EL MUNDO › OPINIóN

Iniciativa e ideas propias

 Por Eric Nepomuceno *

Confirmada por amplio margen la victoria de Dilma Rousseff, surgen las primeras especulaciones sobre la formación de su gobierno. A partir del primero de enero de 2011, ¿cuáles serán sus ministros? De los actuales, ¿cuántos se quedarán, y ocupando qué puestos? Y más: hay una natural curiosidad para saber cómo la presidenta se llevará con sus aliados tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados. Dilma logró lo que Lula no tuvo: amplia mayoría en las dos Cámaras del Congreso. ¿Será posible contar con la lealtad de los aliados? ¿Cuánto habrá que negociar y conceder para que el PMDB, pieza clave en la coalición que la condujo a la victoria, se mantenga a su lado?

Al mismo tiempo, habrá que acompañar con atención la disputa por el comando de la oposición, entre José Serra –doblemente derrotado, en 2002 y ahora– y su grupo de San Pablo y el ex gobernador y ahora senador por Minas Gerais Aécio Neves. Pese a toda figuración en la campaña, los dos no se llevan nada bien y traban una disputa por el futuro del PSDB. El otro gran aliado de Serra en su frustrada candidatura, el derechista DEM (Partido de los Demócratas), sale tan debilitado de esa campaña, con sus principales dirigentes ignorados solemnemente por los electores, que su principal lucha será por sobrevivir.

A todo eso se sobrepone otra incógnita, esta sí decisiva: ¿cómo será Dilma Rousseff en la presidencia? ¿Cuáles serán, en definitiva, las diferencias con su mentor y antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva?

Dilma no contará –y lo sabe bien– con el mismo beneplácito con que Lula contó al armar su primer gobierno (2003-2006). Y tendrá que contar con el apoyo de Lula, sin dejar que se transforme en un tutelaje por demás opresor. Nadie ignora que inclusive en la formación de su gobierno tendrá que oír a Lula. La cuestión es otra: ¿cuándo y hasta qué punto Dilma logrará ejercer su propia iniciativa?

En al menos cuatro áreas las diferencias entre Dilma y Lula son visibles y palpables, por más que se sitúen en la línea de continuidad.

Dilma Rousseff defiende, al contrario de lo que hizo el gobierno de Lula en los últimos dos años, más rigor fiscal. Es de esperar que defienda, de inmediato, su firme compromiso con el equilibrio de las cuentas públicas. La relación entre deuda pública y el PIB, que actualmente es de 42 por ciento, deberá bajar hasta 30 por ciento. Para eso, el gobierno de Dilma tendrá necesariamente que aumentar el superávit primario (gastos sin contar intereses). Dilma cree que con una relación de 30 por ciento de la deuda con el PIB será posible bajar sustancialmente las tasas básicas de interés, que son las más altas del mundo (10,45 por ciento al año).

En el mismo rubro de los gastos públicos, hay claras diferencias entre lo que pretende Dilma y lo que hace Lula. El actual presidente concedió fuertes aumentos de sueldo a los funcionarios públicos. Dilma cree que lo que se obtuvo es suficiente, y pretende limitar la expansión de esos gastos en los próximos años.

Otra diferencia que podrá hacerse notar pronto está en la política externa. La nueva presidenta no ve con buenos ojos la excesiva cercanía de Lula con el mandatario iraní Mahmud Ahmadinejad, de la misma forma que no aprueba el alejamiento visible de Brasil con Estados Unidos. Intentará recomponer puentes con Washington, estableciendo una relación más pragmática, que permita a Brasil seguir ejerciendo el rol alcanzado con Lula en todo el mundo, pero sin tantos roces con los Estados Unidos.

En relación con otros ejes esenciales de la política externa de los ocho años de Lula –la cooperación Sur-Sur y la integración sudamericana– no habrá otro cambio que no sea el de profundizar aún más esa línea de acción.

El coordinador general de la campaña de la ahora presidenta, y responsable por su programa, ha sido Marco Aurelio García, asesor especial de Lula para temas de política externa. García ha sido pieza clave en toda la acción externa de esos ocho años. No se sabe cuál rol desempeñará en el gobierno de Dilma, pero se da por sentado que la política externa que ayudó fuertemente a construir (principalmente en lo que se refiere a América latina y muy en especial en el Mercosur) bajo Lula no sufrirá cambio alguno.

Si la participación brasileña en los conflictos del Medio Oriente perderá énfasis y si el reacercamiento con Washington será más visible, eso no quiere decir que la cooperación Sur-Sur, la integración sudamericana y el Mercosur dejarán de ser prioritarios.

En realidad, las principales diferencias entre lo que defiende Dilma y lo que hizo y hace Lula se refieren más a temas internos. Y como una de las principales características de la nueva presidenta, reconocida inclusive por sus adversarios, es la extrema lealtad, no hay nada que indique, en el horizonte, la posibilidad de que se repita, entre Dilma y Lula, que la criatura se vuelva en contra de su creador.

Una cosa, sin embargo, es esa lealtad a toda prueba. Y otra, bastante distinta, es no tener iniciativa propia y sus propias ideas para construir un proyecto de Nación.

* Escritor brasileño.

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