EL MUNDO › ESCENARIO

Papafrita McCain

 Por Santiago O’Donnell

¿Qué más se puede decir de Irak después de cinco años de guerra? Nada, que después de tantos muertos en lo importante todo sigue igual, no hay instituciones, no hay seguridad, no hay acuerdos básicos ni proyecto de país. Hay 140.000 invasores del ejército más poderoso del mundo que no se pueden mover de ahí por temor a que se venga todo abajo. Y sigue estando Bush, que sigue inventando mentiras para justificar una guerra que sigue librando por impotencia y sed de venganza.

Por eso no sorprende que esta semana haya vuelto a pontificar sobre el tema, esta vez con renovados delirios de grandeza porque decayó el número de soldaditos muertos, y que lo haya hecho en plena campaña presidencial a sabiendas de que dos tercios de los votantes se declaran fuertemente convencidos de que la guerra fue un error y que hay que terminarla.

Tampoco sorprende que el halcón mayor, el vicepresidente Dick Cheney, consultado en Good Morning America por la opinión de esa inmensa mayoría que exige una retirada, haya contestado: “¿Y qué?”.

No se puede discutir con un frontón. Ya está. Quizá por eso la protesta en Washington DC por el quinto aniversario de la guerra apenas reunió cien personas, cuando el año pasado había juntado a cien mil. O quizá fue porque los medios dicen que las cosas mejoraron en el frente y con eso alcanza para calmar a las fieras. Según las encuestas, hoy en Estados Unidos los temas de interés son la economía, el seguro de salud y el precio del petróleo. Más abajo vienen la inseguridad, la inmigración ilegal y recién después la guerra de Irak.

Lo que sí llama un poco la atención es que el sucesor de Bush, John McCain, se haya sumado a la movida de reinstalar el tema de la guerra en el debate electoral. Lo hizo con un viajecito por Bagdad e Israel, durante el cual se cansó de repetir la nueva mentira de Bush y de agrandarla al punto de dejarla en ridículo.

¿Y qué dijo esta semana Bush? Hace cinco años había dicho que la guerra era para voltear a un tirano que amenazaba al mundo con armas de destrucción masiva. Ahora dice que la guerra es para frenar al grupo terrorista Al Qaida y así evitar otro nueve-once. O sea, otra mentira. A pesar de todos los intentos de la CIA por demostrar lo contrario, ya quedó ampliamente demostrado que los laicos baasistas de Saddam Hussein no tenían vínculos con los salafistas árabes de Osama bin Laden. Además, como señaló el jueves Dan Eggen del Washington Post, “muchos expertos en terrorismo dicen que hay escasos contactos operativos entre el grupo de Bin Laden y el iraquí que lleva el mismo nombre, y señalan que Al Qaida-Irak sólo se formó después de la invasión norteamericana de marzo del 2003. Al Qaida-Irak es considerado un jugador menor en la constelación de fuerzas insurgentes que combaten a los soldados estadounidenses e iraquíes, señalan fuentes militares y de inteligencia antiterrorista”.

McCain se la pasó hablando de Al Qaida y Bin Laden durante su minigira por Medio Oriente. En Israel repitió tres veces que el gobierno de Irán estaba entrenando y abasteciendo a los terroristas de Al Qaida en Irak. Joe Lieberman, el vicepresidenciable que lo acompañaba, tuvo que susurrarle al oído que los chiítas iraníes no tienen nada que ver con los sunnitas de Al Qaida. Recién entonces McCain se retractó.

Da un poco de pena verlo por la tele al viejo McCain, héroe de guerra, enemigo de la tortura, avanzar a paso firme entre las ruinas de Bagdad, mirando duro el horizonte, con su enjambre de guardaespaldas nerviosos zumbando alrededor, y después verlo hablando como un papafrita de iraníes y sunnitas para sostener las nuevas mentiras de Bush.

McCain es prácticamente el único político estadounidense que defendió la guerra en su peor momento y la sigue defendiendo. Con ese argumento consiguió la nominación del Partido Pepublicano. Pero en la elección general podría jugarle en contra. No sería la primera vez.

En marzo del 2004 el gobierno conservador de José María Aznar, aliado de Bush, perdió las elecciones en España. Tres meses más tarde volvían a casa los 1300 soldados españoles. En mayo del 2005 cayó el gobierno de Silvio Berlusconi y su sucesor, Romano Prodi, repatrió a los tres mil soldados con que Italia había contribuido a la coalición de Bush. En junio del año pasado cayó el gobierno de Tony Blair y su sucesor, Gordon Brown, redujo la presencia británica en Irak de 45 mil a cinco mil soldados, y promete completar la retirada antes de fin de año. Otro aliado militar de Bush, el gobierno de los mellizos polacos Kaczynski, perdió las elecciones en octubre del año pasado contra un candidato que promete repatriar a los 900 soldados que Varsovia mandó a Irak.

Peor le fue al jefe de Estado que más fervientemente defendió la guerra y las políticas de Bush en el mundo, el australiano John Howard. En noviembre del año pasado sufrió una derrota aplastante tras diez años de gobierno con crecimiento y estabilidad económica. Además de los 1500 soldados que mandó a Irak contra la opinión mayoritaria de los australianos, Howard apoyó en soledad la postura de Bush de no hacer nada con el calentamiento global. Dos meses antes de las elecciones australianas Bush asistió a la cumbre económica de los países del Pacífico, la APEC, en ese país para darle una ayudita a su amigo Howard. El tiro le salió por la culata.

“Bush hizo el ridículo, y por extensión ridiculizó a su anfitrión, al confundir a la APEC con la OPEP (la alianza de productores de petróleo) y al llamar a las tropas australianas `tropas austríacas’. La supuesta ayuda electoral se convirtió en un salvavidas de plomo”, escribió Hendrick Hertzberg en el New Yorker. Las tropas australianas permanecen en Irak hasta nuevo aviso, pero el primer acto de gobierno del sucesor de Howard fue firmar el Protocolo de Kioto.

Ahora que tiene el índice de popularidad más bajo de la historia de los presidentes estadounidenses, Bush consideró oportuno darle una manito a McCain y de paso reivindicar el supuesto éxito de su estrategia de llenar las calles de Bagdad con soldados norteamericanos. El miércoles dijo que no piensa reducir el número de tropas en Irak porque está ganando la guerra.

Como era previsible, Obama y Clinton no dejaron pasar la oportunidad. Hillary golpeó primero y en el mismo día en que habló Bush prometió que, de ser elegida presidenta, en 60 días empieza el retiro de tropas que tanto pide la gente. Jugando a dos bandas, buscó despegarse del triunfalismo de McCain y explotar la supuesta inexperiencia de Obama. Explicó que el retiro de tropas es un asunto delicado, más difícil todavía que invadir un país, y que va a llevar mucho tiempo, quizá varios años, completar la tarea si se hace bien.

Obama, el probable candidato demócrata, tardó un día más en reaccionar. Señaló que la guerra de Irak duró más que la guerra civil y que la primera y la segunda guerras mundiales, recordó que es el único candidato que no votó a favor de la invasión y explicó que su plan consiste en un retiro masivo e inmediato hasta dejar un contingente para cuidar la embajada y una brigada de fuerzas especiales para perseguir terroristas.

McCain ni se inmutó. Sabe que su imagen del abuelo sabio y protector para navegar tiempos difíciles seduce a millones de norteamericanos. Le quedan seis meses para reinstalar el tema de la guerra en el debate electoral. En cualquier otro país del mundo sería una táctica suicida. Pero en Main Street, USA, a la carne picada le dicen Big Mac y el combo especial sale con fritas.

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