EL MUNDO › OPINION > BALANCE DE LAS ELECCIONES EN CHILE

Dos puntas tiene el camino

La peculiar política de distribución de ingresos de Sebastián Piñera. El estilo Sarkozy de borocotizar a la oposición. Avanzan los capitalistas poderosos en la región. El sistema binominal, antídoto para la dispersión. Cómo queda la agenda bilateral con Argentina.

 Por Mario Wainfeld

Antes de haber asumido como presidente de Chile, Sebastián Piñera consiguió un importante cambio en la distribución del ingreso. Fue a favor del hombre más rico de su país, que es él mismo. Las acciones de sus empresas treparon a valores exorbitantes, forzando al cierre anticipado de las ruedas de la Bolsa. Interesante anticipo de los avatares que pueden derivarse de la decisión popular de adunar en una misma persona el poder político y el económico.

Piñera insinuó que permitirá el ingreso de capitales privados en la explotación estatal del cobre, un paso que Augusto Pinochet y la Concertación tuvieron el tino de evitar, a diferencia del desbaratamiento del patrimonio estatal que causó el peronismo en tiempos de Carlos Menem. E hizo un intento, de momento neutralizado, de borocotizar a los diputados del Partido Radical Social Demócrata, socio minoritario de la Concertación que cuenta con el puñado de legisladores necesarios como para que el oficialismo entrante consiga mayoría. El escándalo por la avanzada forzó a los tránsfugas a recular y a dirigentes de su misma fuerza a cuestionarlos. Por ahora quedó en amague.

Tamañas novedades en seis días sugieren que el tránsito del centroizquierda templado o tibio a una derecha pretendidamente liberal y gestionaria no será inocuo, ni liviano. Puede distar de ser un ejercicio de continuidad con matices.

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La movida parlamentaria de Piñera quizá insinúe un sesgo táctico, “a lo Sarkozy”. Un líder de derechas con astucia para hacer propios ítem de agendas progresistas o liberales y, ya que estamos, para cooptar cuadros de otros linajes.

En el Parlamento, sin mayoría en ninguna Cámara, ese recurso será una necesidad, así fuera por vía de alianzas transitorias. El presidente electo estará muy condicionado por el partido pinochetista, la UDI, que cuenta con dos tercios de las bancas de la derecha, restando el fleco del poncho para el partido de Piñera. La proporción se mantendrá hasta el fin del mandato, pues en Chile no hay elecciones de medio término. La preeminencia de la UDI será una limitante estructural ante potenciales devaneos modernizadores (o meramente no trogloditas) de Piñera.

A menos que inste (y consiga) una reforma constitucional, el flamante presidente afrontará el mismo karma que Ricardo Lagos o Michelle Bachelet: la prohibición de reelección inmediata. Lagos encontró en la presidenta una sucesora de calidad, con capacidad de primar en las urnas, Eduardo Frei no le resultó tan eficaz a Bachelet. Piñera deberá “construir” un delfín, preferiblemente entre sus propias filas... será un desafío arduo.

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Demasiados capitalistas poderosos atraen el favor popular en América latina, contrariando al imaginario del cronista. Piñera se suma a la lista del panameño Ricardo Martinelli o del hondureño Porfirio Lobo. Hay aspirantes argentinos para sumarse al selecto club: Mauricio Macri y Francisco de Narváez. Las semejanzas de Piñera con sus afines gauchos son, en otros sentidos, escasas. El papá del presidente electo, José Piñera Carvallo, a diferencia de Franco Macri o de los ancestros del “Colorado”, se esmeró por darles una educación de excelencia a sus retoños. Piñera Carvallo no era un hombre rico ni un empresario, se consagró predominantemente al servicio público. Demócrata cristiano él, fue, entre otros destinos, embajador de su país ante las Naciones Unidas. Los hijos, da la impresión, le resultaron materialistas y chúcaros. Uno de ellos, José Piñera Echenique, fue ministro de Trabajo de Pinochet y un flexibilizador de aquéllos. El ahora presidente Sebastián, refieren las crónicas trasandinas, se lleva pésimo con ese hermano, casi no se dirigen la palabra. Es llamativo porque el paladín de la derecha chilena es bien locuaz. Claro que, cuando hace uso de la palabra, hay un abismo entre su discurso y los de Macri o De Narváez. Diplomado en Harvard, forjado en años de trayectoria política, Piñera está a la altura de la versada clase política de su país. Puede explayarse sobre temas económicos o de políticas públicas, en tanto los aportes de Mauricio y Francisco difícilmente trasciendan las oraciones unimembres o expresiones tan poco estimulantes como “está bueno” o “alica, alicate”.

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El sistema binominal chileno propicia el bipartidismo y desalienta (o perjudica o discrimina) a terceras fuerzas. Sesenta distritos electorales eligen dos diputados cada uno. Es muy difícil que un partido consiga “doblar”, esto es, quedarse con ambos. En general, son ungidos uno y uno entre las fuerzas más taquilleras. Si hay un tercero en discordia, la mira por tevé. Lo puede testimoniar Marco Enríquez-Ominami, que obtuvo más del 20 por ciento de los votos en una compulsa nacional para todo el Congreso, y quedó con las manos vacías: ni un solo diputado ni un senador. En el sistema político argentino ese saldo sería inimaginable: ME-O, que así lo apodan, tendría una buena cosecha en Diputados, entre 20 o 30 en cálculos gruesos. En nuestro Senado el tercer puesto tampoco vale nada, como lo padecieron las fuerzas de Elisa Carrió, que recién entraron en 2007 por la Ciudad Autónoma merced a una floja operatoria del PRO.

El binominalismo mina el potencial de partidos alternativos en tanto funge de aliciente para no dividir las grandes coaliciones. Eso fue maná para la derecha en su seguidilla de derrotas desde 1988. Ahora, en espejo, es un disuasivo para evitar una diáspora en la Concertación. “Abrirse” como partido chico no tiene los incentivos propios del sistema proporcional argentino. Y pasarse de bando, expone al albur de ser desamparado en las elecciones: con apenas dos representantes por distrito, las fuerzas dominantes son avaras con los accionistas minoritarios. El Partido Comunista chileno lo vivió en carne propia: estuvo extrañado del Congreso hasta esta elección pese a tener un caudal aceptable y disciplinado. Recién ingresará ahora, porque la Concertación lo incluyó encabezando boletas en, pocas pero determinantes, listas distritales.

Así las cosas, como en cualquier punto del planeta, es esperable la catarsis y el ajuste de cuentas en el oficialismo saliente pero no una gran dispersión. Un número relevante de parlamentarios e incomparable experticia de gestión capacitan a la Concertación para ser una oposición cargosa y sólida. El escaso rédito de la fuga es un aliciente para mantener un grado de unidad, así sea en el obrar parlamentario.

Son esperables reacomodamientos, cambios de elites, la salida de figuras importantes (ciertamente muy repetidas) como Ricardo Lagos o Eduardo Frei. Ocurrirán, es de libro, en dos etapas. Primero cada partido hará su autocrítica, su depuración, su renovación. Luego la elaborará la Coalición. Por muy chilenos y moderados que sean, cuesta imaginar que no haya defenestraciones, broncas, vendettas.

La presión de ME-O por el recambio generacional seguramente dejará su secuela. Los cuadros del oficialismo resaltan las perspectivas de algunas figuras jóvenes emergentes, entre ellas, Carolina Tohá. Tohá, hija de un ministro de Salvador Allende, fue vocera de campaña en la segunda vuelta y contribuyó a que Frei transitara de una derrota por goleada en primera vuelta a una trepada con guarismo final cerrado y digno.

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El perezoso discurso dominante en Argentina exalta (por contraste con lo local) la existencia de “políticas de Estado” en países vecinos, ensalzando las continuidades a despecho de diferencias ideológicas. En Chile, a hoy, se trata de una pura hipótesis. El 11 de marzo comenzará la primera experiencia de alternancia desde la restauración democrática. El mantenimiento de muchos pilares del sistema pinochetista no resultó del consenso sino de la imposición de la dictadura, reforzada por una red de cerrojos legales o fácticos. Pronto se empezará a ver cuánto se respeta y cuánto se erosiona del legado de la Concertación.

Restringido para especular sobre la política doméstica del país hermano, el cronista supone que en materia internacional habrá mudanzas relevantes. Por supuesto abundan limitaciones impuestas por la realidad, la coyuntura y los legados históricos pero es lógico intuir rumbos novedosos. La derecha mirará al Pacífico, en pos de un eje ideológico-político con Colombia, México y Perú. En este último caso, las tradicionales rencillas territoriales serán un contrapeso a salvar. Y los pactos con el mexicano Felipe Calderón huelen tener vencimiento a plazo fijo. El presidente del PAN tiene toda la traza de ser, en términos políticos, un “dead man walking” o, por ser más piadoso, un pato rengo que deberá ceder el poder en 2012.

Parece cantado que habrá un retroceso respecto de los inteligentes y trabajosos acercamientos entre los gobiernos chileno y boliviano, encarnados en Bachelet y Evo Morales. Anteayer mismo, la Presidenta fue a la jura de su par boliviano, conducta reiterada inimaginable años atrás. El ethos territorialista y eventualmente racista de la derecha dejará sus marcas. La sangre es más espesa que el agua: la tangencia clasista e ideológica de Piñera con la derecha de la Medialuna hace pensar que desechará continuar la política de Bachelet en la Unasur, ante el levantamiento sanguinario de la rosca boliviana.

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La relación entre Chile y Argentina se ha reconstruido virtuosamente durante el último cuarto de siglo. Hubo contramarchas pero, en esencia, todos los gobiernos democráticos contribuyeron a la integración política, el intercambio turístico-cultural, la disipación de los odios y el archivo de las hipótesis de conflicto. Así las cosas, en las Cancillerías de ambos países no atisban discontinuidades brutales porque existen cimientos e intereses económicos firmes, fronteras que dejaron de ser murallas. Argentina es el país con mayores inversiones chilenas, alrededor de 16.000 millones de dólares, una cifra imponente en las dos laderas del Ande. A fin del 2009, la derecha chilena fue amigable para aprobar el Tratado de Maipú entre ambos países, que redondeó el encuentro de las dos presidentas en la Santa Sede: le dio curso en un día, sin poner ripios.

La urdimbre de intereses, confianzas y convivencia preserva contra improvisaciones o aventuras. El ejemplo es bueno para pensar cuánto se habrá edificado en estos años de crecimiento económico combinado con la coexistencia de gobiernos de sensibilidad afín en la región. Ese ciclo conserva puntales: en Bolivia y Uruguay Evo Morales y Pepe Mujica revalidaron sus títulos. Pero en Chile se cortó un eslabón de la cadena. Habrá que ver cómo se rearma el conjunto, cuánto hay de sólido y cuánto de precario.

En un primer vistazo, lo que quizá pueda ponerse en entredicho es la paz y la convivencia regional, la defensa conjunta de todos los sistemas democráticos. La presidenta Bachelet construyó junto a Lula y a Cristina Fernández de Kirchner una entente democrática contra las recidivas golpistas en Bolivia y en Honduras. Los vientos destituyentes ya asolan Paraguay. El porvenir es abierto y depende de múltiples variables, trascendiendo la pura voluntad de los líderes. Esto admitido, el cronista (costumbrista él, convencido de que derechas e izquierdas algo significan) supone que es de prever, de temer, una regresión de Piñera, desechando el valioso legado que, en ese aspecto, dejó Bachelet.

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Imagen: AFP
 
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