ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Cuando estén secas las pilas

 Por Julio Nudler

“¡Lo que faltaba! Ahora hay un fly to quality (vuelo a lo seguro) al revés: los depositantes están transfiriendo su plata de los bancos privados, incluidos los extranjeros, hacia el Nación y el Provincia, porque el Banco Central ya sólo les está dando redescuentos a éstos.” El consultor financiero horrorizado que desliza este comentario pide el off the record. Como tantos, ve acercarse un nuevo terremoto político, cuya manifestación actual es la pulseada entre Roberto Lavagna (Economía) y Mario Blejer (BCRA), en la que aquél sólo puede permitirse vencer. Quizá pudiera hacer saltar a Guillermo Nielsen, secretario de Finanzas, como un fusible quemado y sostenerse en el cargo sin derrotar a Blejer, pero quedaría malherido. Ya sufrió la muesca de haber debido abandonar el previsto tope a las extracciones de las cuentas sueldo, que los legisladores rechazaron.
Mientras el poder político –Gobierno, Congreso– sigue sin poder resolver el destino del sistema financiero, al BCRA se le está cayendo encima el tinglado. Ahora debe decidir, entre otras urgencias, qué hacer en las próximas horas con los tres bancos del Credit Agricole francés: Suquía (Córdoba), Bisel (Santa Fe) y Bersa (Entre Ríos). Si atiende sus problemas de liquidez con redescuentos, el Central estaría abandonando definitivamente la ilusión de un programa monetario y dando una grave señal inflacionaria, además de exponerse sus directores a peligrosas denuncias judiciales. Si, como en el caso del Scotia Quilmes, los suspende, ahogará aún más a las regiones donde operan esos bancos, agravando los problemas de la producción. ¿Qué será más inflacionario a la postre, emitir pesos o trabar la oferta de bienes? ¿Y qué será socialmente más explosivo, acelerar el ascenso de los precios o acentuar la destrucción de empleos, para no hablar de la cólera de los depositantes aplastados por los bancos que se caigan? ¿El Gobierno discute en estos términos concretos su im–política?
“No han resuelto ninguno de los nudos de la crisis –reprocha el economista Pedro Lacoste–, y mientras tanto están gastándose el único activo que heredaron hace cinco meses: las reservas, que ya están por debajo de los 11 mil millones.” ¿Aún podemos zafar de la hiperinflación?, le pregunta Página/12. “Mientras las reservas sean abundantes será posible evitarla”, responde. ¿Cuándo dejarían de merecer esa calificación?, se le inquiere. A lo cual elige contestar de manera indirecta: “Cuando bajen de 8000 millones de dólares me voy a asustar, si todavía no resolvieron el corralito”, dice. Vale decir, si aún quedasen en ese momento depósitos no transaccionales en cuentas a la vista cuyo destino inexorable es la conversión a dólares, con el consiguiente drenaje de reservas si el Gobierno quiere defender la cotización del peso. En otros términos: cuanto más caen las reservas, menos posible es la estrategia de liberar depósitos para movilizar la economía y, al mismo tiempo, defender el tipo de cambio.
Gabriel Sánchez, de Fundación Mediterránea, razona que la altísima tasa de interés que debe soportar la Argentina por haber declarado la cesación de pagos, roto los contratos y hundido el crédito demanda un tipo de cambio real muy alto para generar competitividad a través de salarios muy bajos en dólares. Según su cálculo, el aumento del valor del dólar en términos reales deberá tener un piso de alrededor de 80 por ciento. Esto significa que si el dólar permaneciera en torno de 3,50 pesos, la inflación anual debería rondar en el 90 por ciento. Como al momento actual el tipo de cambio real muestra un incremento del 167 por ciento, sigue habiendo por delante un significativo ajuste de precios, mayor aún si el dólar se encareciese aún más.
Viendo los números de Sánchez, la conclusión obvia es que hoy lo más rentable no es invertir en el dólar sino en la inflación, ya que los precios están llamados a recuperar terreno. Esto recomendaría colocar el dinero en activos financieros indexados por el CER o simplemente el IPC, dado que los precios minoristas subieron mucho menos que los mayoristas. ¿Pero cuál activo elegir: títulos de un Estado en default, certificados de un banco que mañana mismo puede ser suspendido o liquidado? Por otro lado, ¿qué harían los tomadores con esos fondos, si ni el Estado ni ninguna empresa puede asegurar que sus ingresos crecerán tanto como los precios, en el contexto de una economía que se comprime por la pulverización del salario? La otra opción sería invertir en mercancías, ¿pero cómo confiar en que tendrán comprador en el futuro? No es extraño que, aun irracionalmente, todos los caminos conduzcan al dólar. La razón es simple: la Argentina no tiene hoy moneda ni bancos ni mercado de capitales. ¿Qué clase de capitalismo es éste?
Para el economista Jorge Vasconcelos, es imperioso encontrarle una salida al enfrentamiento en torno del Plan Bónex, rechazado por el Parlamento como solución para los plazos fijos reprogramados porque les permitiría a los bancos escabullirse sin poner recursos adicionales. Su propuesta es una nueva versión del Bónex, que no les exija a los bancos garantizarlos con activos pero sí comprometerse a aceptar esos papeles para la cancelación parcial –en un porcentaje a determinar– de los créditos de su cartera a deudores privados. Esto, según cree, repartiría más equitativamente las cargas, porque los ahorristas recibirían un título que podrían vender mejor en el mercado si lo deseasen. “El esquema que impulsa Economía es demasiado complejo –dice Vasconcelos–. No hay que olvidar que los banqueros no miran tanto la foto; es decir, el efecto patrimonial de cada solución, sino la película: cómo sigue su negocio en el país. Si éste va a achicarse drásticamente, no les interesa quedarse, y por ende no van a invertir ni un centavo más.”
En cualquier caso, la disputa sigue irresuelta y el pavor cerca a todos los actores. Una alta fuente que dialoga habitualmente con el periodismo no admite fotos ni cámaras: “No quiero que me fajen por la calle”, confiesa. Los legisladores, a su vez, sufren de pánico político. “Elisa Carrió les está dictando la agenda –rezonga un asesor económico ofuscado–, y lo más grave es que ella cree que todo el problema es de distribución de la riqueza, y no entiende que hoy lo básico es cómo se organiza la Argentina para volver a producir.” El julepe es plaga ya en todo el circuito bancario, incluyendo a los cuadros gerenciales de la banca extranjera, acostumbrados a altos sueldos en dólares que corren el peligro de cambiar por un doloroso desempleo si desde la casa matriz resuelven levantar campamento.
En más de un caso, el achique o liso y llano desmontaje de las divisiones de banca privada y offshore, que se mudarán a playas más firmes, da lugar a enojosas disputas. Mientras los bancos internacionales pretenden echar a sus oficiales sin pagarles nada, ofreciéndoles caritativamente “renunciar” para bien de sus currícula, o a lo sumo la indemnización que marca la ley, los despedidos reclaman el precio de su discreto silencio. Demasiada plata negra han visto pasar sus ojos.

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