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Más Mercosur

 Por Washington Uranga

El presidente uruguayo José Mujica, actualmente de gira por Perú y Venezuela, volvió a abrir el debate sobre la necesidad de integrar de manera efectiva más países al Mercosur. Una definición que cobra importancia porque muchas voces se escucharon en Uruguay y en el mismo Frente Amplio en los últimos años respecto de las inconveniencias del acuerdo regional para el país oriental. Alan García, el presidente de Perú, dijo que aprovechará la visita de Mujica (foto) para pedirle que sirva de facilitador de un eventual ingreso peruano al acuerdo subregional. Casi al unísono, el mandatario colombiano Juan Manuel Santos volvió a reiterar el interés de su país de sumarse también al bloque regional, algo que había manifestado muy claramente poco después de resultar electo y cuando asumió el año anterior. De hecho, Santos, a diferencia de su antecesor, Alvaro Uribe, ha mostrado en los primeros meses de su gestión una clara predisposición para reforzar las relaciones con sus aliados de la región. La canciller de Colombia, María Angela Holguín, es una profunda conocedora de la región y recibió de Santos la tarea de avanzar en la generación de lazos en el nivel regional.

Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay son actualmente los miembros plenos del acuerdo subregional que se concretó el 26 de marzo de 1991 mediante la firma del Tratado de Asunción. Desde entonces no se han registrado incorporaciones efectivas y plenas, más allá de los distintos convenios y acuerdos que vinculan a terceros países, como Chile y Bolivia, al bloque.

Venezuela ha dado pasos firmes solicitando su incorporación. Formalmente todavía falta la aprobación de la Cámara de Senadores de Paraguay para oficializar el ingreso venezolano y ésta no será una tarea fácil para el presidente Fernando Lugo, quien no cuenta con mayoría propia en el Congreso. Pero aún más allá de los obstáculos formales no existen todavía mecanismos que hagan del bloque regional un instrumento ágil y operativo. Su socio mayor, Unasur, se ha revelado como una herramienta política eficaz, sobre todo para garantizar los procesos democráticos. Siendo importante, es todavía insuficiente.

El ex mandatario brasileño Inácio Lula da Silva dijo poco antes de dejar su cargo que “nos gustaría que otros países ingresen al Mercosur (como miembros plenos); que ingrese Chile, que el Congreso paraguayo apruebe el ingreso de Venezuela, que ingrese Colombia, que ingrese Perú, que ingrese Ecuador, que ingrese Bolivia”. Rafael Correa, que en otro momento no se mostró entusiasta respecto de la integración ecuatoriana, hoy está abierto a esa posibilidad. Está claro que para colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos y venezolanos ya no funciona de la misma manera el Pacto Andino que en otro momento dio buenos resultados. Por otras razones Colombia, Perú y Chile apostaron al ALCA pero hoy esa es una alternativa debilitada, si no definitivamente muerta. Estados Unidos se ha ocupado, en cambio, de firmar tratados bilaterales de libre comercio con países centroamericanos y de América del Sur.

Cualquier proceso de integración regional de los países del sur de este continente tiene que contar con los dos grandes de la zona: Brasil y Argentina. Ambos están en el Mercosur.

Un dato a favor es que si bien no hay afinidad política absoluta, sí existen coincidencias democráticas y un principio de mutuo respeto entre los dirigentes políticos de todos los países. Mujica también se refirió al tema señalando que es necesario mirar por encima de las diferencias circunstanciales y “con un sentido de largo plazo, porque los gobiernos pasan pero las sociedades y los países quedan”.

A la hora de pensar en los obstáculos más evidentes, éstos son tan viejos como el mismo Mercosur. El primero tiene que ver con los intereses de grandes empresas instaladas en estos países que presionan –y muchas veces someten– a los gobiernos para que transformen en políticas económicas sus propias iniciativas e intereses. Puede haber en esto incluso una contradicción, porque si bien las empresas se favorecen con el avance de la integración, al mismo tiempo una alianza regional les quita poder y reduce su margen de influencia e incidencia en las decisiones.

A lo anterior hay que sumar el también viejo tema de las asimetrías: distintas dimensiones de la economía, de los mercados, de los niveles de inversión, en el sistema financiero y bancario. Y todo ello traducido en diferente peso y condiciones a la hora de negociar entre los socios. Paraguay y Uruguay, los socios menores, se han quejado mucho por el trato desigual al que son sometidos por Argentina y Brasil. Por eso también la integración de nuevos socios es una forma que los menores tienen de compensar el peso de los grandes.

Una tercera dificultad –que pareciera a primera vista la más subsanable pero no es tal– apunta al sentido mismo de la integración. ¿De qué estamos hablando? De una unión aduanera, como se pensó en un primer momento, de una zona de libre comercio, como se habló más adelante, o de un proceso real de incorporación integral económico, político, social y cultural. Sin este escenario en el horizonte –aceptando que eso condiciona las decisiones que se adopten en el presente– la propuesta del Mercosur será siempre y necesariamente enana.

Sin embargo, la integración dejó de ser una alternativa de buena voluntad para pasar a ser una necesidad cada día más inminente. Porque, como lo dijo en su momento Lula, “es a partir del Mercosur que tenemos que fortalecer nuestro acuerdo con la Unión Europea, con Estados Unidos y pelear fuertemente en la OMC (Organización Mundial del Comercio)”. O como sostiene ahora Mujica, “el Mercosur no es un fin en sí mismo, sino que es más un medio para buscar una inserción lo más atada que se pueda con los países de América del Sur”.

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Imagen: EFE
 
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