ECONOMíA

Los contribuyentes ponen cada vez más para pagarles a los acreedores

El superávit primario cuadruplicó en julio las proyecciones –evidentemente imperfectas– de Hacienda. El gasto público sube por la escalera, pero la recaudación usa el ascensor. Más plata irá al bolsillo de los bonistas.

 Por Julio Nudler

Hacienda difundió ayer con notoria satisfacción que en julio se alcanzó un superávit primario de 579,1 millones de pesos, que cuadruplicó largamente –según destacó Carlos Mosse, titular del área– las previsiones trazadas por Economía a comienzos de ese mes. No se sabe si esto habla bien del desempeño de los responsables del fisco o mal de la calidad de sus proyecciones, ya que previeron un excedente de 140 millones. Es posible presumir que un pronóstico tan errado pudo haberlos inducido a tomar malas decisiones de gasto, restringiendo en exceso algunas erogaciones y agravando la penuria general. La variable que los despistó, según el propio Mosse, fue la recaudación impositiva, que creció $400 millones más de lo esperado, llegando a los 6507 millones. Como para el mes pasado ya no había meta comprometida con el Fondo, porque el acuerdo vigente hasta este fin de mes sólo estableció números hasta junio, no puede decirse esta vez que el país haya sobrecumplido. El superávit primario viene definido como la diferencia (si es positiva) entre los ingresos del Estado y el gasto público, sin contar en éste los servicios de la deuda. Esto lleva a equiparar automáticamente superávit con pagos a los acreedores.
Días atrás, la fundación Crear completó un análisis sobre la evolución fiscal, que muestra la poca capacidad actual de servir la deuda cuando la economía se esfuerza por recuperarse tras la devaluación y el derrumbe del Producto Bruto. “El hecho de destinar recursos al pago de deudas en semejante circunstancia –sostiene Crear– significa drenar recursos..., imposibilitando la aplicación de políticas activas por parte del Gobierno con el fin de paliar la situación crítica de los desempleados y de sectores sociales que viven en la indigencia.”
En tiempos de Eduardo Duhalde, la Argentina se comprometió a alcanzar, a nivel de gobierno central (sin incluir provincias) un superávit primario de 4500 millones en la primera mitad de 2003, y en los hechos excedió esa meta en 430 millones. El trabajo calcula que, así, el excedente primario equivalió a casi un 2,6 por ciento del Producto. Significó, además, que un 17,2 por ciento de los recursos tributarios quedara disponible para ser transferido a manos de los acreedores.
El superávit se explica porque los ingresos, en términos nominales (vale decir, sin corregirlos por la inflación), aumentaron casi al doble de velocidad que los gastos (55 contra 30 por ciento). Esto fue así porque la recaudación se benefició marcadamente con los efectos de la devaluación (retenciones a la exportación) y con la inflación, aunque ésta luego se detuviera. El comercio exterior, como fuente de recursos fiscales, triplicó su rendimiento. Uno de cada cuatro pesos recolectados por el erario provino de las retenciones y del impuesto que penaliza débitos y créditos bancarios.
Crear proyecta para este año un superávit primario de $8570 millones, y lo hace saltar a $11.886 millones en el 2004. El excedente del año actual alcanza un nivel inusitado, considerando que entre 1993 y 2001 sólo se obtuvo un margen de 0,94 por ciento, lo que pone en contexto las metas que están discutiéndose con el FMI: el país se encamina a asumir compromisos durísimos en términos de sus antecedentes, que sólo parecen relativamente alcanzables en relación con los números de este año. Pero éstos reflejan circunstancias muy particulares, en las que el fisco se apresuró a capturar una suculenta porción de la sobrerreacción cambiaria que siguió al desbande de la convertibilidad.
Aun así, frente a un endeudamiento que según Economía estará a fines de año en los u$s 172.544 millones, será imperioso obtener condiciones muy blandas en la renegociación de la deuda para poder cesar el default.

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