ECONOMíA › LA RELACION DE ARGENTINA CON EL FMI

El desafío

La complicada negociación con el FMI se describe en uno de los fragmentos del capítulo que aquí se adelanta del libro Economistas o astrólogos de Alfredo Zaiat, jefe de la sección de Economía de Página/12, obra de la colección Claves para Todos, dirigida por José Nun.

 Por Alfredo Zaiat

A esta altura vale subrayar que la historia es al revés de lo que se cuenta. No es que Argentina sea rebelde. Es el Fondo, que con su rebajado rol de lobbista, argumenta incumplimientos de Argentina a un convenio que, se recuerda, establece el ajuste fiscal más severo desde el retorno de la democracia.
Ante ese escenario, para muchos pueden parecer agresivas e incluso exageradas las críticas de Néstor Kirchner al Fondo Monetario Internacional. Lo cierto es que la arremetida del Presidente constituye una higiénica tarea de docencia para un país que ha sido colonizado en cuestiones referidas a la necesaria distinción entre lo que es relevante y lo que es superfluo en materia económica. Por eso mismo, frases de Kir-chner como “¡Minga! al FMI”, o la arenga de “vamos a pelear todos los días con el FMI”, o el desafío de que “no nos van a correr más con el Fondo” tienen trascendencia no por su contenido, sino por la capacidad de ir marcando rumbos en el discurso de una sociedad. Puede ser que no sirvan para nada esas peroratas en función de la negociación en sí, pero son útiles para empezar a perder el respeto a una institución que está desprestigiada tanto en los propios países que la controlan como en la comunidad académica.
Los consensos sociales se van armando con lentitud pero pueden adquirir velocidad si desde el propio poder político son profundizados. El proceso de privatizaciones de la década del ’90 no habría podido concretarse si no hubiese existido la predisposición de la sociedad para vender las empresas estatales, compañías que habían hastiado por una ineficiencia provocada adrede. Ese consenso para el remate fue trabajado durante años por voceros del neoliberalismo. Que ese clima social se haya transformado en el más amplio y acelerado proceso de liquidación de empresas estatales del mundo tuvo que ver con la decisión política de Carlos Menem.
No es una labor improductiva, entonces, remarcar las contradicciones y el papel de vocero de acreedores defolteados que ha asumido el FMI. Más aun teniendo en cuenta que Claudio Loser, el burócrata del FMI, símbolo del fracaso de ese organismo con Argentina en los ’90, se da el lujo de decir que el Presidente tendría que ser más prudente. La batalla cultural no es menos importante que la de los números. Si se avanza en la primera más fácil se hace el tránsito en la de los números. No se sabe si por convencimiento o por conveniencia, pero lo cierto es que gran parte del bloque del poder económico ha jugado a favor del Gobierno en el enfrentamiento con el FMI.
En la batalla por los números, la puja se desarrolló alrededor del esfuerzo fiscal comprometido para hacer frente a los pagos de la deuda. El tres por ciento del PIB asumido para el año 2004 es considerado insuficiente por los acreedores. El Fondo busca desconocer lo ya firmado porque fue duramente castigado al quedar como acreedor privilegiado, sin ninguna quita en el capital. Para desandar ese camino aplica su tradicional perversión de apretar con reclamos disparatados. Lo que se discute, en definitiva, es cuál será el destino de recursos ocultos que, dadas las proyecciones conservadoras de Lavagna en el Presupuesto 2004, pueden alcanzar de 10.000 a 12.000 millones de pesos.
El Fondo y el G-7 quieren que ese dinero se destine a mejorar la oferta a los tenedores de bonos en default. Ese reclamo exhibe lo poco y nada que le importa a ese organismo multilateral la situación social de un país. Pese a indicadores macroeconómicos positivos, la mitad de la población de Argentina sigue en la pobreza y una de cada tres personas tiene graves problemas de empleo. Si se aceptaran las exigencias del FMI, se correría el riesgo de caer en la misma trampa de los ’90, cuando se pensaba que porque la economía crecía a ritmo acelerado ese dinamismo se traducía en una mejora sustancial del panorama social.
La guerra de baja intensidad declarada con el aval del G-7 por conseguir que Argentina pague más a los acreedores en default se presenta, entonces, como una buena oportunidad para ir delineando un paradigma alternativo de crecimiento económico que vaya saldando la otra deuda. La deuda interna, cuyos acreedores no tienen de lobbista calificado a los organismos financieros internacionales y son mucho más numerosos que los miles de “pobres” jubilados italianos, japoneses y alemanes y que las decenas de bancos y fondos de inversión que especularon con bonos argentinos durante los años de la fantasía de la convertibilidad.
El tailandés
¿Sabe usted quién es Thaksin Shinawatra? Se trata de un empresario tailandés, primer ministro de su país. Este señor, histriónico, un poco autoritario y de fortuna, como marca el estereotipo del gobernante asiático, miró a las cámaras, de pie frente a una enorme bandera nacional, y declaró la liberación de Tailandia de las cadenas del Fondo Monetario Internacional. Thaksin celebró esa independencia luego del pago anticipado de la deuda que mantenía con el organismo, pasivo originado en el paquete de rescate por 17.200 millones de dólares. Ese salvataje fue otorgado durante la crisis asiática de 1997. Además, el hombre, que para el diario conservador Financial Times es un nacionalista con ideas disparatadas, se comprometió, entre otras medidas, a cambiar las leyes financieras impulsadas por el Fondo a fin de obtener mayor protección para los deudores. “Tailandia nunca más será presa del capitalismo mundial”, sentenció Thaksin Shinawatra.
En los últimos años se ha sostenido una línea crítica sobre el papel del FMI, acusándolo desde que no sirve para nada excepto para profundizar las crisis y defender intereses de los más poderosos hasta que se trata de una estructura burocrática mediocre y costosa. Entre esos calificativos existen diversas posiciones sobre la actuación de ese organismo multilateral. Pero todos coinciden en que su tarea en Asia fue desastrosa. Malasia salió del atolladero imponiendo los controvertidos controles de cambio y de capitales. Tailandia aceleró medidas para reforzar el consumo doméstico logrando entonces una recuperación intensa. Corea del Sur se apresuró a cancelar anticipadamente sus deudas con el Fondo e Indonesia adelantó que no tiene la intención de continuar con su programa con el FMI. Cada uno con sus particularidades, esos países salieron de la crisis con un factor que los ha unificado: la estrategia de acumular reservas. En un mundo globalizado, con barreras débiles al movimiento del capital financiero, la acumulación de reservas en cantidad es la mejor defensa tanto para ataques especulativos como también para resistir absurdos reclamos del FMI.
Por ese motivo, independientemente del curso de las negociaciones, no es un hecho menor que nuestro país siga girando dólares al Fondo y a los otros dos organismos financieros internacionales (BID y Banco Mundial), sin recibir los reembolsos comprometidos. Con menos dólares en el Tesoro del Banco Central, el gobierno de Kirchner quedará en una posición relativa más débil.
En esa pulseada, la parte que debe estar más inquieta es la visitante. Aunque el coro de profetas del Apocalipsis preanuncien el Diluvio Universal en caso de caer en default con los organismos, la tormenta estará en Washington y no en Buenos Aires. Después de más de dos años de “castigo” internacional no se han verificado las consecuencias catastróficas por haber “dado la espalda al mundo”. Más bien, el FMI y los acreedores han visto reflejados sus rostros de desesperación en un espejo que ellos ayudaron a construir.
Se dice que el tren de la historia no pasa dos veces por la misma estación. Aunque tratándose de una trocha con suerte, porque todos saben que Dios es argentino, esos vagones volverán a transitar ese corredor. Perder una oportunidad histórica es imperdonable. Perdón, ¿cómo se llamaba ese tailandés?

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