciones.

–En el ideario socialista o anarquista de principios del siglo XX, ya aparecía ese enunciado de que el fútbol era el opio de los pueblos. ¿No ha cambiado nada después de tanto tiempo transcurrido?

–No, creo que no. Y sospecho que, tal vez de manera inconsciente, detrás de esa posición que cada tanto resurge del boicot a los eventos deportivos sigue vigente esta valoración, abstencionista. Al deporte a veces se le hacen pagar los platos rotos por cuestiones donde no tiene la culpa. Quisiera ver si se tratara de un evento cultural o científico, qué pasaría.

–Antes del Mundial hubo una campaña titulada “Tú eres Alemania” que, desde las corporaciones, invitaba a aglutinar al pueblo alemán bajo una reafirmación de la nacionalidad. Esa expresión había sido utilizada por los nazis en la década del ’30. ¿Hasta dónde esto es objetable?

–Depende de qué tipo de nacionalismo se apele. Entendido en el sentido sano, representa el pueblo, las tradiciones, los símbolos patrios. Ahora, utilizado políticamente para reivindicar posiciones chauvinistas, es un riesgo. El nacionalismo deportivo puede ser empleado para exacerbar sentimientos patrióticos mal entendidos. Utilizar un lema de la época del nazismo denota, en el mejor de los casos, una inconciencia y una torpeza política digna de la crítica. Es un peligroso romance con fuerzas políticas oscuras.

–En Suecia, tu país de residencia, ¿cómo se viven los días previos al torneo?

–El ombudsman para la equidad de géneros que hay allá, un funcionario del gobierno sueco, planteó boicotear al Mundial en Alemania a causa de los burdeles oficiales que se instalaron en las inmediaciones de los estadios.

–Ahora bien, en ocasiones, el boicot deportivo contribuyó, en parte, a desmantelar regímenes oprobiosos como el del Apartheid sudafricano. En ese caso, ¿se le dio al deporte una valoración positiva como instrumento para combatir la opresión?

–Sí, categóricamente. La cuestión es en qué contexto se da. A la izquierda le critico el dogmatismo y como antidogmático, por principio, no estoy opuesto a todo tipo de política de boicot de un evento deportivo o de otra naturaleza. Lo que marca la eficacia de una política de boicot es el contexto. Sudáfrica estaba totalmente aislada. Así el deporte sumó valor al esfuerzo colectivo. Pero en el caso de Alemania 2006, sería un gesto aislado. Por eso hay que hacer una análisis de la eficacia prevista, esperada.

–¿Sería ingenuo pensar en un boicot contra la política agresiva de Estados Unidos en el mundo? ¿Podría instrumentarse una respuesta de ese tipo con incidencia en el ámbito deportivo, incluso durante el Mundial?

–Ese es un buen ejemplo a discutir y no se ha hecho. En Suecia se polemiza sobre la igualdad genérica o el fomento de la prostitución, pero no se ha discutido el rol de los Estados Unidos en conexión con el Mundial de Alemania, como estás planteando. ¿Por qué no boicotear a la selección de los Estados Unidos y que no se le permita participar en el Mundial, algo que la FIFA nunca hará? En realidad, es una propuesta irreal, pero, ¿por qué no dejar de cubrir los partidos de la selección de Estados Unidos, que los periodistas los boicoteen o que mencionen su intervencionismo en las crónicas?

–Estados Unidos, hace un par de meses, pretendió boicotear la presencia cubana en una Copa Mundial de béisbol, con la ley como instrumento.

–La moraleja o conclusión de todo esto es la siguiente: no debemos ser dogmáticos. Y boicotear sólo cuando no nos gusta algo. Hay que hacerlo cuando es eficaz para conseguir los fines políticos, populares y democráticos que uno pretende conseguir.

–La conclusión es, también, que no se puede disociar al deporte de la política o del estado.

–Es ingenuo, irreal... toda manifestación popular que consigue acaparar la atención de millones de personas en el mundo, es una manifestación política. Y en el deporte, incluso en la simple expresión lúdica, hay elementos políticos. Como son la puja por el triunfo, el vencedor, es decir, el más fuerte gana, la admiración del público por el ganador, muchas veces incondicional, exagerada; ése es un fenómeno claro de cómo se expresan los valores políticos. El deporte no es sólo una potente arma mediática y política, sino que, en sí mismo, como toda actividad humana, representa valores éticos y políticos.

–¿Al fútbol argentino, desde un país como Suecia, se lo ve como un clásico estereotipo de violencia?

–No, yo creo que ésa es una consecuencia positiva de la escalada de la violencia en el fútbol a nivel mundial. Que ya no se sindica a ninguna nación específica como particularmente violenta. Se ha tomado conciencia de que es un problema general, universal, de todos. Es un problema político en el sentido más específico del término. Por lo general hay vinculaciones de las barras bravas con las organizaciones de ultraderecha, neofascistas.

–En la Argentina, en cambio, esos nexos los tienen con partidos políticos mayoritarios como el peronista y el radical. ¿No es un dato para tomar en cuenta cuando se compara la realidad europea con la de acá?

–Sí, es una diferencia radical. Yo conozco Suecia, algo de lo que sucede en Inglaterra, pero esas fuerzas políticas marginales de allá no están arraigadas en los partidos masivos. Tal vez en Italia...

–Fuiste secuestrado por un grupo de tareas en noviembre de 1977 y permaneciste como detenido-desaparecido hasta la fuga, el 24 de marzo de 1978. ¿Cómo analizás la reapertura de las causas por violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura?

–Es positivo que se hayan reabierto las causas, pero no solamente por la posibilidad que nos da castigarlos de una vez por todas, si no porque nos permite amenazarlos con la pena, para que a cambio de una reducción en ésta nos cuenten qué pasó con los desaparecidos. Es correcto amenazar penalmente a quien comete un delito, pero no siempre es correcto implementar la pena. Treinta años más tarde, a mí no me parece que la prioridad sea castigar duramente a los militares con el fin de fortalecer la democracia o de prevenir un golpe militar, porque ese riesgo ya no es concreto. Entre castigar en forma dura y saber la verdad, elijo lo segundo.

–¿Qué reflexión te merece haber constatado que también existe una lista de deportistas desaparecidos que ya supera los treinta casos?

–No sabía de ese tema. Y es que hay tanto por hacer todavía que estamos empezando a reconstruir la memoria. Salgamos del simple planteo de juicio y castigo a los culpables. Juicio y castigo sí, pero hay que saber qué pasó. Debemos tener una memoria abarcadora. Hay una política de incriminación y castigo, pero no de esclarecimiento.

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