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“Con Venezuela no tengo prejuicios ni riesgos”

Gustavo Grobocopatel, el “rey de la soja”, que administra miles de hectáreas en Argentina, acaba de firmar un contrato millonario con Hugo Chávez. Su visión, en diálogo con Página/12.

 Por Cledis Candelaresi

Al innovador método de gestión para la siembra directa en hectáreas arrendadas, Gustavo Grobocopatel añade ahora la desafiante propuesta de reemplazar las retenciones sobre granos y carnes por “el setentista” Impuesto a la Renta Potencial de la Tierra, que castiga a los latifundistas. En diálogo con Página/12, el empresario consideró inocua la expansión de la soja y confesó sin pudores que si los precios internacionales fueran los del gobierno de Fernando de la Rúa, muchos “estarían fundidos” y la cosecha se reduciría a la mitad. En días parte hacia Caracas para ultimar el contrato de servicios con la administración de Hugo Chávez para instaurar el management de Los Grobo.

–¿Cómo es el acuerdo con Venezuela?

–Vamos a gerenciar el desarrollo de los cultivos a través de un convenio con Pdvsa Agrícola, lo que supone capacitar gente e incorporar tecnología para llegar en cuatro años a 100 mil hectáreas. De a poco, otros productores de la Argentina y Venezuela se irán sumando para alcanzar la meta del millón de hectáreas que los venezolanos necesitan para autoabastecerse. Apostamos a un proceso de difusión de la tecnología como acá, donde los productores se copian unos a otros.

–Siempre con semillas no transgénicas.

–Sí. Es más caro y perjudicial para el medio ambiente, pero es lo que decidió Pdvsa.

–¿La empatía entre los gobiernos facilitó el convenio o se podría haber firmado de todos modos?

–Sí, facilitó nuestro negocio. Habitualmente eso hacen los gobiernos: “facilitan”. Pero es un acuerdo entre dos empresas.

–¿No le produce desconfianza un acuerdo con un Estado que últimamente tomó decisiones duras con algunos inversores, básicamente petroleros?

–Nos contratan para desarrollar nuestro negocio. No me meto en los problemas de política interna venezolana. No tengo ni prejuicio ni riesgo. Creo que es una buena oportunidad para crear un nicho entre el sector público y el privado. Nada más.

–En algún momento usted habló de la visión cortoplacista que tienen los inversores argentinos, porque temen que la riqueza se redistribuya por decisión intempestiva de un funcionario. Al margen de su contrato, ¿cree que allá existe ese riesgo?

–A mí me contrataron para un trabajo muy concreto y no quiero opinar sobre política interna. Nosotros hace dos años ya habíamos visitado Venezuela. Y hoy estamos también en Paraguay y Ucrania y posiblemente estaremos en Africa: está bien que los argentinos también vendamos conocimiento además de productos.

–¿Quiere decir que está cumpliendo la meta de trasnacionalizar Los Grobo?

–Exactamente. En una época en la que las empresas extranjeras compran empresas argentinas, hay que preguntarse por qué el campo sí puede salir al exterior y otros sectores no. Creo que tiene que ver con la competitividad que desarrollamos, reconocida a nivel global.

–¿Cómo ve la política de subsidio, por ejemplo al trigo y al maíz, para contener precios internos?

–Uno de los problemas de corto plazo que tiene el Gobierno es controlar la inflación y piensa que lo va a lograr por esta vía. Sin embargo, yo creo que el criterio debe revisarse: es demasiado complejo y hay que simplificarlo.

–¿Simplificarlo cómo?

–Si nosotros dejamos que los productores ganen con el trigo, sembrarán más y, finalmente, por la mayor oferta el precio bajará. Pero si el productor no captura la mejora en el precio internacional, se desalienta y el efecto es inverso. El riesgo es que el problema no se resuelva ni este año ni el que viene.

–¿Y qué pasa con la carne?

–Yo creo que es compatible exportar con aumentar el consumo interno porque, felizmente, los cortes que se exportan no son los mismos que se demandan internamente. El asado, el matambre o la tapa se pueden subsidiar si se deja libre el precio del lomo.

–En algún momento se pensó en subsidiar al ganadero con recursos que aportaran los exportadores de carne.

–Estos sistemas de subsidios son difíciles de instrumentar y más difícil que el beneficio llegue a quien corresponde. Hay que dejar actuar a los mercados que, finalmente, favorecen a los más chicos, ya que la información que da es simétrica. El problema de los productores chicos no son los mercados sino los monopolios. El Estado debe combatir los monopolios pero no al mercado.

–¿Entonces usted supone que el mercado es una organización naturalmente justa y equitativa?

–Si el mercado es de competencia perfecta se favorece a los más desinformados. Porque la información que brinda es simétrica. Si esto no ocurre, los que ganan son los más grandes. El Estado tiene la tendencia a intervenir sobre el mercado pensando que no son perfectos. Los de granos y de carne son de competencia perfecta.

–¿También el de carnes?

–Liniers es el mercado de competencia perfecta más importante de Argentina. Son decenas de compradores con decenas de vendedores que trabajan en paralelo y no hay posibilidad de monopolio.

–Estamos en un boom de la soja...

–Hablar del boom de la soja es menospreciar el fenómeno, es pensar que se trata de algo provisorio. No estamos ante un boom: la soja viene creciendo en los últimos quince años y seguirá creciendo en los próximos quince. Hay mucha demanda del alimento más preciado de la sociedad, que es la proteína.

–¿Y no existe el riesgo de que siga desplazando a otras actividades productivas como la ganadería y que se agote el suelo por monocultivo?

–La ganadería en el mundo se hace con soja, que se usa para alimentar animales. Los sojadependientes son los compradores y no los productores. De todos modos, con la suba del precio del trigo, hay un estímulo importante para que no haya monocultivo, ya que en este caso los rendimientos bajan y los costos suben. El mismo productor está interesado en no hacer monocultivo.

–¿Entonces no hay riesgo de suelos agotados?

–Al contrario. Con la siembra directa les vamos a entregar a nuestros hijos suelos mejores.

–En algún momento usted postuló que las retenciones deberían ser tomadas a cuenta de Ganancias.

–Creo que las retenciones deberían ser reemplazadas por el Impuesto a la Renta Potencial de la Tierra. Es un gravamen fijo, que va a favor de la productividad, ya que la gente está obligada a producir más cuantas más hectáreas tiene. Los impuestos sobre las exportaciones son variables y desalientan la producción. Cuando bajen los precios internacionales hay que estar preparado para ese chubasco.

–¿Y cuál sería el rédito para el Estado de ese cambio?

–Es un impuesto setentista que ahora hay que instalarlo. Es fácil de cobrar, por hectárea, e imposible de evadir. Las retenciones, al bajar los precios, castigan a los productores pequeños y de zonas marginales. Yo me salvo, pero primero se funden los chicos. El Impuesto a la Renta Potencial obliga a pagar al que más tiene, estimula la productividad y el uso de la tecnología.

–¿Cree que en el Gobierno hay actitud hostil o cerrada hacia el campo?

–De ninguna manera. El Gobierno conoce bien al campo y sabe el esfuerzo que hizo. Los problemas de diálogo son responsabilidad del Estado y de los dirigentes también. Pero la designación de (Javier) Urquiza ayuda, porque, más allá de las características personales, tiene buena comunicación.

–Si los precios fueran hoy los que eran hace cinco años, ¿qué pasaría?

–Si los precios internacionales fueran los que eran en el 2000 o 2001 estaríamos todos fundidos, y hoy en lugar de producirse 90 millones de toneladas se producirían 50 millones. Los precios son la clave del desarrollo agrícola argentino.

–¿No le parece que hay una inconsistencia entre esa bonanza y las quejas que plantean muchos dirigentes del campo sobre su situación?

–Es que no todos los productores son iguales. Algunos no están bien. Y otros aunque están bien critican porque les gustaría que se aprovechara mejor la buena circunstancia internacional para industrializar el campo. Para que se produzcan más cerdos o más biocombustibles. Existe la percepción de que el Estado se lleva recursos de más y priva a los privados de hacer inversiones.

–¿Sigue pensando que en Argentina se pagan pocos impuestos?

–El principal problema en Argentina no es que se pagan pocos impuestos sino que pocos los pagan.

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“Si los precios internacionales fueran los del 2000 estaríamos todos fundidos”, dice Grobocopatel.
Imagen: Gentileza Revista Debate
 
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