EL MUNDO › OPINION

Sobre las manos duras

 Por Raúl Kollmann

La familia de Ingrid Betancourt siempre estuvo en contra de las operaciones militares de rescate. También estuvieron en esa posición Nicolas Sarkozy, Hugo Chávez y Cristina Kirchner. La derecha argentina no hacía más que tildar de papelón el viaje a la selva de Néstor Kirchner en una misión destinada a recuperar a algunos de los rehenes de las FARC. Esa vez no se dio, como muchas veces fracasan las negociaciones y los acuerdos de recuperación de rehenes. De todas maneras, poco después, una misión humanitaria encabezada por la Cruz Roja concretó la liberación de Consuelo González de Perdomo y Clara Rojas, que pudo finalmente juntarse con su hijo Emmanuel, dejado por las FARC en una institución de menores.

Hoy la derecha nacional e internacional se vuelve a llenar la boca de elogios a Alvaro Uribe y las operaciones militares. ¿Tenía lógica la oposición de la familia Betancourt a esas operaciones? ¿Era adecuada la postura del gobierno argentino de buscar liberaciones por medio de la negociación?

A mediados de 2007, se produjo una operación de rescate tan confusa como la actual. En la intentona murieron once de los doce diputados que eran rehenes de las FARC desde 2002, cuando los guerrilleros protagonizaron una maniobra muy parecida a la de esta semana: se hicieron pasar por miembros del ejército colombiano, se acercaron con un camión y un autobús a la Legislatura del departamento Valle del Cauca, allí convencieron a los diputados de que subieran al colectivo por razones de protección ya que supuestamente había una amenaza de bomba y se los llevaron secuestrados. Hay mucha polémica sobre esas muertes: el gobierno de Uribe afirma que no se trató de una operación de rescate y están los que aseguran que la guerrilla terminó reconociendo que se confundió con un grupo propio y mató a los diputados. Lo cierto es que el clima de operaciones militares fue el marco de la muerte de los once diputados.

Antes todavía, en mayo de 2003, el ejército colombiano intentó otro rescate, también fallido. Murieron el gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria Correa, un abanderado de la no-violencia; su asesor de paz, el ex ministro de Defensa Gilberto Echeverri Mejía, y ocho suboficiales, todos secuestrados por las FARC. En aquel momento, el gobierno colombiano admitió errores en la planificación.

La historia de rescates fallidos tiene hitos mundialmente conocidos. Las fuerzas armadas de Estados Unidos intentaron rescatar a los rehenes que el movimiento islámico mantenía en Teherán desde fines de 1979, después de la revolución de los ayatolás. La operación terminó en fracaso y murieron ocho soldados norteamericanos. Tiempo después, y tras arduas negociaciones con el régimen iraní, los rehenes fueron liberados.

La llamada Masacre de Munich es otro ejemplo de intento de rescate fracasado. El movimiento fundamentalista Septiembre Negro secuestró a once de los 20 atletas israelíes que participaban de las olimpíadas de Munich en 1972. En la operación, ordenada por el gobierno alemán, murieron los once deportistas rehenes.

Quien carga con el rescate más sanguinario de la historia de las últimas décadas es Vladimir Putin. En octubre de 2002 un grupo checheno tomó el teatro Dubrovka de Moscú, reteniendo a 800 rehenes. Exigía la liberación de presos de su movimiento y el fin de la guerra. Putin ordenó la operación militar con gas: 90 espectadores y 50 chechenos murieron en aquel rescate.

En el otro platillo de la balanza se pone habitualmente la operación de los israelíes en Entebbe, considerada exitosa. Una combinación de guerrilleros palestinos y alemanes tomó un avión de Air France y exigía la liberación de 53 presos de su movimiento. En la Operación Entebbe murieron cuatro rehenes, un jefe del ejército de Israel, el coronel Yonatán Netanyahu, los seis secuestradores del avión de Air France y más de 30 soldados ugandeses. En aquella oportunidad, los familiares de los rehenes israelíes también se opusieron a la operación militar.

Aunque no se pueden comparar los secuestros extorsivos con hechos de naturaleza política como los señalados, es fácil enumerar algunos de los fracasos de operaciones de rescate de secuestrados en la Argentina. El hecho más famoso es el del Banco Nación de Villa Ramallo, con dos rehenes muertos, el gerente del banco, Carlos Chávez, y el contador Carlos Santillán, y no faltan quienes señalan que si no se hubiera interrumpido a balazos el pago del rescate en el caso Axel Blumberg, éste habría estado hoy con vida. Hay otras irrupciones, en cambio, que terminaron bien: el rescate de Ernesto Rodríguez, el padre del Corcho Rodríguez, y el de Patricia Nine, son dos ejemplos. Pero también volvieron sanos y salvos a sus casas, después de arduas negociaciones, el 90 por ciento de los secuestrados, entre ellos el padre de Leonardo Astrada, el hermano de Juan Román Riquelme, el padre de los hermanos Milito o el de Pablo Echarri. Con justa razón, las familias de las víctimas no quieren que su ser querido corra riesgos y siempre impulsan la solución negociada.

El endiosamiento que la derecha hace de Uribe y la operación militar del miércoles intenta tapar las dos catástrofes anteriores del ejército colombiano y la historia mundial profusa en rescates fallidos. Se trata de cerrarles el camino a las soluciones negociadas y sobre todo políticas y sociales. Y la realidad es que más que la acción del ejército colombiano, los mayores golpes que debilitaron a las FARC en el último año provinieron de la política, en especial de la campaña mundial por la liberación de Ingrid y los demás rehenes, junto a la exposición pública de secuestros que no resisten el menor análisis desde el punto de vista de los derechos humanos.

Los sectores más recalcitrantes, partidarios de la mano dura nacional e internacional, sustentan como única vía las alternativas armadas y muchas veces ilegales, al estilo de las que encarna Estados Unidos en Irak y Afganistán. Hoy, esa estrategia, más allá de alguna victoria de una operación militar, convirtió al mundo en un lugar mucho más peligroso que una década atrás.

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