EL MUNDO › TRAS 26 AÑOS DE SANGRIENTA GUERRA CIVIL, EL GOBIERNO ANUNCIA LA DERROTA DE LOS TIGRES

Una tumba en cada rincón de Sri Lanka

Los saldos son aterradores: 70 mil muertos y un millón de fugitivos. En los últimos meses, 150 mil civiles han soportado como escudos humanos la guerra de exterminio del ejército contra Los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil.

 Por José María Pérez Gay *

El 24 de julio de 1983 el movimiento armado separatista Los Tigres de Liberación de la Tierra Elean Tamil hizo estallar una bomba de fragmentación en el centro de Colombo, la capital de Sri Lanka, y sacrificó la vida de 150 personas inocentes.

A partir de ese atentado masivo, la guerra civil convirtió a Sri Lanka en un pudridero y, al cabo de 26 años, en uno de los conflictos étnicos más sangrientos de nuestro planeta. Esta semana, cuando el gobierno anunció el final del conflicto por la derrota de la guerrilla, los saldos era tan aterradores como increíbles: 70 mil muertos y un millón de fugitivos. En los últimos meses 150 mil civiles han soportado como escudos humanos la guerra de exterminio del ejército de Sri Lanka contra Los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil.

El subsuelo del poder srilankés está lleno de tumbas, acaso no haya ningún rincón de esa isla que no haya sido alguna vez cementerio. Sri Lanka es una isla situada en el sudeste de la India, separada de ésta por el estrecho de Palk. El país ocupa la totalidad de la isla de Ceilán, tiene 65 mil 610 kilómetros cuadrados y 23 millones de habitantes,

A Sri Lanka, la perla del Indico, la lágrima de India, el paraíso de Ceilán, se la disputan la furia de la naturaleza y las masacres genocidas de sus políticos. El tsunami cobró la vida de 30 mil; la guerra civil, 70 mil personas. Sri Lanka se encuentra habitado por dos etnias: los cingaleses, 74 por ciento de la población, y los tamiles, 18 por ciento. Los dos grupos se han declarado la guerra a muerte desde hace 26 años. Y no se trata de una metáfora. En marzo pasado 50 mil soldados del ejército de Sri Lanka marcharon al encuentro de los tigres tamiles. El domingo 10 de mayo un bomba de la artillería destruyó un hospital y mató a 378 civiles. Un médico que trabaja en la zona de guerra constató que mil 122 personas resultaron heridas.

Las dos etnias, los cingaleses y los tamiles, cuentan con idiomas y religiones diferentes, budistas los unos, hinduistas los otros, dos nacionalismos irreconciliables, una ardiente cosecha de odio. Durante la explosiva colonización portuguesa existían tres reinos en la isla: un reino tamil en el norte, cuya capital era la ciudad de Jaffna, y dos cingaleses, Kandy y Kotte. Hacia 1815, el imperio colonial británico canceló las diferencias y sometió a las dos etnias al servicio de su corona. Los ingleses fueron implacables, privilegiaron a los cingaleses, esclavizaron a los tamiles y quemaron sus plantaciones.

Los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil fueron los enemigos acérrimos del imperio británico. Se trata de una organización terrorista muy disciplinada y sanguinaria, que reclama el dominio de las tierras del norte de la isla. En la década de 1870 un terrateniente británico en Camboya había conseguido sacar clandestinamente 70 mil granos de hevea, el árbol de caucho, de los que dos mil fueron replantados en Sri Lanka, Malasia e Indonesia. El sistema de producción del caucho era un trabajo agotador, en condiciones próximas a la esclavitud.

Mahinda Rajapaks, presidente de Sri Lanka, se ha preparado para el asalto final, todas las iniciativas de paz han fracasado. El 1º de julio de 2000, el partido de oposición más importante de Sri Lanka, el United National Party, y la Alianza Popular (People’s Alliance) se unieron en el proyecto de una nueva Constitución que transformaría el sistema presidencialista en una democracia parlamentaria, y la estructura centralista de la nación en una entidad federativa. Las provincias tamiles se volvían casi autónomas. No sólo se les concedía una relativa autonomía, sino además se reconocía la hegemonía de la lengua tamil en sus territorios.

Los partidos tamiles rechazaron la propuesta y exigieron la inclusión de los tigres en las negociaciones en torno del proyecto de la nueva Constitución. El 10 de agosto murió, a los 84 años (1906-2000), la jefa de Gobierno, Simiravo Bandaraneike, la primera mujer del mundo que ocupó el puesto de primera ministra. Su desaparición hizo recrudecer la guerra civil. El 24 de julio de 2001, 20 mil personas se lanzaron a las calles de Colombo, los tigres atacaron con explosivos y granadas, el ejército respondió al fuego tamil. Un incendio destruyó el aeropuerto militar de Colombo y 13 aviones de combate terminaron consumidos por el fuego.

Las elecciones del 7 de diciembre de ese año dejaron ver una posible solución al conflicto armado, se iniciaron las negociaciones de paz, los Tigres parecían aceptar la retirada de ciertas ciudades, sobre todo de Kandy, pero durante un concierto en Kurunegala, a 100 kilómetros de Colombo, explotaron dos bombas que causaron 11 muertos y 200 heridos. Ganar la paz era más importante que ganar la guerra; exterminar a los Tigres tamiles a costa de la vida de decenas de miles de civiles sólo serviría para que la ardiente cosecha de odio prosiguiera su camino.

A partir de 2006 los corresponsales extranjeros –única fuente de información– veían el inicio de una tumultuosa derrota de las guerrillas tamiles. De los 15 mil kilómetros cuadrados que los Tigres controlaban en agosto de 2006, cuando se reanudaron las hostilidades, a principios de este año ocupaban sólo 50 kilómetros cuadrados. Cinco divisiones del ejército los mantuvieron sitiados por largo tiempo. El general Shavendra Silva, la punta de lanza del exterminio tamil, declaró en marzo de este año a la agencia Reuters que estaba convencido de que el líder de los Tigres, Vellupillai Prabhakaran, se encontraba con un puñado de comandantes tamiles en el cerco y sin salida.

La colaboración del coronel Karuna, ex comandante de la guerrilla tamil, ha sido un factor decisivo en el exterminio de los Tigres. El coronel abandonó su lugar de nacimiento, Batticaloa, perdió a su único hermano en las luchas internas de los Tigres tamiles y sus seguidores, estuvo preso en Gran Bretaña por irregularidades con su visa y está denunciado por violaciones de derechos humanos. Cuando Karuna, ahora líder de los Tigres para la Reconciliación del Pueblo Tamil, prestó juramento en el Parlamento el 7 mayo de 2009 como miembro de la gobernante Alianza para la Libertad del Pueblo Unido, muy pocos pensaron que se trataba del desenlace de una complicada conspiración de varios actores, donde el propio presidente de Sri Lanka, Mahinda Rajapaks, ha jugado un papel decisivo.

Veintiséis años después de que los Tigres de Liberación de Tamil Eleam emprendieran una de las ofensivas más brutales en su lucha por independizarse de sus enemigos capitales, la etnia cingalesa, ahora han depuesto por fin las armas. Desde la ruptura definitiva del alto el fuego en junio de 2006, unas 200 mil personas, la absoluta mayoría tamiles, se han establecido en Occidente. Uno de sus voceros anunció hace solamente unos días el suicidio de Velupialli Prabhakaran, el máximo líder tamil, y esta batalla ha llegado a su amargo final. “Es nuestro pueblo el que muere bajo las bombas, los misiles, las enfermedades y la hambruna. No podemos permitir que el exterminio sea radical, corremos el peligro de desaparecer”, señaló.

El coronel Karuna, actual ministro de la Reconciliación de los Pueblos de Sri Lanka, ha creado uno de los grupos paramilitares en los que ahora se apoya el ejército. Karuna se hizo del control del este de la isla y redujo la capacidad de fuego y el dominio de los Tigres del norte de Sri Lanka. Según Amnistía Internacional, el coronel Karuna está acusado de haber cometido crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, aunque haya sido nombrado en estos días ministro de la Reconciliación. La masacre genocida de Sri Lanka, el exterminio de sus últimos combatientes tamiles, no son sino un trágico legado del colonialismo inglés.

* De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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Desplazados forman fila en un campamento de refugiados de la ONU en Sri Lanka.
Imagen: AFP
 
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