EL MUNDO › OPINIóN

La raza es la trampa más peligrosa para Obama

 Por John Dinges *

Barack Obama es el candidato negro para la presidencia de Estados Unidos: ¿verdadero o falso? La respuesta no es tan simple. Nada es simple cuando se trata de cuestiones raciales en Estados Unidos. Indudablemente, Obama es el candidato presunto del Partido Demócrata. También es de descendencia africana, por el lado de su padre, quien abandonó a su familia cuando Obama tenía sólo dos años. Pero la familia de su madre no puede ser más blanca: de sangre escocesa-irlandés y modales conservadores, oriundo del estado de Kansas, uno de los lugares más homogéneos de todo Estados Unidos.

Obama se ha presentado como el candidato trans-racial, un líder popular y carismático capaz de enfrentar definitivamente las grandes divisiones raciales que han distorsionado tanto la política de Estados Unidos. Sin embargo, por el lado de sus opositores del Partido Republicano hay conciencia clara de que la mejor estrategia para vencerlo es pintarlo de negro, aprovechando no tanto el racismo abierto (ahora en recesión), sino los resentimientos más sutiles y más enraizados entre blancos y negros.

Atractivo, joven y elegante, nacido en Hawai, con residencias de joven en varios estados y en Indonesia, graduado sobresaliente de la Escuela de Leyes de Harvard, Obama es de cara y de color más bien el hombre universal. Es decir, su tez café significa su pertenencia al vasto grupo multirracial y multiétnico en que una persona puede ser latino, brasileño, indo-pakistani, árabe, africano o una mezcla de todo. Obama, de un punto de vista, es un ciudadano del mundo.

Además de todo esto, es negro norteamericano, una identificación que nunca ha esquivado pero que tampoco ha formado parte importante de su vida cultural. Toda su formación y educación se desarrolló a años luz de la experiencia de gueto y de pobreza que es la realidad para gran parte de los negros de su generación. Típico de su estilo, Obama se sumergió intencionalmente en la cultura de los estratos más bajos de los negros norteamericanos cuando, como abogado joven, tomó la decisión de radicarse en Chicago como organizador de comunidades de barrio.

Todo esto ha despertado una discusión pública casi esquizofrénica entre los observadores, blogistas y activistas políticos de todas las tendencias sobre la identificación étnica de Obama. En un momento, Obama era “demasiado poco negro” (not black enough) para ser considerado líder o representante de su raza. Por el otro lado, y más reciente, se lo considera “demasiado negro” para ser electo por un país en que el 77 por ciento de los votantes son blancos. Dicho de otra manera más cínica, la pregunta no es cuán negro es Obama, sino cuán negro y sus aliados tienen que pintarlo los republicanos para asegurar su derrota.

Allí está el dilema de Obama, y explica por qué nunca se autodescribe como el representante de su color o su raza: la dura verdad es que si sus opositores logran convertir a Obama en el candidato negro es sumamente difícil que pueda ganar.

El estilo de Obama es atacar los problemas de frente. Hace un llamado a blancos y negros a unirse, superando las heridas del pasado. En un discurso notable de hace varias semanas, habló de las tensiones raciales en términos francos y abiertos raramente escuchados. Después de resumir la historia de discriminación racial que a través de los años ha causado tanta ira entre afroamericanos, habla con empatía sobre los resentimientos de los blancos. Creo que vale la pena citarlo en extenso:

“De hecho, una rabia similar existe entre algunos segmentos de la comunidad blanca. La mayoría de los blancos de clase media y trabajadora no se sienten particularmente privilegiados por su raza. Su experiencia es la experiencia del inmigrante en lo que a ellos concierne, nadie les ha dado nada, todo lo han construido a partir de nada. Así que cuando les dicen que deben enviar a sus hijos en autobús a una escuela al otro lado del pueblo; cuando se enteran de que un afroamericano recibe una ventaja para obtener un trabajo o admisión en una buena escuela a raíz de una injusticia [del pasado] que ellos mismos nunca cometieron; cuando se les dice que sus miedos con respecto al crimen en barrios urbanos de alguna forma son muestra de prejuicios raciales, se acumula resentimiento con el tiempo”.

“Igual que la rabia de los negros a menudo resultó contraproducente, también los resentimientos de los blancos han distraído la atención de los verdaderos responsables del cerco a la clase media, una cultura corporativa llena de tratos deshonestos, prácticas cuestionables de contabilidad y avaricia miope; un Washington dominado por cabilderos e intereses especiales; políticas económicas que favorecen a pocos a expensa de muchos. Sin embargo, desear que desaparezcan los resentimientos de los americanos blancos, caracterizarlos como equivocados y hasta racistas, sin reconocer que están basados en preocupaciones legítimas, esto también profundiza la división racial, y bloquea el camino hacia el entendimiento.”

Obama propone romper el estancamiento racial tomando el camino de la unidad, de- safiando especialmente a la comunicad negra. “Para la comunidad afroamericana –dice—, ese camino significa abrazar las cargas de nuestro pasado sin hacernos víctimas de él. Pero también significa atar nuestras propias reivindicaciones –por mejor cuidado de salud y mejores escuelas y mejores trabajos– a las aspiraciones más amplias de todos los americanos: la mujer blanca luchando para sobrepasar los límites impuestos a su género, el hombre blanco que ha sido despedido, el inmigrante tratando de alimentar a su familia.”

Totalmente ausente del discurso de Obama hacia los blancos es el llamado al sentido de culpabilidad (white guilt) que durante las últimas décadas ha impregnado el lenguaje de los luchadores para los derechos civiles, desde Martin Luther King hasta Jesse Jackson y Al Sharpton. Obama, llamando a los negros a hacer causa común con las mayorías norteamericanas, rompe definitivamente con la tradicional retórica de reivindicaciones de clase y raza en el Partido Demócrata.

Y no es una coincidencia. Obama es de otra generación y otra experiencia que los líderes negros del pasado. Representa la generación de éxito y de afluencia económica entre los negros norteamericanos –las estrellas en el mundo de negocios, política y entretenimiento– y se identifica poco con las quejas y críticas de los líderes tradicionales.

Eso es el proyecto de Obama. Su estrategia de mantener distancia de los líderes negros del pasado no es cinismo político, sino que muestra el pragmatismo de un político enfocado en lograr cambios en la sociedad más que en ganar puntos con argumentos intelectuales. Por otro lado, Obama parece estar convencido de que el camino de despolarizar la política (entre republicanos y demócratas) y las relaciones raciales (entre blancos y negros) es la única y la mejor posibilidad de solucionar los problemas de fondo de la sociedad norteamericana.

Hay que decirlo: es una estrategia que –en cuanto a las cuestiones raciales– desafía más a la población negra (cuyos votos tiene asegurado) que a la población blanca, ya que Obama se presenta como una figura de confianza y de valores convencionales. En todos sus rasgos, Obama está proyectando las calidades asociadas más con la cultura de la elite blanca que con los estereotipos que los blancos pueden tener de los negros: trabajador, intelectual, padre de familia, escritor y orador.

La contraestrategia de ataque de los republicanos, por lo tanto, toca el tema de raza sólo oblicuamente. Se le reprocha no por ser negro, sino por “sobrerrepresentar” a la minoría negra (traducción: como negro, no puede representar a los blancos, solo a la gente de su mismo color). Se le critica por no llevar la bandera en su solapa (traducción: los negros son menos patrióticos que los blancos). Se le busca a su mujer Michelle frases de su tesis de grado de hace más de una década para mostrar que es hipercrítico y ama poco a su país (traducción: los negros demandan mucho, hacen poco y echan la culpa a los blancos por todos sus deficiencias) y se le pone el sobrenombre “la Señora Reivindicación” (Mrs. Grievance). Y, finalmente, que el país “no está listo” para un presidente como Barack Obama (no hace falta una traducción).

La oposición más furibunda y abiertamente racista a Obama se da en la campaña masiva de correos electrónicos y blogs que difunden cargos demostrablemente falsos (o sea, en el idioma que no se usa en los medios, “mentiras”). El Washington Post, en un artículo sobre la influencia poderosa de tales acusaciones en la cultura blanca, resumió el retrato falso de Obama en una frase: “Barack Obama, nacido en Africa, es un musulmán racista, posiblemente homosexual, que se niega a pronunciar el Voto de Lealtad a la bandera norteamericana”.

Es difícil creer que en el país de hoy, en que ocho de diez norteamericanos manifiestan tener un amigo cercano de la raza negra, los ataques pueden merecer credibilidad, especialmente con respecto a un hombre tan convencional como Obama. Sin embargo, cuando se trata de raza y racismo en Estados Unidos, el único peligro es justamente subestimar el peligro.

* Codirector de Ciper y profesor en la Universidad de Columbia.

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